CÁPSULAS SARAPERAS

 El tamalero

En esta ocasión te platico una leyenda que sucedió aquí en nuestra hermosa ciudad de Saltillo. A mediados del siglo XIX, época en la cual a Saltillo llegaba el telégrafo, poco después de que los norteamericanos nos habían invadido, mucha gente empezó a visitar nuestra ciudad, el comercio volvía a florecer, las panaderías vendían cada vez más, los visitantes comían enchiladas, pero tanto los turistas como los Saltillenses estaban maravillados del sabor tan exquisito de los tamales que elaboraba y vendía el tamalero, un señor que había llegado de fuera, y de quien se sabía que guardaba con gran recelo la receta de sus deliciosos tamales en su vivienda, ubicada cerca del Ojo del Agua, allá arriba como referencia geográfica Saltillense. De hecho, todos los días por la tarde, alrededor de las 5, bajaba por la calle de Hidalgo, empujando un carrito mientras grita: “tamaleeees, tamaleees”.

Cierto día del mes de noviembre, cuando el fresco ya se sentía, cuando el aire frío empezaba a pegar, como decimos en Saltillo, llegó una familia integrada por el papá, la mamá y un hijo de escasos 5 años de edad.  Ese sábado la familia recorrió el Parián, pero déjeme aclararle que antes de 1902, los Saltillenses acudían a un terreno ubicado en lo que hoy es el cruce de las calle de Victoria y Allende, donde la gente iba a comprar frutas, verduras, tortillas, alguno que otro juguete y otras cosas más, lugar que era conocido como el Parián. De hecho, el papá le compró un pequeño anillo a su hijo, objeto que se colocó de inmediato en su dedo anular.

Había mucha gente, unos iban a la iglesia de San Esteban, otros más se movían de prisa para realizar las compras de la comida del día. Los niños corrían hacia la plaza de la Independencia, cuando de repente, la madre perdió de vista a su hijo. Al darse cuenta del extravío, el padre dejó de regatearle al frutero para empezar a buscar a su hijo, quien no aparecía por ningún lado de aquel pequeño Saltillo.

Pasaron las horas, la mamá no encontraba al niño, el papá había quedado afónico de tanto gritar el nombre de su hijo, los minutos pasaron, las horas parecieron una eternidad, la búsqueda fue agobiante, agotante y, sin darse cuenta, ya eran las 5 de la tarde cuando el padre y la madre estaban en el atrio de la Catedral. El hambre empezaba a sentirse en sus estómagos cuando se escuchó el grito de: “tamaleees, tamaleees”; el tamalero bajaba empujando su carrito por la calle de Hidalgo, vendiendo sus deliciosos tamales.

La mamá le sugirió al esposo hacer un breve receso para tomar los alimentos del día, detuvieron al tamalero, quien les ofreció tamales de dulce, pollo, puerco y su receta especial. El papá apenas terminó de decir que quería de pollo, cuando la mamá con voz de autoridad dijo: “mejor que sea de la receta especial”.

Deshojaron el primer tamal, lo probaron, y ambos se voltearon a ver diciéndose al mismo tiempo, aún con la boca llena del manjar: ¡qué deliciosos están! Se comieron el segundo tamal y cuando el papá se metió a la boca el tercer tamal, sintió que algo le había lastimado el paladar. Para su sorpresa, se percató de que era un anillo lo que había lesionado su boca, pero no era un anillo cualquiera, era el anillo que por la mañana le había comprado a su hijo en el Parián. La mamá aún más asombrada quedó, pues sintió algo duro dentro del tamal, siendo un dedo, un dedo de su hijo.

Los padres del niño buscaron de manera desesperada al tamalero, de quien pareciera que se lo había tragado la tierra, pues ya nunca más fue visto, aunque aseguran que continúa elaborando unos deliciosos tamales con su receta especial.

Mientras siguen buscando al tamalero, permítanme deleitar mi paladar con unos tamalitos, los cuales ojalá no estén elaborados de niño.

Autor

Francisco Tobías
Francisco Tobías
Es Saltillense*, papá de tres princesas mágicas, Rebeca, Malake y Mariajose. Egresado de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma de Coahuila, en donde es catedrático, es Master en Gestión de la Comunicación Política y Electoral por la Universidad Autónoma de Barcelona, el Claustro Doctoral Iberoamericano le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Es también maestro en Administración con Especialidad en Finanzas por el Tec Milenio y actualmente cursa el Master en FinTech en la OBS y la Universidad de Barcelona.
Desde el 2012, a difundido la historia, acontecimientos, anécdotas, lugares y personajes de la hermosa ciudad de Saltillo, por medio de las Cápsulas Saraperas.
*El autor afirma que Saltillense es el único gentilicio que debe de escribirse con mayúscula.
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