CÓMO DECÍA MI ABUELA

De golosos y tragones…

Me gusta mucho el colorido que reviste esta tradición. El dos de noviembre se llena de papel picado, flores de cempasúchil, aserrín de colores y el tradicional pan de muerto. Mi abuelita, aunque no ponía propiamente altar, sí que ponía fotografías de sus difuntos con velas y flores. Ella decía que igual venían a visitar y por eso en su honor preparaba algún platillo que sabía que les gustaba «de golosos y tragones, están llenos los panteones» era un refrán que repetía constantemente, y no sólo por estas fechas, pues en la familia somos de muy «buen diente».

El día de muertos, es una de mis tradiciones favoritas porque considero que, más que una conmemoración de la muerte es una celebración de la vida que tuvimos al lado de nuestros seres queridos.

Cada elemento que compone el altar, nos va recordando pasajes vividos con nuestros familiares, pues hay que llenar de efectos personales, comidas favoritas y fotografías el espacio, lo que inevitablemente trae a la memoria los cálidos momentos que pasamos juntos. Poner una ofrenda, no importa el tamaño de esta, es honrar la memoria de aquéllos que dejaron huella en nuestras vidas, que hicieron nuestros momentos más amenos y que nos dejaron enseñanzas para seguir transitando por este mundo.

Aunque para otros, poner una ofrenda resulta muy doloroso, sobre todo si consideramos las circunstancias que rodearon la muerte de la persona a quién se dedica el altar.

Por ejemplo, en la ofrenda monumental de este año, las activistas de Furia Coahuila, dedicaron un espacio para conmemorar a las víctimas de feminicidio que se puede distinguir por las cruces de color rosa y la tela violeta que se colocó al rededor.

Sea cual sea el motivo, no dejemos morir una de las tradiciones más ricas de nuestra cultura mexicana. Si tenemos oportunidad, pongamos una fotografía, ya sea en la ofrenda monumental o en la privacidad de nuestra casa. Honremos a esos «golosos» que compartieron el pan y las risas con nosotros.

Que la muerte sea vista como una etapa más de la vida, y al mismo tiempo, que sea un derecho, real y tangible no solamente escrito en las leyes, morir con dignidad en condiciones de salud y seguridad óptimas y no arrebatadas con violencia.

Nombremos y honremos a nuestros difuntos y aprovechemos cada oportunidad para recordar la injusticia que rodea la muerte de aquellas que fueron víctimas de un Estado indolente, incapaz e insuficiente para proveer los derechos de sus ciudadanas.

Agradezco a la vida misma por estar aquí y seguir disfrutando de un espacio para poder honrar la memoria de mi abuela y al mismo tiempo alzar la voz por mis hermanas que ya no pueden.

Mi abuela decía «de golosos y tragones están llenos los panteones» pero también lo están de mujeres que tenían sueños y el derecho a una vida libre de violencia, derecho que el Estado Mexicano está muy lejos de garantizar y proveer, por falta de interés y voluntad política, porque nos consideran ciudadanas de segunda categoría y porque no escuchan a las abogadas y activistas que con argumentos sólidos defienden nuestro derecho a ser consideradas en situaciones de equidad e igualdad.

Por todas nuestras víctimas y sus familias, encendemos una vela morada para que sepan que no las olvidamos, que las seguimos nombrando y que también por ellas exigimos justicia.

 

Autor

Leonor Rangel