No atenderla en la adolescencia significa tener 3.2 por ciento más de riesgo de abandonar la escuela, indicó María Elena Medina-Mora Icaza
Ciudad de México.- De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a 264 millones de personas y es una enfermedad crónica no transmisible que puede durar varios años, lo cual tiene un costo en el tiempo de vida saludable, además de ser una de las principales causas de discapacidad en el orbe, afirmó la directora de la Facultad de Psicología de la UNAM, María Elena Medina-Mora Icaza.
Padecerla en la adolescencia y no recibir tratamiento significa tener 3.2 por ciento más riesgo de abandonar la escuela, con lo que se perdería la oportunidad de tener mejor vida; 18 por ciento más riesgo de presentar dependencia a drogas; y seis por ciento de riesgo de abuso sexual, alertó durante el Seminario Permanente de Bioética, organizado por esta entidad universitaria, al cual asistió el coordinador del Programa Universitario de Investigación en Salud (PUIS) de la UNAM, Samuel Ponce de León Rosales.
“Uno de los mayores costos de la depresión no atendida es lo que se le llama presencialismo”, ya que las personas están bien para trabajar, pero no producen, lo cual significa pérdida importante para el Producto Interno Bruto, las personas y sus familias, indicó.
Se trata de un padecimiento que afecta más a la mujer que al hombre y, en el peor de los desenlaces, puede llevar al suicidio “a pesar de contar con tratamientos eficaces”.
Medina-Mora Icaza explicó que la situación previa a la pandemia en cuanto a depresión no atendida era delicada; sin embargo, el riesgo se incrementó debido a la crisis sanitaria y posteriormente por las secuelas de la COVID-19; ese aumento de casos lleva a considerar a la depresión como la gran epidemia.
La especialista refirió que es una enfermedad que se asocia a sufrimiento físico y hay estigmas de la sociedad de que está en las manos del paciente su mejoramiento; esto no es así, se requiere de ayuda profesional.
En ese contexto, la experta en Psicología Social enfatizó que es fundamental cambiar la manera en que se da tratamiento, ya que este padecimiento se agrava en condiciones de pobreza y por no cumplirse las necesidades básicas, lo que aumenta las brechas de desigualdad relacionadas con salud.
Entre los síntomas están: disminución del interés o capacidad de disfrutar las actividades, pérdida de peso o aumento del apetito, insomnio o hipersomnia, agitación o lentitud psicomotoras, fatiga o pérdida de energía, sentimientos de inutilidad o de culpa excesiva, reducción de la capacidad para pensar o concentrarse y pensamientos recurrentes de muerte.
Al mencionar las consecuencias de este trastorno mental, la académica refirió que es la principal causa mundial de discapacidad y contribuye de forma importante a la carga general de morbilidad; es decir, de días vividos sin salud.
Esta situación se da por la falta de atención temprana del padecimiento, ya que de acuerdo con Medina-Mora Icaza los tratamientos no llegan a la población y tampoco hay abasto de medicinas. Expuso que la situación se agrava cuando se asocia a enfermedades físicas.
Para dar mejor tratamiento hay que tener en cuenta que hay varios tipos de depresión o episodios depresivos, los cuales pueden variar con el tiempo, o incluso algunos pueden durar años.
La también profesora de la Facultad de Medicina manifestó que tener síntomas no significa que se padezca la enfermedad; hay que ser cuidadoso con la instrumentación para el diagnóstico.
En ese sentido, aseguró que la depresión se mide a través del trabajo experto, por la manifestación de los síntomas, con escalas de instrumentos diagnósticos, cuestionarios con una gama amplia de preguntas con duración de al menos dos horas, por ejemplo.
Enojo o irritabilidad, otros síntomas
Por otra parte, al dictar la conferencia “Depresión en tiempos de COVID”, la académica de la FP, María del Carmen Ramírez Camacho, indicó que para considerar una alerta por depresión los síntomas se presentan de manera continua por más de dos semanas.
“Son sensaciones similares a la angustia, preocupación y a la pérdida de interés en aquellas actividades cotidianas atractivas para las personas en cuestión”, detalló en el encuentro convocado por la Unidad de Desarrollo de Materiales de Enseñanza y Apropiación Tecnológica de la FP.
No obstante, en nuestro país también se han posicionado sintomatologías como enojo o irritabilidad, sobre todo entre los más jóvenes, además de un estado de fatiga constante, incluso un sentimiento de inutilidad, acotó.
“En la depresión intervienen factores genéticos, ambientales, también bioquímicos y los rasgos de personalidad. Se trata de un desequilibrio en ciertas sustancias cerebrales, como la serotonina, la dopamina, y la noradrenalina, las cuales ayudan a regular los estados emocionales o procesos relacionados con estos”, destacó. (UNAM)
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