Jan Ilhan Kizilhan, profesor universitario en Baden-Wurttemberg (Alemania) y Duhok (Irak) que ha tratado a más de 1.400 jóvenes convertidas en esclavas sexuales por los yihadistas en Siria, asegura que las reglas han cambiado y la comunidad yazidí ahora puede aceptar a aquellas que han sido violadas por el Estado Islámico (EI).
Pero, «el problema son los niños», asevera, pues los pequeños engendrados por los yihadistas serían «musulmanes» por lo que no podrían ser aceptados en la comunidad yazidí, explica el especialista.
De acuerdo al sitio web de El Español, el profesor conoce el caso de entre diez y doce mujeres que «han tenido que dejar a sus hijos porque no son bienvenidos», según cuenta a Efe. Los dejan a familias de musulmanes en Mosul (Irak), Deir al Zur o Al Raqa (Siria), entre otras localidades.
Por ello, Kizilhan se encarga de ayudar a esas mujeres y niños, que reciben una atención médica y psicológica escasa en Irak, para llevarlas a Europa, en concreto a países como Alemania o España.
Unas mujeres que, con la mirada perdida y con unos hijos rechazados o estigmatizados, se enfrentan al reto de poder volver a la vida tras haber sobrevivido en el peor infierno.
Trauma y reintegración
Amina Kalo fue una de las últimas yazidíes en salir de Al Baguz, el que era el último reducto del EI en Siria. Ahora le espera un largo camino por carretera para volver a su hogar, donde fue secuestrada por los extremistas hace cinco años junto a otros miles de personas.
Forzada a convertirse al islam, mantiene el velo azul acorde con el color de sus ojos penetrantes, cuya mirada se fija mientras relata el infierno que ha vivido desde la localidad de Amuda, fronteriza con Turquía.
«Nos quedamos en Al Baguz durante siete días bajo los bombardeos. Esperamos a que nos sacaran de allí, pero nadie vino a ayudar», cuenta esta mujer de 42 años en la Casa Yazidí, el único refugio en todo el Kurdistán sirio para acoger a los miembros de esta minoría religiosa rescatados de las garras del EI.
Amina, procedente del pueblo iraquí de Kocho, es una de las cerca de 7.000 mujeres y niños secuestrados por los radicales en agosto de 2014 en la comarca de Sinyar, en el noroeste de Irak y cuna de esta reducida comunidad ancestral cuya religión se basa en el zoroastrismo.
De ellos, unos 3.000 siguen en paradero desconocido desde que fueron raptados por el EI hace más de cuatro años, cuando el grupo radical irrumpió en Sinyar y también asesinó a 5.000 hombres y provocó el desplazamiento de centenares de miles de personas, en un ataque considerado un genocidio por la ONU.
«Estuvimos en Al Baguz con varias familias de yihadistas. Pedimos salir con esas familias, pero los yihadistas nos dijeron que nos iban a entregar después de entregar a sus familias», relata sin un ápice de movimiento en su rostro.
Asegura que finalmente decidió irse con otros yazidíes hasta llegar al monte de Al Baguz, donde se atrincheraron los extremistas durante los últimos días de la batalla, tras perder el control de esa localidad a manos de las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), una alianza armada liderada por kurdos que expulsó al EI de todos sus dominios en el norte y el este de Siria.
Amina relata que su grupo fue alcanzado por un mortero y murió un niño; entonces pidieron a uno de los yihadistas que les llevara hasta las posiciones de las FSD, que los recibieron y evacuaron de Al Baguz.
Amina jura que solo desea volver a casa para reunirse con sus allegados tras cinco años de secuestro en los que tuvo que hacer «trabajos difíciles», sin dar más explicaciones de sus tareas bajo el yugo de los extremistas.
Otras dos yazidíes rescatadas, llamadas Bateza Hiso y Khala Ismail, la acompañarán en el camino de vuelta.
Las mujeres de esta comunidad han sufrido abusos de todo tipo por parte del EI. Convertidas en «esclavas sexuales», fueron vendidas a un alto precio a todo aquel terrorista que podía pagarlas.
El niño adoptado por las yazidíes
En la Casa Yazidí también se encuentra el pequeño Mohamed Yamil, de 5 años. Sus padres murieron en un bombardeo en la provincia de Deir al Zur.
Mira su teléfono móvil y revisa unas fotografías: señala a Abdulá y Yousef. Esos son los niños yazidíes que reconoce tras convivir con ellos en Al Baguz.
Cuenta a Efe que salió de esa población junto a otros niños yazidíes y sus madres, pero no tenía ningún parentesco con ellos. Yamil fue «adoptado» por las familias de la comunidad tras quedarse huérfano.
Desde el refugio en Amuda, espera a que alguien se haga cargo de él, ya que no han podido localizar a su familia en Irak, de credo chií.
Cubierto con numerosas prendas, por el frío y las lluvias que arrecian, a Yamil se le escapa alguna sonrisa cuando las personas de su alrededor le hacen una carantoña, escondiéndose en el regazo de las mujeres que le llevan cuidando durante semanas. (EL ESPAÑOL)
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