“Quién oye y calla…”
A veces me siento abrumada con tantas noticias acerca de violencia en contra de las mujeres, tanta aflicción me causan, que me alejo por días y las dejo de seguir porque me cansan emocionalmente. Es en esos momentos donde pienso que sería mejor para mi salud mental hacer una pausa, sin embargo, siento el compromiso de transmutar esas noticias en una reflexión y algo positivo para que más personas hagamos consciencia. Pienso que mi abuela me diría “quién oye y calla, consiente, si no contradice estando presente”.
Apenas en una semana me encontré con la noticia del feminicidio de Valeria Márquez; el pederasta Teófilo L, mal nombrado por los medios amarillistas como “Pellicot Catalán”, la vinculación a proceso del jefe de deportes de la UPAEP por el abuso a una menor y una cadena sin fin de noticias sobre violencia contra las mujeres que he dejado pendientes en su seguimiento, porque al buscar las palabras “violencia” “mujer” “feminicidio” o “violación”, los resultados me arrojan una verdad a la cara: la violencia contra las mujeres sigue aumentando sin que nadie pueda poner freno o controlar la situación.
En momentos así caigo en cuenta que a pesar de la legislación a favor, tenemos una cultura de la impunidad y la indolencia, que permite las violaciones a la ley y hasta las consiente.
El caso de Teófilo, pederasta que aplicó el grooming con una preadolescente que se encontraba bajo la tutela del estado catalán, ya debería escandalizar a la sociedad lo suficiente, pero al ver qué esto no es así, la prensa busca nombrarlo el “Pellicot catalán” porque este hombre videogrababa las agresiones que él y sus compinches realizaban a la menor, estableciendo similitud con el caso de Francia y de paso, faltándole al respeto a Giselle Pellicot, quién se ha pronunciado a favor de las víctimas y de que la vergüenza cambie de bando.
Pero con estos actos, la prensa invisibiliza su nombre y su lucha, haciendo más importante al agresor que a quienes se enfrentan a él.
Algo similar sucede con Valeria Márquez, el caso es llevado con sensacionalismo, plagado de comentarios y opiniones en redes sociales juzgando su aspecto físico y su actividad económica, como si ello justificara la violencia ejercida sobre algunas mujeres, clasificándonos como “violables” y “culpables” de lo que nos pasa.
No importa si somos mujeres del primer o el tercer mundo, si somos adolescentes o adultas, nuestra condición de mujer es cualidad suficiente para que cualquier hijo de vecino se sienta con derecho sobre nuestra vida y nuestro cuerpo.
Por si fuera poco, las autoridades se muestran distantes, desinteresadas y francamente cómplices ante la violencia que vivimos.
Así como lo denuncian las mujeres que entablan una demanda de divorcio, pensión alimenticia o patria potestad contra el padre de sus hijos e inmediatamente tienen al aparato judicial en su contra, actuando a favor de los intereses del agresor y convirtiéndose en un óbice para que los infantes puedan gozar de sus derechos plenamente, todo a través de influencias y mañas bien arraigadas en el manual de la violencia vicaria.
Pero, como decía mi abuela, “quién oye y calla, consiente, si no contradice estando presente”, por esta razón, la exnadadora Teresa Ixchel Alonso, a través de sus redes sociales, expone los abusos que realizan los entrenadores y otras autoridades deportivas contra sus atletas y demanda que la CONADE tome cartas en el asunto para detener la violencia que viven dentro de las actividades deportivas. Como Tere señala, estos casos se pueden evitar si la dirección realmente se interesa en establecer protocolos efectivos contra éstas prácticas y no, dedicándose a las redes sociales y haciéndole al “influencer” como su máxima autoridad Rommel Pacheco.
Merecemos espacios seguros, trabajar con tranquilidad sin miedo a que nos acose el jefe o el compañero, estudiar sin que ello signifique que el maestro puede pedirnos acceso a nuestro cuerpo y sexualidad a cambio de una calificación. Merecemos estar en paz si una relación termina y no funciona, no andar con miedo a las represalias y venganza que pueden menoscabar nuestra calidad de vida, la de nuestros hijos o incluso terminar con ella.
En los días que más me pesa escribir esta columna, recuerdo que mi propósito es informar y quizá generar consciencia de que no es normal que vivamos con miedo y que no tiene porqué ser así. Porque como diría mi abuela “quién oye y calla, consiente, si no contradice estando presente”, y aquí, no contarán con la comodidad de nuestro silencio, ni con el consentimiento para seguir lastimándonos. Seré voz y letras siempre que alguien quiera escuchar y leer acerca de los derechos humanos de las mujeres.