COMO DECÍA MI ABUELA

«Entre la mujer y el gato…

 Mientras los dichos de la abuela resonaban en la cocina y las áreas comunes de la casa, los del abuelo, casi siempre, se hablaban en el corral de sus gallos. La tarde en qué mi tío regresó a la casa paterna después de un fallido matrimonio, mi abuelo lo llevó al corral y, mientras yo iba a recoger los huevos para el pastel que preparaba mi abuela, le decía: nombre mijo así son todas «entre la mujer y el gato, ni a cuál ir de más ingrato». Yo regresé a la cocina pensando si mi abuelo, al hablar de «todas«, también se refería a nosotras, las mujeres de su clan.

Ciertamente el refrán al que hago alusión, no era de la autoría de mi abuelo, sino que, forma parte de la cotidianeidad y «vox populi«. Creo que, porque se malentiende a las dos criaturas a qué hace referencia, tanto a las mujeres, cómo a los gatos.

En los momentos en que puedo dedicarme a leer o escribir, una de mis gatas viene y se recuesta en mi regazo, haciéndome compañía y brindándome, a veces, un suave ronroneo. Sólo aquéllos que no conviven con gatos o no respetan sus límites podrían tildarlos de «ingratos«. Los gatos, generalmente, obsequian a sus humanos las presas que logran conseguir, tal y cómo lo hizo el personaje de Charles Perrault ¿Pudiéramos pensar que es ingrato aquél que nos brinda su trabajo y su tiempo?

A las mujeres, se les suele dejar la carga del trabajo doméstico, porque «se les da más fácil», «son trabajos delicados como ellas» y otras vanas excusas sobre las cuales se sustentan las dobles o triples jornadas a qué son sometidas muchas mujeres en nuestro país. Y al igual que el gato, esas mujeres sólo nos están brindando su trabajo y su tiempo.

Los gatos reclaman su espacio, son muy territoriales, por lo que no aceptan con facilidad los cambios. También imponen sus límites, no les gusta, por ejemplo, que los tomemos por sorpresa mientras toman una siesta para jugar con ellos. Si lo haces, ¡Prepárate para los arañazos! En el caso particular de mis gatas, tienen humores distintos y sus humanos favoritos, por lo que, sí son interrumpidas en su siesta, van a reaccionar de manera distinta al principio, aunque más o menos con el mismo resultado según se insista en molestarles o se las deje seguir durmiendo.

También las mujeres estamos aprendiendo a defender el territorio, a reapropiárnoslo, a reinventar nuestros espacios. Igualmente estamos reclamando por nuestro derecho a estar «en paz», reivindicando nuestros cuerpos y nuestra esencia como humanas. Tal parece que «nuestras formas» han provocado que personas faltas de juicio nos tachen de ingratas, solo porque no van de acuerdo con el canon o dogma de lo que es ser “buenas mujeres”, pero, valga recordar que esos términos no fueron ideados por nosotras, sino que nos fueron impuestos por un patriarcado histórico que, aun en la actualidad, sigue imperando en la subjetividad colectiva.

Ingrato o ingrata es, según la RAE, «que no corresponde al trabajo que cuesta labrarlo, conservarlo o mejorarlo». Atendiendo a esta definición, resulta mucho más congruente ejemplificar la palabra “ingratos” a través de aquellos personajes que, en el desempeño de un cargo o función públicos, no sólo no lo hacen ni buscan mejorarlo, sino que, además, lo explotan con fines personales y para servir a los propósitos de «la casa grande», pero a ellos, no les decimos ingratos, antes preferimos hacer un despliegue de eufemismo y llamarles Senadores, Diputados y Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Sostengo que el problema con los refranes no es lo que dicen, sino, quién lo dice y con qué intención, así que, ante las omisiones de la CNDH y los votos emitidos por el congreso a favor de la militarización del país, me permito reescribir el refrán con el que inicié hoy esta columna, «entre la Comisión, el senador y el diputado, ni a cuál ir de más ingrato».