AMLO versus la Ciencia Política
El desgaste político de un presidente o del partido en el poder parece inevitable cuando los resultados económicos y de seguridad no son los esperados. La teoría, sin embargo, no aplica para AMLO.
La crisis económica, los problemas de seguridad y las dificultades para atender la pandemia no han dañado, al menos no considerablemente, la imagen que el político tabasqueño proyecta frente a su electorado.
En medio de la incertidumbre provocada por el encierro, y sin un programa contracíclico dirigido a revertir o atenuar los efectos económicos del paro; desprovisto, según varios analistas, de una agenda que oriente la acción en materia de seguridad; y, de acuerdo con lo prometido en enero por el propio Gobierno, algunas de las metas de vacunación incumplidas hasta el momento; la imagen y la popularidad del presidente, a decir de la mayoría de los sondeos de opinión, se consolida, permitiéndose el lujo, además, de cerrar espacios de expresión y trabajo electoral de la oposición que pongan en riesgo la mayoría de Morena y sus aliados en la próxima elección para renovar la Cámara de Diputados.
Paradójicamente, en la medida en que a principios de este año se revelaron los resultados de una caída histórica del PIB en 2020 y el incremento alarmante de muertes y contagios por el Covid-19, mayor parece la capacidad del presidente para alinear al apoyo popular en torno a su persona y a favor del movimiento que encabeza.
¿Por qué sucede esto? La teoría política establece, en términos generales, tres factores que determinan las variaciones en el apoyo político a un gobierno o a un presidente. Los establezco en el orden que los propios analistas los colocan según su importancia. En primer lugar, los resultados del desempeño gubernamental, principalmente en lo que respecta a los indicadores económicos. Segundo, el estilo personal de ejercer el liderazgo presidencial, que va desde el discurso y la narrativa oficial hasta el trato a sus adversarios. Por último, la habilidad del gobernante para convertir los programas públicos o el mero anuncio de ellos, en popularidad y votos.
Es evidente que AMLO rompe con la teoría. El crecimiento en la popularidad del presidente, registrada en febrero de este año, a pesar de los problemas de salud, seguridad y economía, dados a conocer justo un mes antes, refiere que el respaldo a su gobierno no está relacionado, como sí sucede en la mayoría de las democracias, el grado de satisfacción ciudadana respecto a los resultados económicos, entre otros componentes de la gobernabilidad.
En esta perspectiva, el performance político opositor empecinado en lograr que el electorado responsabilice al gobierno de la situación económica, y más todavía, conseguir que el día de las elecciones cobre la factura al partido del presidente, carece, por decir lo menos, de capacidad táctica y visión estratégica. Ya que, la realidad es muy diferente: la caída del PIB en 2020, las más pronunciada en décadas, catapultó a AMLO de un 50% a un 60% en su popularidad y aprobación.
La realidad es que la teoría política explica todo lo que sucede en la gobernación y la conducción del Estado. Si bien, para el caso de la política mexicana, los politólogos fallaron al predecir una caída en la popularidad del presidente a causa del desplome en la economía, sí aciertan en establecer que la legitimidad de AMLO no se sustenta en la efectividad gubernamental, como sí en la lealtad de su base electoral y en el afecto y agradecimiento de los beneficiarios de los programas sociales.
De ahí que, en sus discursos y en la narrativa oficial, el presidente y su partido busquen, en todo momento, reforzar la congruencia entre las creencias de su base electoral y simpatizantes y las del movimiento que encabeza.
Es decir, la popularidad de AMLO se sustenta en su capacidad para salvaguardar, con el uso del discurso y de acciones espectaculares, la creencia popular de que la forma de hacer política y el estilo particular que imprime a su Gobierno son lo más apropiado para un país dinamitado por la corrupción y lacerado por la pobreza y la desigualdad.
Por último, el grado con el que el presidente López Obrador compensa electoralmente los posibles problemas en las funciones básicas de gobierno para promover el crecimiento económico y garantizar la seguridad de los ciudadanos, es con la movilización de su estructura territorial y electoral para transformar los padrones de beneficiarios y la opinión pública favorable en votos.
La mayor precisión la tendremos al día siguiente de las elecciones. Sabremos si la realidad se adapta a la teoría o la acción política de AMLO arroja al balde de la basura décadas de estudios políticos que intentan predecir el comportamiento electoral de los ciudadanos.
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