Era común que las familias que habitaban pequeños departamentos en Moscú tuvieran dachas (casas de campo) donde pasaban vacaciones de verano, cultivando verduras y ahumando carnes y pescados.
Y Liena empleada del departamento del Ministerio de Asuntos Exteriores que atendía a los corresponsales, me invitó a pasar un fin de semana en la de sus padres, que por estar jubilados vivían ahí permanentemente y querían conocerme.
Haciéndome la inocente, le pregunté si no era violatorio de las normas viajar más allá de los 36 kilómetros permitidos.
Y pese a ser funcionaria de la oficina que lo prohibía, contestó que no habría problema porque iríamos en un tren que usaba con frecuencia y nadie nos molestaría y así fue.
Al bajarnos, caminamos largo rato pisando la nieve que caía en grandes copos y crujía bajo nuestros pies; muy lindo.
Como arreció el frío, me quité los guantes para bajar las orejeras de la chapka (gorro) y al ratito dejé de sentir el dedo chiquito de la mano izquierda.
Liena se agachó rapidísimo por un puñado de nieve y se abalanzó para frotarlo.
Y cuando un espantoso dolor me avisó que lo sentía de nuevo, me explicó que sin frotarlo se hubiera caído; porque lo congelado, fueran dedos, orejas o narices, se rompía como cristal y si era la cabeza, daba meningitis.
Otro frío día debía ir a la embajada mexicana porque me había convidado a comer, el embajador Horacio Flores de la Peña; magnífica persona y de conversación muy interesante porque había sido, director de la Facultad de Economía de la UNAM y del CIDE, secretario de Patrimonio Nacional y embajador en Francia.
En verano me gustaba caminar hasta la estación del metro Sokol, la más cercana a la calle Walter Ulbricht donde vivía y cuyo nombre recordaba al obrero ebanista presidente de la República Democrática Alemana de 1960 a 1971.
Pero en invierno me daba tristeza ver viejitas, que seguramente habían estado en la Segunda Guerra Mundial y se habían sacrificado por la URSS, que para subsistir debían palear nieve, barrer escaleras o vender ramitos de estragón y perejil, sin ropa adecuada para estar a temperaturas bajo cero; así que tome un taxi.
Me tocó un chofer ucraniano muy platicador, que se rio cuando le pedí llevarme a la mexicanscaya dom (casa mexicana) porque no recordé, como se decía embajada.
Se dice fasolvo, dijo insistiendo que repitiera, fa sol vo, fa sol vo y comentó que los mexicanos éramos muy alegres y la víspera, había llevado dos al aeropuerto.
Y lo que es la vida, en los viajes que hice sin permiso lejísimos de Moscú, no me pasó nada y a las puertas de mi embajada estuve a punto de ser apresada.
Estaba bajándome del taxi y pagando lo del recorrido, cuando de una caseta salió un hombre que en segundos y con jalones tan fuertes que casi arrancan una manga a mi abrigo de piel, intentó meterme a un coche jaula de policía aparecido como de la nada.
Gracias a Dios, no me ataranté; le di patadas, grité en español pidiendo auxilio y fasolvo y el taxista tocó el claxon, antes de arrancar a toda velocidad.
Inmediatamente salieron sin gorros ni abrigos por las prisas, Antonio Dueñas Pulido y Manuel Portilla Quevedo, canciller y consejero de la embajada.
Y mientras Toño me llevaba abrazada al interior porque estaba asustadísima, Manolo explicaba a la policía que era mexicana y no soviética, queriéndose asilar.
Sin su rapidez, que aun agradezco porque arriesgaron su salud, quien sabe qué me hubiera pasado.
El embajador se mostró muy indignado, dijo que reclamaría y mandó coser la manga del abrigo.
Y para contrarrestar con lo ocurrido, le conté que había hecho algunos viajes perfectos sin autorización oficial.
Se sorprendió por las restricciones y me explicó que en la diplomacia, normas y protocolos deben ser correspondidos y como México no ponía límites a los periodistas soviéticos, haría una nota exigiendo lo mismo para los mexicanos.
Añadió que dudaba tuviera efecto, porque los funcionarios rusos eran muy racistas y trataban a los diplomáticos latinoamericanos, “como infelizaje”.
Y me recomendó muchísimo, informar mis movimientos a la embajada y no viajar sin permiso.
Meses después, ya en México, supe por una nota del 14 de diciembre de 1985 en El País, que Manuel había sido brutalmente golpeado y asesinado de un tiro en la cabeza, por dos de los 4 hijos que tenía con su exesposa, Valentina Sumin; hija de un importante militar soviético.
El crimen había ocurrido la noche del 30 de octubre y para evitar que testificara, fue también asesinada María del Carmen Cruz Hernández, originaria de Oaxaca y sirvienta de la familia.
Flores de la Peña declaró que Jorge Sumin de 22 años y José Portilla Sumin de 15, habían sido detenidos y confesado y por ser menor de edad, José tendría defensor de oficio.
Cables de UPI y otras agencias, precisaban que Jorge hijastro y José hijo, habían sido liberados inmediatamente y por gestiones de México, detenidos nuevamente el 28 de noviembre.
Y que en la URSS el asesinato tenía pena de muerte.
Que Manuel se había divorciado de Valentina tres meses antes, porque usaba su pasaporte mexicano y contactos oficiales, para traficar con objetos que era prohibido sacar del país.
Y acusada de complicidad, contrabando de artículos de lujo y venta de obras de arte, podría enfrentar 15 años de cárcel.
Para este artículo, busqué en Internet información más actual y encontré:
*Un largo resumen sobre Valentina, que afirma se nacionalizó estadounidense, vive en Tucson Arizona, es doctora en temas mineros, consultora de empresas mexicanas como Altos Hornos, Alpha y Anaconda y conferencista hasta 2004.
*Un oficio del 5 de noviembre de 2009, en el que Manuel Portilla Sumin, José Portilla Sumin y Jorge Quevedo Kuznetsov solicitan al gobierno de Venezuela, “Reconocimiento de Nuestra Condición de Venezolanos”.
*Un extenso artículo sobre Jorge Portilla-Sumin, en el portal Military Review del 28 de octubre de 2010, que lo llama “autoridad entre los ladrones” y entre otras cosas horribles asegura, que controló muchos años la fábrica de municiones Klimovsk donde inventó una pistola especial para reprimir disturbios.
Que de joven fue miembro del equipo mexicano de ciclismo «y culpado del asesinato de su padrastro y sirvienta, pero no los mató; solo terminó con ellos con un tubo y dándoles un tiro, porque los asesinatos los cometió su hermano José”.
Que fue condenado a 14 años en una cárcel de Georgia, amnistiado en 1992 y enviado como asesor gubernamental a EEUU, donde compró armas para una organización georgiana en guerra contra Rusia; y al regresar, “protegió el flujo de armas, el negocio del petróleo y el contrabando de divisas” y en esas sigue.
*Y resoluciones de este 2022, del juicio que en un juzgado mexicano de lo familiar llevan hijos de Manuel, reclamando su herencia; porque murió intestado.
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