PARÁSITOS

He aquí un filme que tiene todos los componentes para encantar a los cinéfilos, ganar los principales premios en festivales y dejar con un signo de interrogación a muchos espectadores. Quizás se trate del mejor largometraje en la ya impecable filmografía del realizador surcoreano Bong Joon-ho, acaso una de las grandes obras de los últimos tiempos, que debe ser analizada con cuidado porque se trata de un ejercicio perverso con múltiples lecturas posibles.

Se trata, en efecto, de un filme grande, inabarcable en un solo visionado, un ejercicio de caligrafía cinematográfica atrevido y una película de ésas que todos adoran, aunque no siempre se comprenda en su justa dimensión.

Recuerda lo sucedido con “Terciopelo azul”, la poderosa obra maestra de David Lynch, cuyos verdaderos méritos fueron descubiertos a medida que pasaba el tiempo e influía de manera determinante en los realizadores que se fascinaban con su estética y sus planteamientos temáticos.

Lo que resulta innegable es que ‘Parásitos’ es el punto culminante en la prolífica y industria cinematográfica del país asiático, objeto instantáneo de culto para los amantes del cine, uno de esos títulos clásicos que, muy de tarde en tarde, aparecen para recordarnos de manera contundente que el cine es un arte que todavía tiene mecanismos para sorprendernos, cuando creíamos haberlo visto todo.

En primer lugar, “Parásitos” ostenta una dirección, puesta en escena y narrativa que deslumbran: rigurosa, pulcra, cercana a la perfección técnica en sus múltiples detalles, demostrando que el realizador Bong Joon-ho ha alcanzado su obra fundamental en su carrera.

Hay un trabajo realmente hermoso en la forma como el director ubica a sus personajes dentro del cuadro, cómo mueve la cámara con una precisión milimétrica y la manera en que trabaja con los motivos de sus personajes, con las emociones, logrando plena belleza en sus instantes ligeros así como en las secuencias más lúgubres y decadentes. Como suele suceder con los grandes directores, todos estos mecanismos se hacen invisibles, fluyen con elegancia y hacen que todo el conjunto resulte sobresaliente.

“Parásitos” tiene una lectura inicial acerca de una familia pobre –que huele a pobreza- que se introduce con engaños en el seno de otra familia, rica, poderosa y en cierto modo, parasitaria también. Allí se inicia el choque entre los que carecen de todo y que metafóricamente viven en el subsuelo, rodeado de hedor y bichos, con quienes tienen de sobra y se aburren en un mundo calculado y hedonista.

De este modo, la película deslumbra con su propuesta narrativa, y convierte lo que aparentemente es solo un drama con una fuerte carga de crítica social, en una experiencia apasionante, que se toma su tiempo para ir descubriendo sus otras capas significativas, siempre cargada de sensaciones que provocan a los espectadores.

Se trata de un laberinto que respeta las reglas esenciales del cine coreano —por ejemplo, su estructura en cuatro actos— para sorprender, deleitar y molestar en las mismas proporciones.

Con una cinematografía destacada, que incluye piezas esenciales como “Mother” y “The Host”, el director Joon-ho fusiona de manera notable los géneros del thriller y el drama con subgéneros como comedia negra, parodia y psicologismo. Todo esto genera una mezcla de connotaciones fuertes, que deriva en una secuencia final que puede dejar con la boca abierta a los espectadores, sobre todo para quienes solamente entienden el cine como una máquina para entretención.

Con dos horas y cuarto de duración, “Parásitos” se convierte en una película indispensable que, aun cuando no sea del agrado de todos, es una experiencia en el amplio sentido de la palabra, que sacude al espectador.

Autor de ‘Memories of Murder’ (2003), ‘The Host’ (2006) y ‘Rompenieves (Snowpiercer)’ (2013), este filme muestra a una familia pobre y a una muy rica, donde la primera trata de convertirse en la segunda y, en ese duro y perverso proceso, algo terrible ha de suceder.

Pero también se refiere a las ilusiones, de cómo la riqueza enceguece a quienes la poseen como a quienes la desean, y a través de ello se relaciona con el tema de la marginación, de lo que sientes aquellos que quedan al margen del sistema, que no existen en ninguna estadística oficial, que no son importantes para nadie.

Son, por una parte, los Kim —padre, madre y dos hijos que irían a la universidad si pudieran permitírselo— que sobreviven en un sótano plagado de cucarachas, que se desplazan ellos mismos como insectos por el oscuro y reducido espacio, tratando de obtener señal de WiFi gratuita, mientras la cámara revela el caos del lugar, haciendo un paralelo con “La metamorfosis”, de Franz Kafka, pues ellos se han transformado en insectos que se retuercen en un fondo siniestro. Este esquema terrible se altera, de súbito, cuando el hijo mayor tiene la oportunidad de dar clases particulares a domicilio a una adolescente, hija de una familia rica: los Park.

Con este suceso, el filme nos conduce al polo opuesto: a la mansión opulenta, de suelos de mármol, hiper tecnológica, donde todo es pulcro, amplio, descomunal y frío. Este escenario abre el apetito del muchacho, que se da cuenta de las posibilidades que tendría él y su familia si se apoderaran de ese entorno.

A partir de esta situación, el director con maestría absoluta, convierte la mansión en un laberinto físico y metafórico, que va revelando sus secretos con elegancia y economía.

A partir de una terrible tormenta, la vida se transforma para todos, revelando un hecho incuestionable: todos los personajes son feos, repulsivos y dañados y por ello “Parásitos” es una continuación en las preocupaciones por las desigualdades de clase que han estado presentes en mayor o menor medida en las películas de Bong al menos desde ‘The Host’.

¿Quiénes son los parásitos a que alude el título? ¿Los Kim, que invaden a los Park para apropiarse de sus bienes y su felicidad aparente? ¿O los Park, navegando en una vida de lujos y excesos? A partir de estas interrogantes surge la arista política inevitable: de cómo un sistema se convierte en insano a través de un capitalismo desaforado.

Con buen sentido, el director evita la tentación de dar “respuestas” y si bien el filme revela conciencia social, no hay juicios a priori, no hay recetas y en ningún momento se cae en los discursos moralizantes. Y así como evita el facilismo temático, “Parásitos” tiene una cantidad de giros argumentales que nos incapacitan para adivinar qué pasará después. En cualquier caso hay que dejarse llevar por este notable filme que, insistimos, estará valorado años más tarde, cuando se puedan aquilatar sus aristas más perversas y decante como suele suceder con todas las grandes obras del cine.

Indiscutiblemente, se trata de una pieza mayor del cine contemporáneo, un filme que se ubica de inmediato entre los mejores de su director y que viene a estimular de manera brillante un panorama fílmico casi siempre ahogado por películas hechas con moldes y recetas predeterminadas.

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El Heraldo de Saltillo
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