Churrería “El Moro” en la Ciudad de México
En la calle, en la escuela, en el mercado o donde nos encontremos, podemos conseguir un delicioso postre que conocemos como “churro”, el cual, usualmente se acompaña de chocolate o café, pero que igual lo podemos comer solo.
Se trata de una masa frita en aceite, elaborada con harina y algunos ingredientes dulces, que al salir de la sartén, se espolvorea con azúcar y en muchas ocasiones se rellena de cajeta (dulce de leche), leche condensada, chocolate líquido y hasta caramelo.
Un postre delicioso que tiene historia, pues se ubica su origen en Cataluña, a principios del siglo XIX, aunque se desconoce quién fue su creador, pero posiblemente provienen de alguna tierra árabe, por el uso de especias.
Así púes, los churros han trascendido el tiempo y el espacio. Llegaron a México, gracias a los españoles que se asentaron en Puebla, en un local que se ubicó en el centro histórico de aquella ciudad y poco después, en 1935, se volvió una moda en la Ciudad de México, año en que también se fundó la churrería “El Moro”, un pequeño local que nos suele trasladar al pasado.
En una de las avenidas más longevas de la antigua capital de la República, antes conocida como Niño Perdido, luego San Juan de Letrán y hoy llamada Eje Central Lázaro Cárdenas (en honor al Tata), en el número 42 se encuentra la icónica churrería ‘El Moro’, cuya mejor forma de situar es por el emblemático aroma que despide y que se esparce por las calles cercanas. El chocolate espumoso y la masa frita con canela, se pueden olfatear cuando se encuentra cerca del lugar.
Quienes emergen del inframundo al Centro Histórico de la Ciudad de México en la estación del metro San Juan de Letrán, se ven expuestos a un aroma que primero invita y después exige al paladar a deleitarse con unos ricos churros.
Al salir de la estación del subterráneo, los gritos y empujones sirven como referencia para conocer que se ha llegado al lugar esperado. Por un lado los pregones para vender cables de celular, software pirata, fundas para lavadora, mochilas, chamarras y hasta pilas de reloj notoriamente desechables; por otro lado, el slam ocasional, entre los que quieren ingresar a la estación, los que desean salir y los que se acercan a los comercios ambulantes que rodean las escalinatas del metro, remolinando el tránsito peatonal, es un ritual inevitable para ingresar a este paraíso citadino del postre frito.
Los letreros luminosos, en forma de vitrales en tonos azul y blanco, con letras entre café y rojizas son inconfundibles: “El Moro”, “Churrería” y “Chocolatería”, esos son los significantes del sabor y el sello en piedra que indica que fue fundada en 1935, la llave absoluta de la identificación. Ingresamos con muchas expectativas, porque los comentarios favorables son incontables.
Los meseros van y vienen, el bullicio es constante, todos piden, todos desesperan y todos acompañamos con la mirada un vaporizante pedido, muy probablemente es un chocolate y una buena dotación de churros, que cruzan como partiendo plaza en las corridas de toros, por el centro del lugar, hasta una de las primeras mesas de la entrada.
Llegamos temprano y por ello somos privilegiados, porque nos cuentan que los sábados está abarrotado El Moro, porque a medio mundo se le ocurre venir a disfrutar de loa manjarcillos del lugar. Nosotros encontramos mesa y podemos pedir sin tanta espera.
Los manjares no se reducen a churros y chocolate, también hay comida más sustanciosa para anteceder al postre. Nosotros llevamos a las pequeñas Ale y Fer y pedimos primero una tortita de pierna con mole para cada uno, acompañadas de dos refrescos (sodas) y dos malteadas.
Segundo tiempo, luego de darle su primera ofrenda al antojo, una ronda de churros y dos chocolates. Karina pide palomitas de churro para Fer y todos comemos de ahí, para acompañar nuestra lactosas bebidas, que seguramente van a traer consecuencias digestivas más tarde, pero por el momento, a disfrutar.
El lugar comienza a llenarse rápidamente y nosotros hemos terminado de comer. Hay que volver a casa y es hora de partir, para regresar a la realidad citadina de la CDMX.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com
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