La caravana migrante no es un problema, es una oportunidad
La caravana migrante, integrada por más de 7 mil personas con destino a Estados Unidos, ha desempolvado un viejo debate que muchos mexicanos prefieren dejar guardado en el ropero. No porque sea una crisis migratoria en la frontera de los EU que ponga en riesgo la relación de México con Donald Trump (si es que existe algún tipo de vínculo), sino porque se ha convertido en una «casa de espejos”, en donde con sus discursos, los distintos actores políticos del país se dan trompazos contra los espejos creyendo que entre ellos hay una salida por donde pueden escapar y encogerse de hombros frente a un problema social delicado, pasando por alto la imagen de un país que es incapaz de defender con contundencia a su población en su propio territorio y en el extranjero, pero que frente a los migrantes sudamericanos, arman grandes debates y formulan prodigiosas declaraciones.
Desde el primer hondureño o salvadoreño que ingresó o pidió asilo en México, hemos escuchado de todo: comenzando por las posiciones más duras como la de «El Bronco”, gobernador independiente de Nuevo León, refiriéndose a que los migrantes «son un problema de seguridad que podrían restar oportunidades para los mexicanos”, hasta las perspectivas más suaves como la del obispo de Saltillo, Raúl Vera, que no de ahora, desde siempre, ha señalado la obligación del gobierno y de la sociedad mexicana para ayudar a quienes «huyen del hambre, la miseria y de la violencia”.
Luego, pasamos por intervenciones poco comprometedoras, que huelen a política, como la del canciller Luis Videgaray, al señalar que en México se «habrá de aplicar la ley, pero siempre de una forma humanitaria”.
También leemos notas controvertidas que señalan una posible manipulación de la caravana migrante con tintes políticos. Y cerramos con declaraciones más elaboradas como la de López Obrador al precisar que se «requiere un plan de intervención para promover a través de la inversión, el desarrollo de los países expulsores de migrantes”, pero, por lo pronto, señala el presidente electo, «habrá que garantizar sus derechos, protegerlos y brindarles oportunidades de empleo”, lo que incluye una eventual visa de trabajo para ellos.
Antes de tomar partido o señalar con dedo inquisidor a alguna de éstas u otras posiciones, debe quedar claro que, cuando está en juego la integridad de las personas, no de aeropuertos u otras grandes obras, sean mexicanos o extranjeros que habitan o transitan por el país, la injerencia de gobiernos extranjeros debe suprimirse.
En este contexto y al analizar las distintas declaraciones de los actores, incluyendo la de «El Bronco” que, a pesar de su rigor, puede concebirse como una opinión válida y con elementos suficientes para abrir un nuevo debate, nos percatamos que, como lo señalé al principio de esta columna, el problema no es de Estados Unidos, porque mientras uno o miles de migrantes se encuentren en territorio nacional, la responsabilidad, ya sea de aplicar la ley, de respetar los derechos humanos de los migrantes o para mostrarnos solidarios con la cruzada de los «caravaneros” para acceder a mejores oportunidades de desarrollo, es de la sociedad y del gobierno de México.
La caravana migrante puede ser el punto en donde se inicie un ejercicio de pensamiento crítico y detallado si queremos convertirnos en un país más solidario con nuestros vecinos del sur, pero a la vez más diligente y eficaz en la atención de nuestras propias necesidades y carencias.
Así como una parte de la opinión pública y líderes políticos estiman que no podemos exigir que se aplique la ley y se deporte a los migrantes, porque con ello estaríamos avalando que lo mismo suceda en Estados Unidos con nuestros connacionales, tampoco debemos desestimar las voces que piden que no se aproveche la crisis migrante para intentar tapar el sol con un dedo y desviar la atención de las problemáticas de seguridad, violencia, falta de oportunidades, pobreza y violación a los derechos humanos de nuestra propia gente que habita en el sur del país.
La migración no debería convertirse en un factor que divida a los mexicanos. Al contrario, dado que, a diferencia de los EU y de los países sudamericanos, México es a la vez un país expulsor, receptor y de tránsito para los migrantes, por lo que podría convertirse en un laboratorio para impulsar la política de migración más moderna y solidaria que se conozca hasta la fecha.
Tu Opinión: olveraruben@hotmail.com
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