“Esta palabra es insólita porque va más allá de los gentilicios y aunque nace como uno, que es lo normal, después se desbordó y comenzó a adquirir múltiples significados»
Cuando Pedro Ángel Ramírez Quintana dejó Campeche y vino a la Ciudad de México a estudiar una maestría en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, uno de sus compañeros le bromeó: “¿Y en tu tierra comer tacos campechanos no es canibalismo?”, lo que sorprendió al filólogo champotonense, primero porque jamás había escuchado a nadie usar esa expresión para referirse a una mezcla de carnes y, en segunda, porque allá ni siquiera existen esos tacos.
“Sin embargo, eso me sembró curiosidad, comencé a investigar y descubrí que la misma palabra, además de aplicarse quienes nacimos en Campeche, designa a un campesino en Argentina, a una mujer pública en Venezuela, a una ciruela en Cuba, a una lagartija en Chiapas y a un mal vino en Perú. Asimismo, es un adverbio, el empleado en la frase ‘habló campechanamente’; es un sustantivo, ‘campechanía’, y lo casi nunca visto en un gentilicio, también es verbo, el usado cada vez que decimos que alguien está campechaneándosela”.
De acuerdo a la página web de UNAM Global esta variedad de modos y significados es producto de una evolución histórica que Pedro Ramírez estudió por cinco años, los cuales lo llevaron a concluir una cosa: ‘campechano’ es la palabra maya con mayor carga semántica y la voz de origen indígena que más ha cambiado en el español. Esta pesquisa, además de despejar sus dudas, dio por resultado el libro Documentos lingüísticos de la Nueva España. Provincia de Campeche, coeditado por la UNAM y que el año pasado fue finalista del Premio Real Academia Española (RAE).
Según el filólogo, si bien es cierto que en ninguno de sus apartados —sintaxis, semántica, morfología, etcétera— la lengua se comporta igual, “esta palabra es insólita porque va más allá de los gentilicios y aunque nace como uno, que es lo normal, después se desbordó y comenzó a adquirir múltiples significados. Para entender el porqué de todo esto me dediqué a descifrar su historia”.
Érase una vez un pueblo
Se cuenta que fue un domingo de Lázaro, el 22 de marzo de 1517, cuando los españoles desembarcaron en un asentamiento costeño llamado Ah Kim Pech, nombre que bien podría derivarse de las expresiones mayas kin pech o de can pech, y aunque aún no hay consenso sobre cuál de éstas dos es la raíz verdadera, sí lo hay en cuanto a que de esta voz surgió —un siglo después— el locativo Campeche y su respectivo gentilicio: campechano.
No obstante, ninguna de estas acepciones entró de inicio en los diccionarios; este lugar le correspondió al palo de tintura extraído de esta zona y que se exportaba con gran éxito a Europa, como se lee en el Diccionario de la lengua española de Núñez de Toabada, que en 1825 definía a Campeche como “árbol de América que sirve para tintes”, así sin más. La primera mención de que esta voz también aludía a un poblado se daría entrado el siglo XIX, y a su lado se añadía que campechano se refería a la gente del lugar, dijo Ramírez.
Y casi a la par, agregó, el gentilicio comenzó a englobar un conjunto de características positivas. De hecho, en una de las obras de ese periodo se enumeran significados como franco, dadivoso, dispuesto a la broma, alegre, simpático, sencillo, noble, complaciente, honrado, caritativo y modesto, y así, de definir a una persona, comenzó describir modos y gestos, como se evidencia en este ejemplo tomado de un impreso decimonónico: “No hay conventos, reglas ni ayunos, dijo campechanamente Miguel para animar al pobre anciano”.
A decir del filólogo, esto se inserta en el campo semántico de cualidades. De esta manera, el adjetivo campechano se renovó y además de expresar las bondades de un individuo comenzó a modificar sus acciones. No se me ocurre otra manera de llamarle, pero esta palabra desobediente dio el salto de adjetivo a adverbio.
“Es impresionante la metamorfosis experimentada por este vocablo tan sólo en el siglo XIX. Y eso que apenas vamos a mitad del camino, pues lo que pasó en el siguiente es igual de sorprendente o más”.
El gentilicio que se atrevió a ser verbo
En opinión de Pedro Ramírez, “campechano es una palabra de siempre insatisfecha que, al adentrarse en el siglo XX, quizá se planteó a sí misma: ya soy adjetivo, adverbio, sustantivo y gentilicio (mi significado original); ahora quiero ser verbo. Para un filólogo como yo, esto es la joya de la corona”.
Para adoptar esta modalidad, primero inició con una perífrasis verbal, es decir, se valió de verbos de movimiento (ir o pasar) para indicar acción, como se registra en textos de la primera mitad del siglo XX como: “La gente del sector se parte el alma trabajando sus tierras y las autoridades agrarias se la pasan campechaneando en la tierra de Zapata”. No obstante, muy rápido el vocablo se transformó en verbo pleno, como se aprecia en otro artículo aparecido en diarios poco tiempo después: “Todos queremos un México más justo e igualitario, todos los jodidos, porque las élites están campechaneándosela”.
“Esta estrategia le funcionó, pues perdió la necesidad de tener un verbo de movimiento al lado y así nació el verbo campechanear, que en los contextos anteriores conserva el sentido de despreocupación ya visto antes, aunque en oraciones como ‘me gustan los noticieros de Adriana Pérez Cañedo y Aristegui, pero como pasan a la misma hora, me los campechaneo’, comenzó a aludir a una mezcla”.
En opinión del académico champotonense, la Ciudad de México es la responsable de este sentido inusual y todo nació de la ocurrencia capitalina de llevar esta palabra al ámbito gastronómico, pues más allá de que ellos llaman campechana a cierto tipo de hojaldre, también bautizaron así al taco de bistec y longaniza, a la combinación de cerveza clara y oscura, y hasta al ron con cola y agua mineral.
“Y en este punto llegamos a algo distinto a lo que dicta la regla. Por lo general si un alimento lleva un adjetivo gentilicio es para denotar el origen, procedencia o que conserva elementos característicos del lugar, como en antojito mexicano, que alude a un inventario de objetos hechos de masa, como la quesadilla, el tlacoyo o el huarache. Sin embargo, el taco campechano no tiene origen en Campeche ni ingredientes de ahí, y tampoco hace referencia al estado”.
Para Pedro Ramírez, la publicación del libro el libro Documentos lingüísticos de la Nueva España. Provincia de Campeche no es un alto en su camino, pues en pesquisas posteriores ha encontrado que la palabra campechano es usada por los poblanos con un sentido sexual e incluso escuchó hace poco, cuando caminaba por los pasillos de la FFyL, a un estudiante decir: Yo no elijo materias difíciles, prefiero campechaneármela y no hacer esfuerzo, llevar un buen promedio e inscribirme con puro maestro barco.
“Cada que platico con la gente le pido ejemplos de otros usos y siempre encuentro más, por eso digo que éste es un trabajo inacabado. Las palabras suelen estar restringidas en sus usos, por ello me sorprende lo insólito de que campechano haya seguido otras rutas y caminado, de 1517 a la fecha, una distancia tan larga”.
Entre el arraigo y el desarraigo
La historia de Campeche está íntimamente ligada a los marineros mercantes y a los piratas, y una teoría de Pedro Ramírez sobre las múltiples transformaciones que ha experimentado campechano radica justamente en el espíritu vagabundo que conlleva vivir al lado de un puerto, pues antes de echar raíz y designar a los habitantes de un lugar, esta palabra fue adoptada y llevada de aquí para allá por hombres que sólo estaban de paso por la península yucateca.
Una de las razones ofrecidas para argumentar esto es que incluso en la Nueva Gramática de la Lengua Española de la RAE, de 2009, se establece: “Sólo algunos reconocen un adjetivo gentilicio en campechano”, lo cual quiere decir que, según la Real Academia Española, incluso en pleno siglo XXI esta acepción no es aceptada por la mayoría de los hispanohablantes.
“Desde dentro es difícil entender tantos cambios, así que quizá sea mejor acudir a la historia externa de la lengua. Una vez instalados en esta perspectiva ya es posible proponer que fue la visión externa de los viajeros, comerciantes, piratas, marineros y de quienes pasaban por Campeche la que motivó esta pléyade de transformaciones”.
Sin embargo, subrayó el profesor, esto sólo es una hipótesis porque el cambio se dio en las conversaciones, en la oralidad, en el comentario cotidiano, en el día y día, y en el ir y venir de aquel producto llamado palo de Campeche. Así fue como el gentilicio perdió la referencia de su lugar de origen y los campechanos poco o nada hemos contribuido para innovar, crear o extender significados.
“Lo que sí puedo afirmar es que ningún gentilicio mexicano ha sufrido tantos cambios y ha sido capaz de ganarse un sitio en todas las categorías gramaticales, porque lo mismo es verbo que adverbio, sustantivo y adjetivo; en lo único que falló es en ser interjección y quizá sólo porque en eso se nos adelantó otro estado de la República con su ¡Ay Chihuahua!”. (UNAM GLOBAL)
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