VIVIR EN PRAGA (VI)

 

Como les he contado en estos artículos sobre Praga, donde trabajé corrigiendo galeras de la edición en español de la revista Problemas de la Paz y el Socialismo que editaba la Unión Soviética, en sus alrededores hay muchos castillos porque hasta 1526 fue capital del Sacro Imperio Romano y residencia de reyes y emperadores.

Dejó de serlo cuando el infante español Fernando I, segundo hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, fue electo Rey de Bohemia.

La noticia no agradó a los checos, arrojaron por una ventana a sus emisarios y Fernando enfurecido la cambió a Viena.

Su resentimiento aunado a intereses comerciales y la división entre protestantes y católicos, fueron factores de la Guerra de los 30 años a la que se incorporaron Francia, Inglaterra, Suecia, Rusia, España y Dinamarca, modificando para siempre Europa y debilitando al Sacro Imperio Romano Germánico; concluyó en octubre de 1648, con la Paz de Westfalia.

La Historia dice que los siglos XVIII y XIX fueron de gran crecimiento económico por la revolución industrial; llegó a Bohemia gente de toda Europa y se acrecentó el sentimiento nacionalista.

Dos siglos después, en la «primavera de los pueblos» de 1848, los checos y otros pueblos del imperio austriaco, se sublevaron y fueron aplastados por las tropas imperiales que bombardearon Praga.

Desde entonces y hasta 1918, Praga estuvo ligada a Austria y la casa de los Habsburgo.

Y de esas épocas, son los castillos con leyendas que se han tragado a las historias y los jardines Vrtba, donde solían retratarse los recién casados junto a fuentes y estatuas mitológicas.

En viajes organizados por la revista para sus trabajadores y los delegados de partidos comunistas y socialistas que conformaban su comité editorial, más bien honorario porque era la URSS la que decidía, visité muchos de ellos.

Y a varios, regresé 20 años después con Matías.

Matías no hablaba ni checo ni ruso y el no hablaba español, pero se entendían

Imposible escribir sobre todos esos históricos sitios; mencionaré los que menos me gustaron y más me impresionaron.

Ganan entre los primeros, el Osario de Sedlec; capilla bajo la iglesia del Cementerio de Todos los Santos de la ciudad de Kutná Hora, con 40 mil cráneos humanos colocados “artísticamente”, para formar el mobiliario, con horripilante resultado.

Y el castillo Konopiste construido en el siglo XVII y en cuyas escaleras, salones y hasta cocinas, se exhibían disecados cientos de aves y mamíferos cazados por el archiduque Francisco Fernando Carlos Luis José María de Austria y Habsburgo, príncipe imperial de Austria, príncipe real de Hungría y Bohemia y heredero al trono del imperio austrohúngaro quien, pese a tanto nombre y títulos, se la pasaba viajando y matando lo que tuviera enfrente.

Y como el que a hierro mata a hierro muere, fue asesinado el 28 de junio de 1914 junto a su esposa Sofia, en Sarajevo; episodio que llevó a Austria a declarar la guerra a Serbia y desencadenar la Primera Guerra Mundial.

Entre los segundos, están Lídice destruido en 1942 por las fuerzas de ocupación alemanas, en represalia por el asesinato del nazi Reinhard Heydrich.

El campo de concentración Terezin y la Sinagoga judía de Praga, con su cementerio con piedritas sobre las lápidas en lugar de flores y conmovedor museo del Holocausto.

Circulaba ahí, la leyenda del Gólem llegada a Praga en 1572 cuando el rey Rodolfo II que ya les conté era fanático de los alquimistas, instaló su corte.

Está basada en algo que historiadores consideran falso, porque contradice la actitud de Rodolfo II hacía los judíos: la desaparición de un niño cristiano y la acusación a los judíos de haberlo asesinado.

Para defenderlos el Rabbí Löw creó un Gólem, hombre de barro con rostro y extremidades solo dibujadas, un letrero en la frente y poderes sobrenaturales que permitieron dar con el niño que declaró, fue obligado por su padre a esconderse en el sótano de su casa, para perjudicar a los judíos.

Con el tiempo el muñeco se independizó de su creador, enloqueció y fue encerrado en la sinagoga.

Entre los castillos de preciosa arquitectura y pasado siniestro, destaca el de Buchlov; cuyo propietario fue asesinado en 1582 con un estoque que se exhibe junto a una momia egipcia sin nada que ver en el asunto y donde vaga por toda la eternidad como castigo por meterse con su cuñado, una muchacha vestida de negro.

El día que fuimos había turistas que sonrían para salir dichosos en las fotografías, aunque por dentro se los estuviera llevando el tren, les ardieran los pies por caminar lo que nunca y tuvieran agruras por comida no acostumbrada.

Y otros para que se notara más que eran turistas, llevaban cartulinitas enmicadas con sus nombres.

Matías me había señalado a la entrada a una muchacha de blanca y semitransparente minifalda que dejaba ver que no era la fantasma y no traía calzones.

Media hora después, algo le desató la pasión; porque se puso a hacer furiosamente el amor con un joven que se bajó con prisa su short amarillo; dejándonos tan azorados, que ni los japoneses tomaron fotografías.

También estuvimos en el palacio Arzobispal de Olomouc, donde mataron con solo 16 años, a Wenceslao III.

El Castillo de Cheb lugar del asesinato en 1634, del comandante Albrecht de Wallenstein que no sabe que murió y sigue cabalgando por las calles en un caballo que ahí mismo se exhibía disecado.

Otro castillo con fantasma propio es el de Hodonín; el espíritu de un envenenado por su esposa quedó atrapado desde el siglo XVI y asusta solo a las mujeres.

En otro, era inútil tomar fotos porque Rarášek un duende que ahuyentaba a las visitas, las velaba por si acaso había sido retratado.

En el Castillo Lemberk, se oían de madrugada ruidos de muebles, llantos y un órgano que nadie toca, pero los recorridos turísticos eran de día.

En el castillo de Český Krumlov vivió Julio César d’Austria, hijo esquizofrénico y bastardo de Rodolfo II que lo encadenó un año, porque mató a su amante.

El de Blatná guardaba un tesoro Templario descubierto por un escribano que tras descifrar la clave se esfumó con todo y ahora pena.

El de Námĕšť tenía fantasmas centenarios sin origen conocido, hasta 1927, que un incendio descubrió los cadáveres de un guardabosques y cinco de su familia.

A la fortaleza de Zbiron ni nos acercamos, fue tapiada por los nazis y daba mala suerte.

Y en el de Kunštát, encontraron en 1948 los cuerpos del hijo y la mamá de Erich Hudec inventor del teletipo y desde entonces desaparecido.

 

Autor

Teresa Gurza