SERENDIPIA

Defendiendo a una mujer

En una de las ocasiones en que, como asesora legal de mujeres víctimas de violencia, coincidí con la contraparte y sus familiares, inmediatamente se me reprochó el qué yo solo la defendiera por ser mujer. En un primer momento en mi mente pensé que, devenía lógico que siendo esta la función que me fue asignada, lo hiciera. Por otro lado, que a la par de mis convicciones, defender a las mujeres, me era particularmente lo más natural. No obstante, era claro que el hecho de tomar esa trascendente decisión de estar en uno de los dos lados de este tipo de conflictos traería consigo insatisfacción para alguien, por decir lo menos.

Vale la pena detenerse unos momentos a analizar la situación. Al tener la oportunidad y responsabilidad de apoyar y/o defender a alguna mujer víctima de violencia, puede tener esto origen en algo tan simple como que sea ese tu trabajo si perteneces al sector público, o que hayas elegido a esa cliente si eres del ámbito privado, sin más cuestionamientos alrededor. No obstante, lo difícil no es conseguir algo sino mantenerlo. En este caso es el mismo escenario, puesto que no es difícil empezar a hacerlo, sino que el reto se encuentra en encontrar o confirmar los motivos que requieren de ti para este tipo de casos, diariamente.

Retomemos la frase que a la letra dice: tú solo la defiendes por ser mujer. Es claro que, incluso si el agresor tiene el mismo derecho que la víctima de ser asistido, y estarlo siendo de hecho, lo que le perturba es el hecho de saber que la víctima: no está sola, qué alzó la voz, y que hay alguien respaldándola en lo profesional o la técnica. Es en estos momentos cuando la certeza viene a ti, y es evidente que la violencia por razón de sexo-género, no es una guerra de sexos, como ha venido relatando el amarillismo periodístico y la falta de consciencia individual, sino que se trata de una necropolítica adherida en la cultura.

La violencia por razón de sexo­-género, tiene consigo una premisa concreta: ser mujer. De pronto esto nos parece difuso, y a la vez, improbable de sostener, no obstante, es más bien preciso y conciso. Porque para algunos es raro, y configura incluso un privilegio que haya lugares que se dediquen a defender exclusivamente a las mujeres, tales como el Centro de Justicia y Empoderamiento para las Mujeres en el estado de Coahuila. Empero, son las mismas personas que se dedican a promover los estereotipos por razón de sexo-género, y a su vez en consecuencia, esparcir la violencia. Es decir, en el imaginario del agresor, el sexo-género configura un motivo suficiente para agredir a la mujer, pero resulta soberbio ser lo único necesario para que sea defendida.

Lo anterior se reproduce en materia jurídica, porque la violencia por razón de sexo-género puede encontrarse en todas las ciencias del conocimiento. Es entonces que resulta evidente, que actos jurídicos como el interponer una demanda en materia familiar con pretensiones como el requerir la guarda y custodia de determinados menores por parte del agresor, es en muchas ocasiones un acto de venganza en lugar del ejercicio de un derecho con una justificación legitima. Dado que, regularmente esto responde a una denuncia pública o formal en la que previamente se le señalara al agresor.

Las consecuencias que acompañan a las mujeres y/o infantas e infantes como víctimas de violencia no son ajenas a ninguna mujer, incluso a aquellas que repudien del feminismo por no entrar en conflictos, o falta de información. Lo que se debe evitar al respecto es entonces, el normalizar la violencia por razón de sexo-género, y por el contrario visibilizarla, así como actuar en consecuencia. Despojarse de las formas de vivir, tal y como se han instaurado por el patriarcado. Qué las mujeres dejen de tener miedo de acercarse la una con la otra porque crean que solo otra mujer puede ser su peor enemiga, es un acto revolucionario que puede atraer cambios positivos si procuramos conducirnos recíprocamente, y así ir eliminando poco a poco los estereotipos y prejuicios que impiden una calidad de vida.

Qué los varones se sepan actores determinantes en este contexto de violencia de sexo-género, más no protagonistas es fundamental. Qué sepan que la parte más dolorosa de esta violencia sistemática recae en las mujeres, así como en los niños y niñas, y que, a su vez la parte más difícil de esta transformación hacia una cultura de la paz y una vida libre de violencia, reposa en ellos. Qué sin su cooperación en conducirse hacia las mujeres como personas sujetas de derecho con la misma valía que ellos, seguirá acarreando vulneraciones en derechos humanos tan básicos como lo es el derecho a una vivienda, derecho a una familia, derecho a la seguridad, derecho a la libertad, derecho a la alimentación, entre otros que se adecuan en las circunstancias particulares de cada historia.

 

  • La autora de este artículo es egresada de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila