El cuerpo es el instrumento del alma
Aristóteles
El pensamiento es cosa del cerebro; las emociones, del cuerpo; el sentimiento es resultado de la interacción de ambos. La mente no es, como hasta ahora hemos creído, solo razonamiento abstracto. Nos ha gustado creer que podemos suprimir la operación emocional para vivir solo a partir de la racional.
Existir solo elucubrando, sin ocuparnos de las molestas perturbaciones ocasionadas por lo que hemos dado en llamar emociones negativas, pero sin sacrificar el placer, ha sido un ideal milenario de la filosofía y la ciencia, que desafortunadamente se convirtió en un paradigma, por lo que hemos venido intentando lo imposible: sentir solo bonito.
Como no podemos evitar el lado opuesto, lo hemos “moralizado” e incluso romantizado, para quitarle la connotación de “malo” y mitigarlo. Así, le hemos dado valor heroico a ciertas conductas asociadas con patrones mentales autodestructivos como la vergüenza, la culpa, el pesimismo y el desaliento. Me refiero a la abnegación y el sacrificio extremos, el sufrimiento prolongado, la sumisión, el esfuerzo denodado, el trabajo desproporcionado, entre otras.
Hablo por supuesto del paradigma dominante en el Occidente, donde la ciencia dividió las operaciones biológicas de las mentales para su estudio, creando la medicina alópata y la psicología como disciplinas casi totalmente desconectadas. Otro es el panorama en Oriente. China e India, particularmente, han incorporado los avances científicos sin abandonar su milenaria y predominante visión holística, que atiende mente y biología como un binomio inseparable.
En Occidente hemos avanzado ya suficiente para descubrir lo que ellos han sabido todo el tiempo: la mente es la inteligencia de todo el cuerpo, no solo del cerebro, y tiene la capacidad de transformarse a sí misma, incidiendo en el ADN y los genes.
De acuerdo a Joe Dispensa y Deepak Chopra, somos las únicas criaturas de la Tierra que pueden cambiar su biología por lo que piensan y sienten, es decir, con su mente. Esto siempre está sucediendo, aunque no lo advirtamos, a través de un proceso cognitivo, es, decir, de la operación mental, para bien y, por tanto, para la salud, si lo dirigimos conscientemente, o para mal y la enfermedad, si se lo dejamos al piloto automático.
Este es el proceso resumido: a través de nuestros sentidos, el cuerpo recibe estímulos que conocemos como sensaciones, divididas en agradables, desagradables o confusas; una vez registradas por el cerebro, se inicia una comunicación eléctrica entre neuronas, a partir de la cual éstas liberan sustancias conocidas como neurotransmisores que, a su vez, contienen otras llamadas neuropéptidos, mismas que viajan hasta las diversas glándulas para que éstas generen las hormonas que el cuerpo traduce como emociones, que una vez asimiladas por la red neuronal, empiezan a convertirse en percepciones a través pensamientos, es decir, en formas de entender la cuestión, a partir de las cuales se reinician los procedimientos ya descritos, solo que lo que se concreta en el cuerpo ahora ya son sentimientos, estructuras “ideobioquímicas” estables y duraderas, o sea, creencias, que necesariamente producirán un cambio en las células de todo el cuerpo.
No podemos ahorrarnos ningún paso, de manera que lo mejor es hacernos cargo de eso que hemos venido rehuyendo, emociones y sentimientos que no queremos experimentar.
Debido a que las hemos estigmatizado, hemos sido incapaces, como sociedad, de validarlas para que cumplan su única función: la de agentes transformadores para la adaptación. Pero gracias a Dios, el primer paso siempre es individual, así que ahí tiene usted el concepto: validación.
Se trata de aceptar que ahí están esas emociones y sentimientos que no nos gustan. No tiene que estar de acuerdo con eso, no lo definen, no lo determinan. Usted puede gestionarlas.
Puede sonar muy fácil, pero es realmente complicado. Hemos sido programados, generación tras generación, para no tener miedo, no sentirnos tristes, no enojarnos, no odiar ni guardar rencor o sentir envidia, e incluso le hemos dado al placer, en general, una connotación negativa.
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