Las ciudades que maduran
Todos somos hilo de un inmenso sarape que se mezcla hilvanado con el aliento del destino
Tuve el privilegio de ser invitado a una mesa de discusión sobre el papel de la cultura en el desarrollo urbano. Lamentablemente no se puede discutir sobre cultura, entonces hicimos de la mesa una charla concatenada solo por diferentes acentos. Sobre la mesa hablamos sobre lo que la cultura representa y significa en la evolución de una comunidad.
Uno de los temas abordados permitió hacer una crítica a los verbos usados para referirnos a la ciudad, quizá no debemos hablar de crecimiento o desarrollo de una ciudad que parece más un tema visual o de diseño, advertía en mi perorata. Estoy convencido que debemos humanizar esos verbos y si bien el crecimiento puede darse en lo geográfico, las ciudades maduran y eso representa su crecimiento no solo en lo físico sino en el tiempo. Mantener la identidad es conectar. No se hace como consecuencia de la comunicación sino como resultado de la interacción. La diferencia entre comunicar e interactuar es la humildad para recibir la información.
Hoy día, la moneda de cambio por la información es la atención, a más información sacrificamos atención. Baltasar Gracián en su oráculo Manual y arte de prudencia de 1647 escribió: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si poco, no tan malo”. A más información menor atención. Por ello estar atento al aquí y al ahora, al tiempo y al lugar, resulta una competencia ambiciosa. El Mindfulness ha encontrado muchos seguidores para compartir con ellos el valor de quien se sabe presente y consciente. Necesitamos eso en las ciudades, quizá por ello, en la pandemia vimos crecer la naturaleza, pero no porque dominara, sino porque pusimos atención a ella. Madurar, en una ciudad es poner atención a los momentos y a los lugares. Una ciudad madura es una ciudad que se cuida, que se protege y que lucha contra los embates del tiempo. Aquellas ciudades que restauran son más maduras que quienes no lo hacen. Y el ánimo de restaurar no es anclarnos en un pasado, sino mantenernos en una idea de futuro que siga consciente de su pasado.
México es su historia, innegable, pero si movible. Mi ciudad natal, Saltillo, capital del Estado de Coahuila, cumple 446 años. Qué difícil es escribir de la tierra de la que uno es. Porque siempre se elige escribir sobre cosas, personas, lugares o incluso emociones, pero uno siempre termina recordando solo momentos. Un tejido multicolor que no se agota. Todos somos hilo de un inmenso sarape que se mezcla hilvanado con el aliento del destino. Saltillo ha crecido o quizá se ha empequeñecido, eso depende como todo del observador. Los hijos siguen entre nietos, bisnietos y choznos de quienes vivieron en el Saltillo del ayer que no dista de ser tan diferente al de hoy o mañana. Porque los tiempos no son de la gente sino de quien los vive.
La vida no transcurre entre minutos, transcurre entre momentos, y son esos momentos los que hacen a un saltillense. No solo se trata de temporadas sino de épocas. Por tantos momentos que son imposibles de encerrar en minutos, Saltillo se vive, se lleva y se carga, nunca se deja porque ya somos hilos del mismo sarape.
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