«En casa del herrero»…
Mi papá trabaja en el programa UNEDIF, que realiza traslados de personas de la tercera edad y con discapacidad motriz, parcial o permanente, por esta razón, mi abuela le pedía que la llevara a sus «mandados». En más de una ocasión, la petición no llegaba en tiempo oportuno y se empalmaba con algún otro servicio. Si mi papá le decía algo como -a esa hora no puedo Carmelita- mi abuela le replicaba -claro «en casa del herrero, cuchillo de palo»– a lo que mi papá respondía, cancelando la cita del servicio o de mi abuela, según las ganas y el estado de ánimo.
El pasado 6 de Julio, la maestra Claudia de Buen, presentó su renuncia a la Barra Mexicana del Colegio de Abogados, de la que formó parte durante más de 28 años y en la que, llegó a desempeñar el cargo de Presidenta, siendo la primera y única mujer en ocupar el puesto, pues, según lo descrito en su carta de renuncia; durante su gestión y después de esta, fué víctima de violencia machista por parte de expresidentes y socios de La Barra.
Aquí, cabe preguntarse, ¿por qué un organismo que lucha por el Estado de Derecho y los Derechos Humanos fundamentales, tardó 100 años en nombrar a una mujer cómo presidenta? ¿no deberían ser ellos y ellas, los primeros en fomentar la igualdad de hecho y no sólo de derecho entre hombres y mujeres? ¿qué acaso no existen mujeres abogadas con la misma capacidad y preparación que los hombres?
El hecho de que esto suceda así, no tiene otra explicación más que la del machismo y la misoginia operando dentro de una estructura patriarcal en la BMA. Carece de lógica y sentido que un organismo colegiado con tantos agremiados en el país, no cuente con mayor número de mujeres presidentas a lo largo de un siglo de lucha por la justicia.
No hace falta que la maestra De Buen señale circunstancialmente los hechos que la llevaron a renunciar a La Barra, porque los actos de omitir la ceremonia para develación de su fotografía y omitir la invitación a una comida con todos los expresidentes para decidir el futuro de la BMA, hablan elocuentemente, es muy claro y muy fuerte su mensaje; las mujeres, no somos bienvenidas en los puestos de jerarquía, y si por alguna razón los llegamos a ocupar, ellos se van a encargar de borrar nuestros rostros y ocultar nuestros nombres, para que no seamos más que un simple borrón en la historia.
Las prácticas machistas no son nuevas, es el mismo patriarcado de siempre. El mismo que no le permitía a Agnódice ejercer como médico en la antigua Atenas, el que reconoce en los libros de texto oficiales los nombres de hombres influyentes en la ciencia y las artes, y en los que no leemos de los aportes de Hipatia de Alejandría o Artemisia de Gentileschi. La misma misoginia, revestida con otras voces y otros cuerpos.
Es lamentable que, en el Día Internacional del Abogado aún no se incluya a las abogadas en la práctica de manera equitativa y seria, y que sigan siendo los hombres, quienes ocupan predominantemente los cargos públicos de mayor jerarquía en la toma de decisiones. Resulta oportuno recordar el dicho de mi abuela «en casa del herrero, cuchillo de palo» pues aquéllos que deberían impulsar desde su interior los derechos de las mujeres son justamente quiénes los pisotean.
Dentro del feminismo he aprendido que si no nos nombran, nosotras debemos hacerlo, así que hoy día, quiero felicitar a la maestra Claudia De Buen, no sólo por ser día de la abogada, sino, por la lealtad y congruencia con la que defiende sus convicciones.
La justicia y el Estado de Derecho, deberán siempre velar por los intereses de todos sus ciudadanos, no sólo de unos cuántos que se apegan a prácticas chapuceras y rancias desde hace un siglo.
Si queremos avanzar cómo sociedad, debemos impulsar los derechos de las mujeres, sobre todo aquéllos que nos permiten formar parte de las decisiones y el rumbo de nuestro país. Necesitamos mujeres en puestos de poder y que éstas, a su vez, nos representen e impulsen, generando mecanismos para que cada vez seamos más y podamos materializar un cambio más profundo en la sociedad, para que no se diga, cómo decía mi abuela «en casa del herrero, cuchillo de palo»
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