Los poderes políticos ven con atención los resultados de las elecciones en el Estado de México y Coahuila. No es para menos, es el primer diagnóstico con miras a la elección presidencial del próximo año. Pero la ciudadanía también debe participar fortaleciendo las elecciones. Una primera forma es con su participación en la votación. Pero otra manera es la de una participación permanente.
La palabra “democracia “procede del griego demokratia, que se forma por demos (pueblo) y kratos (gobierno o poder). Por lo tanto, en su sentido más llano, democracia es un sistema político en el que debería gobernar el pueblo para el pueblo. Así lo entendió Aristóteles. Lo que comúnmente se piensa cuando se hace referencia a la democracia es el modelo representativo. Es decir, el hecho de que los representantes de un estado, en cualquiera de sus niveles, son elegidos mediante el voto por sufragio del pueblo. Una vez votados, los representantes “elegidos por el pueblo”, toman las decisiones respecto al rumbo del país. En este modelo la unidad se logra precisamente por una distribución de responsabilidades. Los representantes están obligados a tomar las mejores decisiones y los representados a respetar y observar esas decisiones. Sin embargo, este modelo funciona, pero es incompleto. Desde luego que la democracia representativa se ha consolidado y nadie puede objetar su utilidad. En estos tiempos nadie podría imaginar un país sin democracia representativa. Pero de ahí a que sea un modelo completo, hay una brecha.
En primer lugar, la democracia representativa es un cheque en blanco. Las personas electas pueden o no cumplir sus promesas de campaña. En segundo lugar, funciona a través de un sistema de competencias en donde resultan grupos ganadores y grupos perdedores. Los ganadores decidirán y los perdedores no tendrán representatividad. La democracia representativa no puede concebirse sin partidos políticos lo cual hace que las elecciones y el ejercicio político sea realmente una lucha de facciones. Por estas razones la mayor parte de la ciudadanía considera que la democracia representativa solo es una forma de autorizar el gobierno de unos pocos. Por cierto, en el Latinobarómetro 2021 se documenta que en Latinoamérica el 73 % de la población de la región considera que los gobernantes gobiernan para los intereses de unos pocos. Y en seis países de la región el 80% afirma que el gobierno actúa “para grupos poderosos en su propio beneficio” (Latinobarómetro. Informe 2021., 2021, pp. 41-43).
Pero hay que insistir, no es posible abandonar el modelo representativo. Al menos ahora. Lo que hay que hacer es reformularlo y complementarlo. La reformulación parte precisamente del reconocimiento de la pluralidad y generar una mayor participación ciudadana, no solo en las elecciones sino a lo largo del ejercicio del poder público.
Los mecanismos de participación ciudadana han surgido como una respuesta a las críticas realizadas en contra de la democracia representativa. Los mecanismos de participación ciudadana son muy variados, pero todos tienen en común permitir que las personas ofrezcan soluciones a un problema colectivo. Hay mecanismos de formato abierto. En estos, los encuentros son personales y se pueden tratar diversos temas teniendo como única limitante el objetivo que se plantea al inicio de la deliberación. También hay mecanismos de formato cerrado como podría ser un referéndum o una revocación de mandato, en donde los temas y las soluciones están limitadas. En los dos tipos, el mecanismo desata una reflexión al interior de la sociedad civil y se genera una dinámica en la cual la esfera pública traslada e impulsa los conflictos que se producen en la periferia (ciudadanía) hacia el sistema político (tomador de decisiones).
Por todo ello, la obligación ciudadana, más allá de los resultados que pueda arrojar una elección, es la de una participación permanente. Esto no contradice a las elecciones, sino que precisamente las fortalece.
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