Señor, señora no sea indiferente…
Tomaré prestado el espacio de mi abuela, porque es demasiado lo que ocurre en nuestro país en torno a los derechos de las mujeres.
Después del #8M se observaron diferentes reacciones en los medios y redes sociales. Como cada año, no faltaron quienes cuestionaron si esas son o no las formas para exigir nuestro derecho a una vida libre de violencia, más que cuestionar si esas son o no las formas de tratar a las mujeres. De igual manera, hubo quienes se mostraron a favor del movimiento feminista, siempre y cuando busquemos ser “iguales” a los hombres más no “superiores” a ellos, cuando, como lo he expresado antes, el feminismo no parte, ni se deriva, de la mirada masculina.
Estamos cansadas de que se pregunten ¿por qué marchamos? así que ahora preguntamos ¿por qué ustedes no? A fin de cuentas, la lucha feminista es la lucha por los derechos humanos del 52% de la población, entonces ¿por qué no nos acompañan en la marcha? y ¿por qué no apoyan las causas?
El primer contingente está conformado por familiares de mujeres víctimas de feminicidio o desaparecidas, a fin de cuentas, víctimas de violencia machista. Marcharon en él, el papá de Esmeralda y la mamá de Mariana Limas en CDMX, y aquí en Saltillo, la mamá de Olga y la hermana de Serymar, por mencionar a algunas víctimas. Es triste que para quiénes apoyamos el movimiento estos nombres resuenen y nos traigan algún recuerdo y que, para el resto de la gente, carezcan totalmente de significado.
Muchas personas se quedarán con el sabor amargo de ver su hermosa ciudad, estatuas y paredes «vandalizadas» pero con ningún sabor, ni bueno, ni malo al escuchar alguna noticia de desaparición, violación o feminicidio. Cada vez que la marcha se acercaba a algún lugar concurrido se escuchaba corear la consigna «Señor, señora no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente» sucede que la indiferencia se hace presente y vigente en cada episodio de dolor en la vida de las mujeres.
Hace apenas un par de días, se viralizaron las imágenes de un hombre asaltando y abusando sexualmente de una joven, que logra escapar y gritar «me quieren violar» en Naucalpan de Juárez, Ciudad de México. Lo que más conmociona de esas imágenes, es la impunidad con la que se mueve el hombre mientras pasan vehículos y transeúntes totalmente indiferentes a la escena de terror que se está desarrollando delante de ellos, pareciera que la violencia contra las mujeres es invisible o tan común, que ya forma parte del paisaje.
¿Este es el México en el que quieren vivir? ¿En el que desde que se empezó a contabilizar esta violencia, las estadísticas de feminicidios diarios van en aumento pese a las «alertas de género» y las «policías violetas»? ¿En el que los hijos de las víctimas de feminicidio viven con una cantidad ridícula como apoyo por parte del gobierno? ¿En el que los delincuentes son entregados por presión social ante la policía y no por la pericia en el desarrollo de sus funciones?
Vivimos en un México en el que la Señora Irinea Buendía tuvo que luchar más de una década, trece largos años para ser exactos, para que finalmente, el pasado lunes Mariana Limas Buendía obtuviera justicia y su ex esposo y feminicida, Julio César Hernández Ballinas fuera sentenciado a 70 años de prisión. Si bien, este es un logro histórico dentro de la lucha feminista, es demasiado indignante que tuviera que pasar tantísimo tiempo para acceder a la sentencia del agresor. ¿A quién le gusta ir a perder una mañana de su vida en un trámite burocrático? Yo creo que, a nadie, y más aún, ¿quiénes estarían dispuestos a seguir haciéndolo durante trece años? Gracias señora Irinea, por no rendirse, porque con su lucha, sentó las bases para juzgar las muertes violentas de las mujeres con perspectiva de género y de acuerdo al protocolo de investigación de feminicidio.
Es muy fácil juzgar cuando nos dejamos llevar sólo por el discurso generalizado de que no son las formas, pero ¿y si fuera tu familia, tu madre, tu esposa, tu hija? Creo que este país no marcha con las mujeres porque los abusadores se encuentran dentro de sus mismos hogares. Padres y padrastros abusando sexualmente de las niñas, esposos sometiendo a sus parejas a toda clase de humillaciones y vejaciones. Si ustedes no marchan con nosotras, es porque todavía no entienden que, aquello que se les ha permitido por mandato social, es violencia. Dejen de exclamar «esas no son las formas» y mejor, cuestiónense sus privilegios.
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