Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?
Khalil Gibrán
Si en algún momento de su vida se ha sentido traicionado, humillado, abandonado, ofendido y/o sometido a una injusticia, habrá conocido la condición psicológica llamada despecho. Ningún ser humano se ha salvado de ella. Eso es porque se trata de una reacción inherente a la naturaleza humana, compleja y ciertamente de carácter negativo, pero no por ello mala.
Desentrañémosla, para quitarle ese peso personal y social que la hace rechazable. En primera instancia, no existen las emociones que no deben ser sentidas, solo las que deben ser atendidas y gestionadas. No existen las inútiles; todas tienen una función importante en nuestras vidas.
Mientras las emociones negativas son mecanismos de defensa, de ahí su carácter reactivo, las positivas son los motores del logro, es decir, proactivas. Ambas nos ayudan a crecer y se vuelven un problema si no están bien gestionadas.
Ni las personas que viven autodestruyéndose por aferrarse a sus emociones negativas ni las que evaden la realidad apegándose únicamente a las positivas, pueden lograr la armonía interior necesaria para sentirse seguras, satisfechas y felices.
Hay que experimentar a lo largo de nuestra vida los dos tipos de emociones sin perder pie. Y pensará usted: ¿cómo se puede mal gestionar una emoción positiva? Para empezar, el experimentarlas sin entender que son pasajeras y no estados del ser en los que podamos instalarnos, hará que tenga miedo a que se vayan o a no volverlas a experimentar.
Pero retornemos al despecho: no pocos especialistas en el campo de la psicología lo califican como una emoción, pero no lo es. Se trata en realidad de una mezcla emocional que conforma una condición psicológica, partiendo del hecho o solo de la percepción de haber sido herido emocionalmente, de manera que, ante nuestra imposibilidad momentánea de hacer contacto con el dolor profundo, nos llenamos de ira, indignación, un intenso deseo de hacerle daño a quien nos rompió el corazón y la necesidad inaplazable de reivindicarnos ante nosotros mismos, ese otro u otra y todos los demás.
Por eso, el despecho es el origen de conductas como una venganza directa, la descalificación de quien nos ha herido y la victimización, que lo único que nos atraen es rechazo, con la punzante observación de “está despechado(a)”, probablemente vergüenza inconfesada por ello y culpa por la reacción, de manera que porfiaremos en la ira y las justificaciones de nuestra conducta, es decir, nos defenderemos haciendo más de lo mismo que se nos critica, una actitud muy común en los seres humanos. El ego no soporta decirle a nadie: “tienes razón”.
Sin embargo, el despecho es un mecanismo complejo de defensa y parte del proceso de duelo por una pérdida o de sanación de una herida. El despecho efectivamente nos rescata de la postura en que generalmente nos pone quien nos hiere: un directo “fue tu culpa”, cuando hay reclamo; un tácito “no me importas”, cuando no hay merecidas explicaciones; o el clásico “soy yo, no eres tú”, con el que se intenta sin éxito consolar un poco.
Así que, como a cualquier emoción negativa o mezcla de ellas, debemos atenderlo, observarlo, tener conciencia de su presencia y función, hacer algo creativo con él, tratando de no devolver el golpe emocional, pero aprovechando su inmenso poder reivindicador; saber que mientras esté presente cumple no solo la función de impedir la autoconmiseración, la depresión resultante y hasta el suicidio, sino evitar un dolor profundo que por el momento no estamos en condiciones de soportar. Tener claro, pues, que es parte de un proceso, que es no solo natural, sino incluso necesario y benéfico si se le comprende y se le gestiona correctamente.
El verdadero peligro del despecho está en rechazarlo. Mientras sigamos creyendo en el paradigma de que hay emociones, deseos y motivaciones que no deben ser aceptados, nunca podremos adquirir madurez psicológica ni evolucionar espiritualmente. Nunca tendremos paz interior.
delasfuentesopina@gmial.com
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