AVISO DE CURVA

 RUBÉN OLVERA MARINES 

«Saltillo y el voto dividido» 

Saltillo vuelve a convertirse en el epicentro de la competencia política en Coahuila. Al igual que en la elección local de 2017, el resultado de la capital será determinante para definir a los ganadores de la elección presidencial y del Senado; quien gana la capital, se dice, gana el estado.

Al momento las encuestas anuncian que Manolo Jiménez y el PRI retienen con facilidad la capital.  En cambio, similares instrumentos perfilan una pelea cerrada entre el PRI y el Frente para el Senado. Lo mismo que adelantan un marcador dividido en las dos diputaciones federales: tanto Isidro López, del Frente, como Fernando de las Fuentes, del PRI, ya firman como nuevos inquilinos de San Lázaro.

Respecto a la presidencial, en algunas sobremesas se habla que Ricardo Anaya y López Obrador pelean por el primer lugar. Pero en esos mismos corrillos se insiste en que José Antonio Meade sorprenderá. Sostienen su argumento en la popularidad de Manolo Jiménez, concibiéndolo como el aspirante mejor ubicado entre el electorado que podría hidratar al candidato presidencial, lo mismo que a Jericó Abramo, candidato a senador por las mismas siglas.  Al mismo tiempo, los comensales enterados de la política capitalina aseguran que si en algún lugar del estado, la estructura del PRI permanece intacta y presta para la competencia electoral, es en Saltillo. Por lo que, más allá de las encuestas, sus distintos candidatos tienen asegurado un piso, un porcentaje nada despreciable de votos, del que carecen el resto de los partidos y candidatos.

Sin embargo, el PRI de Saltillo, al igual que Morena, deberían poner mayor atención en los avisos de un nuevo actor que amenaza con desvanecer las predicciones, convirtiéndose en el dictador del resultado de la gran encuesta del 1 de julio: el voto dividido.

En la capital de Coahuila, como en ninguna otra ciudad, ya sea por la popularidad del candidato a alcalde del PRI o por el inusual crecimiento en las encuestas de López Obrador, sin descartar los problemas que está teniendo Oscar Mohamar para sumar a los simpatizantes de los tres partidos que representa, entre ellos el de Morena, existe una especie de pirámide invertida en las preferencias, que a su vez alimenta el runrún del voto dividido: el PRI con altas preferencias para la alcaldía, regulares para el Senado y legisladores federales y menudas para la presidencial. En la contraparte, Morena bien para la Presidencia, de regulares a reducidas preferencias para el Senado y apenas con el 16% para la alcaldía y un porcentaje menor para sus aspirantes a San Lázaro.

El voto fragmentado no es una variable recurrente en el PAN. Los panistas acostumbran votar por todos sus candidatos. Así aconteció en Saltillo en la pasada elección local, quien sufragó por el aspirante a gobernador, Guillermo Anaya, también lo hizo por Esther Quintana, candidata a alcaldesa. La diferencia fue mínima, a favor de Quintana.

No sucedió lo mismo en Morena. En 2017, el candidato a gobernador, Armando Guadiana, recibió más de 47 mil sufragios en la capital, en tanto, el aspirante a alcalde, Rodolfo Garza, apenas superó los 27 mil. ¿A dónde se fueron estos 20 mil votos de diferencia? La respuesta es sencilla y reveladora: si el PAN mantuvo el mismo número de votos para alcalde y gobernador, entonces los votos que no obtuvo el aspirante a alcalde por Morena, los recibió, en su mayoría, Manolo Jiménez.

El voto dividido se convirtió en un ingrediente fundamental en la formulación de estrategias para aquellos candidatos que consideran a Saltillo como la Joya de la Corona electoral. Quien no lo integre en sus cálculos, se condena a padecer sus efectos o a desaprovechar las oportunidades que ofrece. Por lo que, en la parte final de las campañas, veremos a los distintos partidos promoviendo o contrarrestando, según les convenga, la fragmentación del voto.  ¿Qué partido se atreve a desdeñar este aviso?

 

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El Heraldo de Saltillo
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