Esta semana, me topé con un video encantador: un bebé, ya capaz de sentarse por sí mismo, jugaba dentro de una gran caja de cartón. La caja tenía ranuras por donde su mamá metía y sacaba las manos, y el pequeño reía a carcajadas, observando con avidez cada movimiento. ¡Qué sencillo es hacer feliz a un niño, qué fácil es brindarle alegría! La risa es contagiosa, y qué mejor que ser contagiado por unas cuantas sonrisas. Después del gusto por la leche, el bebé debe probar rápidamente el gusto por la vida. ¿Y los adultos? El reto es seguir disfrutando de ella, porque la alegría se aprende y, por tanto, también debe enseñarse.
Uno de los más reconocidos estudiosos del siglo pasado, Teilhard de Chardin, afirmaba que la alegría de vivir es la fuerza cósmica más potente. Pero la alegría más pura es como la de ese bebé que, a carcajadas, se ríe de algo tan simple como meter y sacar las manos. Este es un gran ejemplo de verdadera alegría, la que brota de pequeños e inocentes detalles. Y es que solo el hecho de vivir debería ser, por sí mismo, el mejor motivo para estar alegres. Asimismo, el notable pedagogo estadounidense T. Berry Brazelton siempre recomendaba a los padres que fueran alegres, porque la alegría es educadora por naturaleza.
La alegría siempre logra más que la tristeza o la severidad. No en vano era parte fundamental del método que utilizaba Baden Powell, fundador del movimiento Scout, pues creía que la alegría se encontraba al hacer felices a los demás y al ver el lado positivo de las cosas. Por ejemplo, decía que si tienes el hábito de tomar las cosas con alegría, rara vez encontrarás circunstancias difíciles. Platón también estaba seguro de que la violencia y la severidad no eran buenos instrumentos para la educación; el educando se deja guiar más por lo que lo divierte. Hay que reír más. Padres y educadores, deben reír más. En pocas palabras, se trata de saber encontrar la alegría en medio de las circunstancias que a cada quien le toca vivir.
Decálogo para mantener la alegría
Te comparto un pequeño decálogo, práctico y útil para no dejar que te arrebaten la alegría, y recuperarla tan pronto como sea necesario:
- No mires siempre al pasado ni te quedes en él, pensando que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Recuerda que quien no goza de lo que el presente le ofrece, muere anticipadamente.
- El pesimismo no te lleva a ninguna parte; no conozco pesimistas que hayan hecho algo bueno por la humanidad (aunque seguro los habrá).
- No tengas miedo a decir «te quiero», «eres extraordinario», «eres importante para mí».
- Evita decir con frecuencia «no tengo tiempo» o «déjame en paz». Sé franco y sincero, genuino y libre, pero sin perder nunca la cordialidad ni la exquisita educación.
- Cuando otro te cuente sus alegrías, alégrate con él, no le tengas envidia. Escuchar las cosas buenas que les suceden a tus seres queridos es, a menudo, una fuente de amargura para algunos. ¡Cuidado! La envidia y su amargura no se sienten por personas lejanas o desconocidas, sino por quienes están cerca.
- No temas bromear moderadamente, con buen sentido y sin doble o malsana intención.
- No dejes solo a quien solo se siente.
- No ignores a nadie cuando te hable; préstale atención. Un padre nunca formará a sus hijos si, para entretenerlos, les da un celular mientras él está ocupado con el suyo.
- Trata de encontrarle el lado amable a las cosas que te lastimaron; siempre lo tienen.
- No dejes de dar detalles sorpresa, aunque sean pequeñ
No olvidemos que la alegría es una herramienta educativa. Haz felices a tus hijos. Verás qué fácil es hacer reír a un niño; solo se requiere un poco de ingenio. Los niños alegres tienen más facilidad para aprender, son más sociables y optimistas. La risa de un niño es la mejor melodía del mundo. La alegría es una potente herramienta en la educación de la vida y el mejor signo visible de la felicidad. Y recuerda: la felicidad no se consigue sentándose a esperarla.