La paciencia no es espera pasiva, es aceptación activa
Ray A. Davis
El concepto paciencia, como todo lo relacionado con el desarrollo de la humanidad, ha ido evolucionando a lo largo del tiempo, pero, igual que el ser humano, con gran resistencia al cambio. La palabra se deriva del latín patientia, proveniente del verbo pati, que significa sufrir, de ahí que su sentido original y hasta ahora predominante sea el de espera en sufrimiento.
Por eso a nadie aspira a ella, nadie la considera deseable ni le encuentra ninguna utilidad, a menos que sea forzosa para obtener algún beneficio. Grandes pensadores, sin embargo, nos han dado otros enfoques que nos advierten sobre lo erróneo del uso común de la palabra: el escritor y estadista inglés Georges Savile decía, allá por el Siglo XVII, que un hombre que es maestro de la paciencia lo es de todo lo demás. El pionero de la ciencia Fracis Bacon señalaba, por la misma época, que quien no tiene paciencia no tiene posesión de su alma.
La paciencia es, pues, una virtud, es decir, una fortaleza espiritual, pero como toda habilidad de este tipo es producto, primero, de la voluntad de alcanzarla; segundo, de un proceso de aprendizaje y, tercero, de una práctica cotidiana para convertirla en hábito.
Ahora bien, ninguna fortaleza espiritual puede consistir en sufrimiento, porque éste es creación del ego, que siempre tiene prisa porque todo lo quiere ya. Siendo una virtud, es cosa del alma y ésta fluye con la naturaleza, cuyo secreto es la paciencia, como bien decía Ralph Waldo Emerson, uno de los más destacados filósofos del siglo XIX. La naturaleza no sufre para ser lo que es. El sufrimiento es una condición humana autoinfligida.
Pero llegó el momento de saber qué sí es la paciencia y por qué es fundamental para la felicidad y la paz interior. Es la habilidad de regresar constantemente a la calma cada vez que el ego nos meta esa prisa que siempre traemos sin saber por qué y, muchas veces, si darnos cuenta siquiera. Al ego todo le urge.
Rescatemos, del artículo anterior, el concepto calma: es ese estado mental de neutralidad, en el que los deseos se extinguen, pero podemos observar nuestros pensamientos sin que causen un efecto emocional. Es el momento preciso para transformarlos rápidamente, porque no vamos a luchar contra el ego, que durante ese tiempo está desactivado. Si no desarrollamos la habilidad de guardar la calma, jamás podremos aprender a ser pacientes.
Cuando nada nos apremia ni nos angustia es fácil guardar la calma. Aprovechemos esos escasos momentos para practicarla en quietud, relajando el cuerpo para llegar a la relajación de la mente. Después podremos invertir el orden, una vez que hayamos recorrido el camino varias veces.
Practiquemos todos los días esto hasta que se vuelva un hábito y se normalice. Ojo, le estamos cambiando el chip al piloto automático, de tal manera que en los momentos difíciles, externos e internos, nos será fácil darnos cuenta, es decir, tener conciencia, de que necesitamos calma, y haremos ese recorrido ya conocido y dominado, entonces estaremos siendo pacientes, pues se irá esa necesidad apremiante de que aquello que nos incomoda pase rápido, se vaya ya.
Esta paciencia la podremos extender a la realización de nuestros deseos, de manera que podamos aplazar resultados, recompensas, compensaciones y ganancias, sin ansiedad ni estrés, disfrutando el proceso mismo para alcanzarlas. La paciencia extingue la angustia que produce la expectativa.
La salud está en la calma y en ésta el principio de la paz interior. Para alcanzarlas necesitamos practicar la paciencia, como espera activa, es decir, habilidad de calmarnos para que las cosas sucedan al ritmo que deben suceder cuando no están bajo nuestro control, no al que queremos. La impaciencia enferma, física y mentalmente.
Todo estado positivo de la mente que alcancemos con conciencia puede volverse una habilidad, luego un hábito y así una fortaleza.
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