EL PARAÍSO EN VIDA

Si buscas la paz interior deja de luchar contra tus pensamientos

Peter McWilliams

Esa turbulencia de pensamientos que a todos nos acosa, con la consecuente tormenta emocional y la crisis de ansiedad que ésta produce, es lo único que realmente nos arrebata la paz interior.

Cualquier cosa perturbadora que nos suceda no es, definitivamente, el motivo de nuestros problemas y malestares emocionales, sino nuestra incapacidad de aceptar lo ocurrido, la forma dramática en que nos lo narramos y el catastrófico escenario futuro que construimos con pensamientos guiados por el miedo a que pase lo peor que puede pasar.

Reaccionar a los sucesos perturbadores de la vida no es opcional. No al menos en nuestro interior. Las emociones negativas necesariamente surgirán, porque son mecanismos adaptativos. Nos avisan que viene el necesario cambio. Podemos, sí, evitar actuarlas.

Y por supuesto que, a la larga, podemos amainar la tormenta interior, trascendiendo experiencias, aprendiendo a gestionar las emociones y controlando lo único que realmente podemos controlar en la vida: los pensamientos, origen de cualquier miedo, principal productor de ansiedades cuando no lo hemos identificado.

Habrá quien, por supuesto, no se sienta interesado en la paz interior; especialmente los jóvenes, porque ha sido comúnmente mal entendida, como un estado interior de imperturbabilidad que le resta emoción a la vida. Nada más lejano a la realidad.

La paz interior no nos hace imperturbables. Siempre seremos sacudidos en pensamiento y emoción por nuevas experiencias que, evidentemente, no sabremos manejar. En eso consistir vivir.

La paz interior es, a la vez, una forma de sentirse que nos concilia con la vida y un lugar interior al que siempre querremos y podremos volver una vez que hayamos llegado por primera vez.

Además, está llena de sentimientos de alta vibración, como la gratitud, la dicha, la alegría, el optimismo, ligados a la producción de serotonina en nuestro cerebro; pero ciertamente despojada de toda euforia o cualquier emoción relacionada con la adrenalina o la dopamina.

La paz interior es el estado natural del ser, el paraíso al que todos queremos llegar en vida, la fuente de la felicidad, la seguridad e incluso la juventud. Solo existe una condición insoslayable para llegar a ella: aceptación de lo que es tal como es, dentro y fuera de nosotros. Pero ésta constituye uno de los ejercicios psicológicos y espirituales más complicados para el ser humano. De hecho puede ser aterradora, independientemente de que la confundimos con resignación o conformismo.

Sin embargo, la aceptación es el primer paso forzoso del cambio, y éste, un hecho ineludible. Cuando hay que cambiar, la vida se encarga de ejercer cada vez mayor presión en la medida en que más nos resistimos.

Todos entramos cotidianamente en “modo” controlador. Queremos evitar el cambio y, por ello, paradójicamente queremos cambiar todo aquello que nos empuja al cambio, tanto nuestras propias emociones y sentimientos, como los ajenos, e incluso situaciones y circunstancias.

Pero la necesidad desmedida, neurótica, de control es el principio de todo descontrol. Bajo su dominio le entregamos a lo que nos hacen otros y a lo que nos pasa el poder sobre nuestra vida. Nos volvemos como hojas al viento.

Por otra parte, la herramienta principal del controlador, cuyo filo siempre apunta hacia nosotros mismos, es la crítica, que suele ser expresión de rigidez, resistencia al cambio y una gran alimentadora de la insatisfacción permanente que la genera.

El criticón consuetudinario es un amargado, y la amargura, como resultado del exceso de actividad mental negativa, es el polo opuesto de la paz interior. Entre ambas existe una amplia gama de estados de malestar a los que acostumbramos aferrarnos, pero también muchos de bienestar por descubrir y explorar.

Hay, además, en nuestra vida cotidiana, prácticas que nos conducen hacia las formas positivas de sentimiento. La fundamental e irreductible es la introspección. Transcurrir el día en piloto automático es, desafortunadamente, lo acostumbrado y lo que nos mantiene en la intranquilidad y la ansiedad.

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