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Dicen los que saben

Silicon Valley Bank (SVB) es —o era— un banco especializado en brindar servicios financieros a empresas en el área de Silicon Valley en California y en otras partes del mundo. Ha estado en operación desde 1984 y ha sido un apoyo importante para el desarrollo y crecimiento de startups en sectores innovadores.

El modelo de negocio de SVB se basa —o se basaba— en la colaboración con inversores de capital de riesgo, incubadoras y aceleradoras de negocios, y otros actores parte del ecosistema de startups. Préstamos, líneas de crédito, servicios de contabilidad, cambio de divisas y asesoramiento financiero, entre otras, son algunos de los servicios que SVB ofrecía a sus distintos clientes.

Ahora, la razón por que este banco “desconocido” se haya convertido en uno de los más comentados a nivel mundial, es por su colapso luego de que, hace apenas un año, había reportado una triplicación en los depósitos realizados por clientes, que son la fuente principal de la liquidez de ese tipo de instituciones.

Dicen los que saben que esto ocurrió debido a que el banco invirtió la mayoría de los depósitos en bonos y valores hipotecarios respaldados por el gobierno de Estados Unidos, que a causa de los aumentos en la tasa de interés este año, por parte de la Reserva Federal para contener la inflación en aquel país, llevaron a que dichos valores se depreciaran en el mercado y, para que el banco pudiera salir con el menor daño posible, debía de desprenderse de los mismos asumiendo la pérdida, no obstante que, entre cliente expertos en tecnología, la noticia se propagara en cuestión de un click, lo que generó que muchos de ellos retiraran su dinero, hasta dejar al banco sin liquidez y contra las cuerdas, para que su mejor opción fuera declararse en bancarrota.

Ahora bien, el tinte político claro que salpica la situación anterior. Me explico.

En 2010, recién pasada la denominada “Gran Recesión” fue aprobada por el Congreso de Estados Unidos  —país donde se originó todo—, la reforma de Ley más agresiva para regular el sistema financiero de EEUU, conocida como la Ley Dodd-Frank.

Las dos mil y tantas páginas de la Dodd-Frank —que por supuesto que no se leyeron para desarrollar la presente columna— tienen como objetivo aumentar la transparencia, la responsabilidad y la protección del consumidor en la industria financiera y, claro, reducir el riesgo de futuras crisis financieras. Una medida regulatoria, encontrada al lado contrario del espectro conservador que, en 2016, cuando dicha ideología retomó el espacio en la oficina oval, no dudó en tomar las medidas que debilitaran a la Dodd-Frank y erradicaran al fenómeno regulatorio, que interviene y estanca al crecimiento económico, ya que el gobierno no debe entrometerse en la actividad del mercado —según ellos—.

Por ello es que, del 2018 a la fecha, existe mayor libertad para arriesgar en inversiones bancarias y menos impacto de las recomendaciones o decisiones de los órganos reguladores, pues el umbral de activos necesarios para realizar operaciones de riesgo es tan amplio que aplica incluso a muchos bancos regionales.

En ese sentido, lo ocurrido a SVB es el pretexto perfecto para que la política económica de los demócratas vuelva a entrar en escena y qué mejor que, quien era vicepresidente cuando se promulgó la Ley Dodd-Frank, ahora es quien sostiene la batuta del mercado y es que, como un director de orquesta -sin tocar un instrumento-, sus acciones dirigen e impactan el tempo de quienes se desenvuelven e interpretan, aún y siguiendo las instrucciones.

«That’s how capitalism works», Joe Biden dixit.

Reciban un saludo, muchas gracias.

 

Autor

Daniel Fernández
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