Saltillenses visitan la última morada de sus seres queridos como muestra de que no los han olvidado
Es 2 de noviembre, Día de Muertos, y los panteones de San Esteban y Santiago, en Saltillo, abren sus puertas, pero esta vez no para recibir difuntos sino a quienes cada año visitan a sus seres queridos que descansan en su última morada, como muestra de que no los han olvidado.
Con un ramo de cempasúchil en sus manos y en compañía de sus hijos y su madre, Ana Carolina camina entre los espacios de las tumbas del panteón San Esteban, hasta dar con la de su abuelo, Inés Hernández Hernández.
“Mi abuelo falleció hace cinco años, él era el centro de la familia, nos reuníamos por él y ahorita estamos aquí. Es importante inculcarle a los hijos el respeto a los mayores y seguirlos recordando”, considera.
Apenas unos metros más adelante, don Pedro Aguirre González está sentado al lado del lugar donde se encuentran los restos mortales de su madre Olivia Aguirre González, abuelos paternos Jesús Aguirre García y Ceferina Morales, su hermana María del Refugio Aguirre González y primos Jesús Aguirrre y Rosa María Ruiz Aguirre, entre otros familiares. Para el saltillense, la única muerte real es el olvido, por eso año tras año vuelve al sitio donde reposan sus seres queridos.
“Tengo una tradición muy arraigada, hace muchos años nos la inculcó nuestra abuela, quien se pasaba todo el día en el panteón, comíamos, disfrutábamos del día, y que se quedó muy grabada en mi mente. Ahora que ya está uno más en edad, se da cuenta de que, en realidad, la gente no muere, que muere cuando los olvidamos”, manifiesta.
Ya en el panteón de Santiago, una tumba blanca es limpiada por Héctor Quiñones, quien vino a reunirse simbólicamente con su hijo Jesús Quiñones Sánchez, quien murió hace 20 años, recién nacido. Flores que se mimetizan con el color de la tumba adornan el momento en el que un hombre y un hijo se encuentran a pesar de la distancia física.
“Venimos a visitar a un hijo que falleció recién nacido hace 20 años. Fue poco tiempo el que estuvimos con el niño pero cada año es venir a recordar que tuvimos un bebé”, señala.
Los vigilantes del lugar atestiguan con respeto esta celebración enmarcada en la quietud de quienes acuden a recordar a sus cercanos. En voz baja, oran o hablan como si sostuvieran una conversación con quienes corporalmente no están pero que siguen viviendo en la memoria de los presentes.
Lágrimas de nostalgia, recuerdos y anécdotas inundan los panteones que, tras el paso de las horas, comienzan a quedarse vacíos nuevamente hasta la próxima vez que los ciudadanos vuelvan y los adornen con flores y recuerdos vivos. (OMAR SOTO / EL HERALDO)
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