CLAVE DE FA

Un trono grande que llenar

La muerte de la Reina Isabel II pone fin a una era, o varias, porque 70 años de reinado no pasan en vano. Y menos el legado que deja en un mundo en crisis, polarizado, y lleno de líderes radicales que se contraponen a la estabilidad, la continuidad de las tradiciones y el cumplimiento del deber que la reina representaba.

¿Qué cambia con la partida de la Reina Isabel? Pues primeramente que Carlos III tiene un reto gigante para mantener el apoyo hacia la monarquía. Si bien, el 62% de los ciudadanos británicos (léase súbditos) aprueban la continuidad de la Corona, entre las generaciones más jóvenes empieza a crecer el deseo de abolir este sistema.

Y no es para menos porque mientras al pueblo le duele el bolsillo, hay una clase privilegiada que vive cómodamente en un palacio, lo cual hace que las nuevas generaciones se pregunten si realmente vale la pena tener una familia real, solo por conservar las tradiciones.

Y eso es solo al interior de Inglaterra, porque de los 15 países de los que el Rey Carlos III es el jefe de Estado, al menos en Escocia, Australia, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, y San Cristóbal y Nieves hay movimientos o solicitudes de ya no reconocer al monarca como tal, como lo hizo la isla de Barbados el año pasado. Esto también afecta el estado de ánimo hacia la Mancomunidad de Naciones.

En los tiempos de la colonización británica tenía sentido el que el rey fuera el soberano de estos territorios, pero dudo que hoy en día, que el grueso de la población jamaicana, por poner un ejemplo, sienta gran afinidad por un soberano que vive al otro lado del océano.

Y si a esto le sumamos que el nuevo rey no tiene el carisma de su madre y los escándalos en los que frecuentemente se ven envueltos algunos miembros de la familia real, pues más complicada se volverá la tarea de ser monarca. Hay quienes cuestionan si una figura más joven como William, hijo de Carlos, pudiera darle mayor auge a la imagen pública de la monarquía, y si pudiera ser que eso sea más atractivo hacia las generaciones más jóvenes.

Por eso, Elizabeth II será extrañada y deja un trono muy grande que llenar. A lo largo de las décadas fue un símbolo de rectitud y compromiso hacia el rol que le tocaba desempeñar hasta sus últimos días. Pero sobre todo, por demostrar que, a pesar de que el monarca es una figura protocolaria o decorativa, se puede infundir el sentimiento de orgullo y unidad sin el componente político o partidario. Descanse en paz.


Israel Navarro es Estratega Político del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter @navarroisrael