¿POR QUÉ ES PRECISO REVALORAR EL CINE DE CARLOS SAURA?

Directores Fascinantes 

A sus 90 años, injustamente olvidado y con una extensa filmografía, su cine merece una atenta revisión, en especial cuando su primera etapa constituye una lúcida y valiente respuesta artística a un estado social reprimido por el franquismo y en el cual sobrevivió y sacó adelante una más que meritoria cantidad de títulos que, a la vuelta de los años, se han convertido en clásicos de un momento en España en que filmar era un acto casi grosero. Acá, unas pistas para revalorar su inabarcable obra.

Para entender y apreciar como es debido la obra de Carlos Saura, hay que tratare comprender el estado en que quedó España después de la Guerra Civil, período que muchos han denominado la larga noche del franquismo, que duró casi cuarenta años, hasta la muerte de Franco y el esperado desmoronamiento del régimen.

Era una época de delaciones, de miedo y de aislamiento, donde existía la necesidad de olvidar hechos que habían significado la ruptura del país, heridas que no estaban (ni están) cicatrizadas. Fue en ese contexto en el que Saura comienza la primera etapa de su obra que se inicia con sus primeros cortometrajes rodaron a finales de la década del cincuenta, para pasar a los largometrajes en la década del sesenta, con títulos como Los golfos (1960) o Llanto por un bandido (1964), donde trabajó en colaboración de Mario Camus en la escritura del guion.

¿Qué caracteriza el primer período y para muchos el más estimulante de su vasta carrera? Su retrato, amargo y lúcido, de un país que está dividido por odios ancestrales que han reflotado por el fantasma de la Guerra Civil, una sociedad donde las familias burguesas aliadas con una Iglesia reaccionaria instalan un modelo de normalidad que no se condice con lo que se vive día a día.

Todo su cine de entonces es una radiografía feroz de un estado social descompuesto por las desconfianzas y los temores que en la película La Caza (1966) -inicialmente titulada La caza del conejo, pero que por la censura de ese tiempo debió cambiarse pues contenía alusiones sexuales- se describen en toda su ferocidad. Coescrita con Angelino Fons, el realizador aragonés realiza una metáfora del franquismo a partir del reencuentro de tres amigos para una cacería en la finca de uno de ellos. Ese ejercicio sirve como pretexto para que Saura despliegue sus intenciones usando un exquisito (y obligado) simbolismo para denunciar lo que no se podía denunciar: el arribismo de algunos, los dobles discursos de moral y familia y el omnipresente terror por un pasado que está a la vuelta de la esquina y que en el filme se desarrolla de manera lenta pero inexorable, creando una tensión que estallará, al final, demostrando cómo la violencia está en el corazón mismo de los personajes.

Obligado por las circunstancias a usar elipsis, símbolos y guiños para denunciar los abusos del poder, el miedo y la crítica de cómo se desarrolla el período franquista, Saura utilizará elementos estilizados como un ambiente claustrofóbico, animales infectados como los conejos que han sufrido malformaciones y un calor agobiante donde la Guerra Civil es el telón de fondo, los protagonistas operan como títeres, en la finca quedan todavía búnkers y hasta existe un esqueleto que recuerda aquellos días desgraciados.

Su cine se refina y se proyecta hacia el terreno del surrealismo cuando entrega su siguiente película, la muy recordada Peppermint Frappé (1967), donde en un vuelco estilístico diferente a lo que será su estilo más tarde, rinde un sentido homenaje a su maestro, Luis Buñuel. Nuevamente con Rafael Azcona y con Angelino Fons, el guion de la cinta refiere a la envidia hasta límites impensados, a propósito del reencuentro de un médico de provincia con un viejo amigo de la infancia, un tipo vividor casado con una mujer elegante que, en un guiño surrealista, es exactamente igual a la secretaria que tiene el facultativo. Se trata además, de la primera colaboración de Geraldine Chaplin con Carlos Saura, donde realiza un doble papel y es el detonante del drama.

Su cine evoluciona y va adquiriendo un sello reconocible, plagado de simbolismo y de ciertos toques de surrealismo que deleitan a sus seguidores, sobre todo cuando llegan películas maduras como Ana y los lobos (1973), Cría Cuervos (1976), Elisa, vida mía (1977) y la muy notable Mamá cumple cien años (1979), cada una de las cuales implica una continuidad argumental y en las que decanta temas, si dejar de lado su crítica al franquismo pero incorporando la memoria como un elemento dramático poderoso.

Si bien en películas como Estrés es tres tres (1968), La madriguera (1969) o El jardín de las delicias (1970) su tema es entregar metáforas del franquismo, es evidente su madurez cuando, nuevamente con Azcona, Saura escribió Ana y los lobos, una de sus películas más inquietantes de ese período, en donde trabaja con la aparente normalidad que oculta una violencia y brutalidad impensadas. En ese filme afloran los temas de la sexualidad reprimida, la familia como infierno cotidiano y el militarismo encarnado en una burguesía que juega con un pequeño museo de uniformes y los elementos de una iglesia reaccionaria e integrista y donde los comportamientos son, por decir lo menos, extravagantes: uno está obsesionado con los uniformes, otro escribe anónimos obscenos a Ana, la protagonista, y un tercero se solaza cortando el pelo a una muñeca a la que luego entierra en el barro.

Carlos Saura recupera los personajes de Ana y los lobos en una de las más descarnadas e inspiradas metáforas del franquismo que fue Mamá cumple cien años, que contiene secuencias delirantes (como las naranjas que corren por la mesa o el descenso de la madre desde el piso superior) y fuertes connotaciones surrealistas con las trampas distribuidas en distintos puntos de la casa donde todos se reúnen para festejar el centenario de la madre.

La posterior filmografía de Saura extenderá el tema de la memoria, que se inicia con la notable cinta La prima Angélica (1974), considerada por muchos como una de sus obras plenas, que cuenta la historia de Luis quien regresa, ya adulto, a Segovia, el lugar donde pasó los veranos de su infancia, y se reencuentra con su prima Angélica, con la que convivió durante los años de la Guerra Civil. La película es una metáfora profunda de España dividida entre republicanos y quienes evocan un país tradicional y de derechas. El tema de la memoria es el centro de la hermosa película Cría Cuervos (1976) y Elisa, vida mía (1977). En la primera, la memoria regresa con las fotografías, como detonantes para los recuerdos con dos escenas realmente magníficas en la película; la primera es cuando las tres niñas escenifican una de las habituales discusiones de sus padres; en la segunda, en cambio, Ana le habla a su abuela de una foto que ella debía conocer, pues era de su viaje de novios, pero la abuela es incapaz de recordar ni uno solo de los detalles que tantas veces había relatado.

En Elisa, vida mía, el drama es más introspectivo e intimista, centrado en la relación de una hija (Geraldine Chaplin) con su padre (Fernando Rey), que ha decidido abandonar el mundo y vivir retirado en el campo. Con un estilo depurado, clásico y centrado en el cruce de los recuerdos y una historia local que deviene en tragedia, Saura parece cerrar un ciclo en su cine, abriéndose a nuevos derroteros que, si bien eran necesarios y adquieren vida en títulos notables como Bodas de Sangre o Carmen, no alcanzan a tener la fuerza expresiva, simbólica y metafórica que tuvo su primera etapa.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación