Violencia animal
En un extraordinario pasaje del libro “Sapiens: De animales a dioses”, Yuval Noah Harari distingue en forma provocativa al hombre del chimpancé. La diferencia no está a nivel del individuo, la familia e incluso en grupos reducidos, en cuyos casos “somos embarazosamente parecidos”.
La distancia que nos separa de los primates, considera el autor, se revela cuando alcanzamos grupos de más de 150 individuos. Se vuelve apabullante al contrastar conjuntos de 1000 o 2000 individuos ubicados en un mismo lugar.
Por ejemplo, si colocáramos a miles de chimpancés al interior de un estadio para presenciar un juego de fútbol, en una iglesia o en la sede de un organismo internacional en donde se acordaría el desarme mundial, el resultado sería, en palabras del autor, un “pandemonio”.
En efecto, aquellos recintos estarían invadidos por el caos, el escándalo y la confusión. Abundarían las peleas y los chillidos. La mayoría de los chimpancés huirían despavoridos. Presenciaríamos de todo, incluyendo actos de violencia y barbarie.
Los seres humanos son “diferentes” (ya sospecha usted hacia donde me dirijo con el entrecomillado). Nos reunimos frecuentemente a miles en todo tipo de lugares. Creamos patrones “ordenados” que nos permiten disfrutar del partido hasta el final, escuchar la misa e incluso discutir y votar un acuerdo internacional.
El escritor israelí sella el punto en forma magistral: “La verdadera diferencia entre nosotros y los chimpancés es el pegamento mítico que une a un gran número de individuos, familias y grupos. Este pegamento nos ha convertido en dueños de la creación”.
¿En serio? “Será que nos hace falta ver más fútbol…mexicano”. Si Yuval Noah Harari tuviera a su alcance los videos de lo sucedido durante el más reciente partido celebrado en la ciudad de Querétaro, en donde la violencia desatada al grado de barbarie obligó a miles de seres humanos a huir despavoridos, tal vez se vería tentado a replantear la “diferencia” que nos aleja “apabulladoramente” de los chimpancés o, al menos, sugerir que ese “orden” tiene sus deshonrosas excepciones.
No pretendo realizar una crítica a los provocativos planteamientos del escritor israelí. Al contrario, sus textos son ampliamente recomendados para quienes deseen descubrir algunas pistas del comportamiento humano actual y su evolución hacia el futuro.
Lo que sucede es que al contemplar el caos y la “primitiva” violencia acontecida al interior del estadio, y recordando además el supuesto fusilamiento perpetrado a plena luz del día en Michoacán, nos obliga a tratar de descifrar ese “pegamento mítico” al que se refiere Yuval Noah Harari como el mecanismo que permite aumentar la tolerancia, reducir la violencia y asegurar la convivencia entre seres humanos.
El también historiador plantea correctamente que la religión podría ser considerada como una herramienta para preservar el orden social. No obstante, rezar parece tener sentido cuando asumimos que la violencia es inevitable.
Sería tanto como convertir en milagros una reducción en el número de homicidios, la desaparición de masacres o el haber evitado lo sucedido en el estadio de fútbol de Querétaro. Lo cual no es así, ya que en términos del ejercicio de Gobierno, los sucesos violentos no pueden equipararse con calamidades o castigos divinos. Para eso existe la autoridad, para evitarlos.
Lo mismo podría entenderse de algunos esquemas de cooperación y convivencia practicados por cierta clase de primates. Los bonobos, describe el autor, emplean las relaciones íntimas para disipar las tensiones y cimentar los lazos sociales. Algo así como una “política de abrazos” moderna (guardando la distancia entre el mono y el sapiens, y, por supuesto, destacando la enorme diferencia que existe entre un apretón de manos y un encuentro más íntimo).
Tome el anterior sólo como un ejemplo divertido. Sin embargo, frente al crecimiento y recrudecimiento de la violencia, éste es un tema de la mayor seriedad e importancia.
Una nueva política o iniciativa de paz, tendrá que dejar atrás el “pegamento mítico” del hombre antiguo o el utilizado por algunos primates, para dar paso al que, desde mi punto de vista, tendría que ser la principal institución garante de la convivencia y la paz en nuestros días: el Estado de derecho; sometimiento a la ley y su cumplimiento sin distingo.
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