¿DE QUÉ NOS ESTAMOS CONTAGIANDO?

 Que algunas estancias infantiles particulares vayan a reanudar actividades la próxima semana, o al menos intentarlo, generó reacciones iracundas en algunas personas, lo cual encontró eco más allá de los directamente involucrados, sin que se alcance a discernir si en todos los casos es una auténtica preocupación por el tema sanitario, o si en otros tiene que ver más bien con una resistencia al pago de colegiaturas.

Admitamos en principio que ante el desconocimiento de los alcances reales de la pandemia que estamos viviendo hay una bien justificada mezcla de miedo e incertidumbre.

Esto en muchos sentidos se parece a la influenza H1N1, con al menos dos grandes diferencias: a decir de los expertos el coronavirus es mucho más contagioso, y hoy en día no tenemos una vacuna.

Pero si revisamos lo que ha pasado con la influenza, que muchos años después no se ha logrado erradicar, que de tanto en tanto tiene brotes agresivos, y que en el invierno más reciente se volvió a cobrar en nuestra entidad decenas de vidas, esto tal vez ayudaría a dimensionar desde luego el riesgo que representa el covid, pero también a comprender que no podemos prolongar el aislamiento indefinidamente “hasta que esto pase”, pues no va a pasar pronto.

Esto nos lleva entonces a un momento muy delicado en que gobiernos, instituciones y personas deben ir buscando un equilibrio para que la reanudación de actividades se vaya dando en forma gradual, ordenada y lo más segura posible.

La propuesta de esas estancias infantiles se puede equiparar a la política que se sigue en instituciones educativas con las bajas temperaturas en el invierno, cuando se establece que a partir de ciertos grados bajo cero las faltas son justificadas, queda a criterio de los padres enviar o no a sus hijos, pero siempre hay en la escuela maestros para recibir a los que lleguen.

Conforme se reanudan actividades económicas, se les presenta a muchos padres de familia la necesidad de dejar a sus hijos pequeños en una estancia o guardería, hay quienes no tienen otra opción, entonces quienes están en esa circunstancia son los que deben valorar si recurren o no, y cómo, a esas alternativas que se están abriendo, o que quieren abrir.

Pero claro, debe ser por completo opcional, sin consecuencias para quien estando inscrito no acuda, y desde luego bajo un estricto protocolo diseñado por la institución, en coordinación y bajo la supervisión de las autoridades sanitarias.

Poco a poco tenemos que ir avanzando hacia esos esquemas, entendiendo que el riesgo no ha terminado, que relajar medidas no quiere decir volver a la fiesta y el descuido sino atender la necesidad de producir, trabajar, ejercitarse y cuidar todos los aspectos que permiten a una persona, y luego a una sociedad, desarrollarse integralmente.

El papel del gobierno tendría que ir avanzando poco a poco de las restricciones y prohibiciones, a concentrarse primero en que quienes resulten contagiados sean atendidos; en que hospitales y personal médico tengan todos los insumos necesarios para su protección personal y para los cuidados que requieren los enfermos. A definir los protocolos, y supervisar que se cumplan, en todas las actividades que se van permitiendo. También a informar puntual y claramente no tan solo cuántos contagios hay, sino también diariamente cuantas camas y equipos de ventilación asistida se tienen ocupados y cuántos disponibles, como un referente claro para que el ciudadano mida el riesgo.

A los ciudadanos les quedaría entonces la decisión de valorar su circunstancia personal y decidir el riesgo que puede y quiere correr, pero claro que esto implica mucha madurez y solidaridad, para que quien teniendo o creyendo tener un excelente estado de salud, y sentirse en posibilidades físicas de afrontar los efectos y consecuencias de la enfermedad, no abandone en forma irresponsable todas las medidas preventivas y le lleve un riesgo a personas vulnerables.

Insistimos, no es sencillo, hay un delicado equilibrio que se debe guardar, entender también que los contagios no pararán, que se irán dando picos, y que cuando se llegue a un punto que amenace la capacidad hospitalaria se tiene eventualmente que regresar a apretar más en las medidas preventivas.

Entonces hoy tendríamos que cuidarnos, sí de no contraer el coronavirus desde luego, pero también de no contagiarnos como sociedad del síndrome de la gata mora, aquélla que cuando te le acercas chilla y cuando te le alejas llora.

Y es que si el gobierno establece filtros sanitarios, ordena cierres de establecimientos y restringe la movilidad, la polémica alcanza hasta quienes hablan de estado de excepción y vulneración de garantías, pero en cuanto comienza la autoridad a permitir actividades y tratar de guiar un retorno a una  nueva normalidad, no faltan las voces que hablan de gobierno negligente e irresponsable.

El escenario es incierto y exige de todos una nueva actitud, se requiere de mucha responsabilidad e inteligencia personal, para construir la mejor circunstancia comunitaria posible.

 

edelapena@infonor.com.mx

 

Autor

Eduardo De la Peña de León