Monterrey, Nuevo León.- La música es una de las representaciones artísticas que mayor diversidad presenta, desde los diferentes instrumentos que pueden combinarse hasta los muy distintos géneros que se encuentran. Dentro de ellos está el rap, un estilo caracterizado porque sus letras que no son cantadas, sino recitadas rítmicamente. Pero, ¿puede el rap ser una economía?
José Juan Olvera Gudiño, doctor en estudios humanísticos, miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), adscrito al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS Noreste), ha dedicado parte de su vida académica al estudio del rap desde un enfoque económico.
En 2016, publicó un artículo en la revista Frontera Norte, titulado “El rap como economía en la frontera noreste de México”, donde analiza este género musical desde la economía, proponiendo el concepto de “economías de resistencia”.
El estudio fue realizado con raperos de la escena underground porque, según el autor, “es más rica esta escena que la mainstream”.
Para esto se basó en ciudades del noreste del país como Monterrey, Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa y Gómez Palacio.
¿Por qué una “economía de resistencia”?
“No podríamos clasificar el rap dentro de una ‘economía creativa’ ni como una ‘alternativa’ porque no se encuentran todos los elementos que las caracterizan. Sin embargo, proponemos el término de ‘economía de resistencia’ para referirnos a los esfuerzos de jóvenes con menores recursos y oportunidades que están intentando vivir de su trabajo artístico, lo mismo que sus coetáneos más capitalizados, pero en condiciones mucho más adversas”.
La resistencia suele ser multidimensional, pues los raperos hacen frente a los obstáculos que les impiden desarrollar su arte, algo que va desde encontrar espacios, no caer en el «narco rap» y subsistir de ello. Aunque generan ingresos del rap, esto lo complementan con intercambios de favores, asesorías gratuitas, impartición de talleres u otras actividades.
“La inmensa mayoría de los músicos, en este caso raperos, combinan la actividad con otros empleos, ya sea ligados o no a la música. Alguien puede tener un trabajo como reparador de autos y ser rapero; pero también puede ser rapero y vender instrumentos musicales”, comenta José Juan Olvera.
Otro de los elementos que acentúa el calificativo de «resistencia» tiene que ver con su condición de asediados económica y políticamente, añadido al estigma particular por el tipo de bien que buscan comercializar.
“Una de las características de estas economías es que no tienen en el centro la ganancia monetaria, pero sí la subsistencia, porque si no, no serían economías”.
La tecnología, una herramienta de acceso a la industria del rap
En los últimos tiempos, asegura José Juan Olvera, la tecnología ha permitido a aquellos artistas que no poseen el capital financiero ni el social que puedan producir contenidos de buena calidad, todo con el uso de los programas que se encuentran en Internet y, principalmente, el celular.
“Los anhelos de producir rap se vuelven más cercanos con los avances tecnológicos, con las computadoras, con los nuevos software. Entonces, la posibilidad técnica de materializar un estudio no está tan lejano”.
Aunado a esto, las redes sociales son una plataforma donde los raperos pueden difundir sus creaciones, inclusive los videos subidos a YouTube, que en algunos casos se puede monetizar dependiendo de las visitas que reciban, son cada vez más frecuentes, pues es una forma de llegar a más gente.
“Cuando antes se necesitaban estudios de grabación, programas de cierto costo, ahora en el celular se encuentran todas esas cosas, por lo que se pueden producir contenidos de gran calidad”.
Construcción de ciudadanía a través del rap
En la publicación “El rap como economía en la frontera noreste”, José Juan Olvera menciona que si bien este tipo de música puede exaltar la misoginia, también existe una variación que permite el desarrollo de temas como derechos humanos y de activismo político.
“Además de componer rap, empezaron a utilizarlo como herramienta de promoción, gestión cultural y construcción de ciudadanía. Un nivel más alto, que pudiera ser un activismo, pero sin una estructura organizativa ni un discurso antisistema. Casi todos los activistas son personas que se dedican a hacer rap conciencia, además de que tienen más edad”.
El investigador agregó que durante el periodo de extrema violencia en el país, ciertos grupos de raperos buscaron formas de alejar a los jóvenes de las conductas antisociales, principalmente talleres, algunos de los cuales, en determinado momento, pudieron impulsar junto a instituciones gubernamentales.
“Inclusive esto puede ser otra forma de economía, donde los raperos encontraron que impartiendo talleres podían generar ingresos. Más porque muchos de ellos eran mayores de 20 años y ya con una familia a la cual sostener”. (CONACYT)
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