COMO DECÍA MI ABUELA

“El que nada debe…”

Cuando estaba en la secundaria, vivimos un tiempo con mi abuela. En aquellos años no estábamos acostumbrados a los operativos «mochila segura” que en la actualidad se implementan desde primaria, por lo que, el día que un profesor nos pidió revisar las mochilas de todos para buscar un objeto que se le había extraviado a un compañero, se lo comenté a mi abuela apenas llegué, sin omitir la alarma y sorpresa que esto me ocasionaba. Mi abuela muy tranquila me dijo: – ay mi hijita no pasa nada, “el que nada debe, nada teme”, mejor ve a traer las tortillas para la comida- sin darle mayor importancia al asunto.

Recientemente, y a raíz del caso de Giselle Pellicot, se han destapado una serie de casos relacionados con la violencia en contra de las mujeres y la manera en la que los hombres ofertan a través de medios digitales a sus esposas, madres, hijas, hermanas y cualquier otra mujer que se encuentre a su alcance, o cómo trafican con imágenes y videos, e incluso, se comparten consejos de cómo administrarles sustancias a las mujeres para luego poder abusar de ellas.

Estos casos se dan alrededor del mundo, en Rusia existe la investigación a más de 70,000 hombres que pertenecían a un grupo de Telegram, pero esto no es exclusivo de Francia o Rusia, también sucede en Portugal, Corea del Sur, y nuestro propio país, México.

Hay quienes siguen insistiendo en que “no todos los hombres” son agresores, pero ante estos casos realmente es difícil pensar que exista uno que se escape.

Sabemos también, que utilizan la inteligencia artificial para así, elaborar videos e imágenes de contenido sexual explícito y distribuirlos utilizando los rostros de las mujeres de sus entornos más cercanos, como el caso de Diego «N» estudiante del IPN.

Todos estos mercados de explotación sexual, sean imágenes reales, imágenes creadas con inteligencia artificial, videos obtenidos con o sin el consentimiento de las mujeres que en ellos participan, son lugares comunes para hombres de diferentes nacionalidades, edades y culturas, pero unidos por el denominador común del machismo, la misoginia y la impunidad; pues ninguno de ellos avisó ni denunció la existencia de dichos mercados de explotación sexual.

Si como decía mi abuela, “el que nada debe, nada teme” ¿por qué entonces ninguno se atrevió a dar aviso a las autoridades acerca de lo que estaba pasando? ¿Será que no les importa? O ¿será que todo esto forma parte de una cultura de la violación tan normalizada dentro de su concepción del mundo, como hombres, que ni siquiera se cuestionaron si estaba bien o mal participar de estos grupos?

Sea cual sea la razón, el argumento de “no todos los hombres” ya no parece tan válido. No serán todos los hombres, pero me parece que alrededor del mundo hay bastantes que actúan como depredadores hacia las mujeres.

Muchas veces estos casos no son denunciados, porque las víctimas ni siquiera se han enterado de la existencia de estas imágenes o videos, pero cuando se realizan las denuncias, siempre habrá algún hueco en la ley o alguna salvedad para los perpetradores del delito, sin embargo, no hay salvedad para las consecuencias psicológicas y sociales para las víctimas.

Por eso es que concluimos que la violencia sexual en contra de las mujeres también es una violencia sistémica, que está ahí para recordarnos cuál es el lugar que la sociedad cree que debemos ocupar las mujeres. Si salimos al espacio público tenemos que soportar las consecuencias que nuestras propias acciones acarrean. Si salimos solas ¿porque salimos solas? y si salimos acompañadas ¿por qué elegimos tal o cual compañía? No importa realmente lo que hagamos o dejemos de hacer las mujeres, la sociedad y las instituciones se han encargado de repetirnos constantemente que somos ciudadanas de segunda.

Afortunadamente existen movimientos a favor de los derechos humanos de las mujeres, como el movimiento feminista, dentro de los que se encuentran muchas y muy valiosas redes de apoyo para las víctimas, por medio de ayuda psicológica y legal, para continuar con la lucha por defender nuestro derecho a una vida libre de violencia.

Apenas el año pasado celebrábamos haber conquistado las reformas que conforman la llamada “Ley Olimpia”, a nivel nacional y en países de Sudamérica como Argentina, pero estos casos nos demuestran que no es suficiente, no basta solo con eso.

Es necesario cambiar de raíz la ideología que se encuentra detrás de todos los actores sociales. Las mujeres no somos objetos para ser consumidos, somos personas, sujetas de derechos. Seguiremos buscando la manera para ejercerlos en un marco de igualdad que nos permita una mejor calidad de vida y un entorno seguro en el cual desenvolvernos.

 

 

Autor

Leonor Rangel
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