Seamos personas que construyen, que edifican, que dejan a su paso algo mejor, no que dejan tormenta, vacíos y confusión
Una disculpa, un “lo siento”, es esperado y muy reconfortante para quien ha sufrido cuando nos equivocamos. Es más, es realmente indispensable. Pero recordemos que la mejor manera de pedir una disculpa es un cambio de actitud y una reparación del daño.
Cuando asumimos nuestra responsabilidad y elegimos reparar la situación, nos convertimos en maestros de nuestra vida y en maestros para quienes nos rodean. Los grandes personajes de la historia no son recordados porque se quedaron observando el desorden que hicieron, sino porque se atrevieron a poner un remedio a sus acciones.
Este mundo, más que nunca, está necesitado de personas de acción. De personas que son capaces de dejar atrás las conductas pasivas y la falta de responsabilidad. Hablar es muy fácil, pero nuestras acciones requieren reflejar lo que dicen nuestras palabras.
Tomar acción significa ser adulto: irnos construyendo ante cualquier fallo que podemos cometer debido a nuestra naturaleza humana y a nuestra falta de experiencia. Ser adulto requiere sanar nuestros vacíos y las heridas que nos llevaron a cometer acciones equivocadas, y también tomar en cuenta su impacto en los demás. Tomar en cuenta al otro sólo es posible cuando hemos trabajado en construirnos y sanarnos para estar “completos”.
No pretendamos completarnos tomando pedazos de otros a través de la imposición con poder o con engaños, ni nos hagamos pedazos por mantener a los demás completos.
Así que si lo tiraste: recógelo. Si lo rompiste: arréglalo. Si lo quitaste, devuélvelo. Si hiciste daño, reconócelo y repáralo. No esperes que los demás lo arreglen, o que las cosas se olviden o se arreglen solas. La vida te irá mostrando a cada momento lo que es necesario hacer: volver a ti para llenar tus propios vacíos, sanar tus heridas y vencer tus miedos. Valorarte para dejar de desvalorizar a los demás y así sentir que vales.
Sanar es el regalo de amor más grande que puedes hacerte a ti mismo. Al hacerlo, dejarás de proyectar las demandas de tu niño interno roto en los otros para que te “entiendan”, para que te “llenen”, para que te “completen”; y dejar de someterlos tratando de reafirmarte a ti mismo.
Cuando te des a la tarea de sanar tus propias heridas, de gestionar tus creencias, de cambiar tus conductas, será entonces que estarás listo para compartir. No antes, ni después. Entonces, no permitas que los demás odien amarte porque los haces sufrir.
Así que, ante un error que hayas cometido, pregúntate: ¿quién decido ser de ahora en adelante con relación a esto?
Seamos personas que construyen, que edifican, que dejan a su paso algo mejor, no que dejan tormenta, vacíos y confusión. Sanemos nuestro mundo interior para, poco a poco, poder cambiar al mundo.
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