Los hijos que Dios te mande
A mi abuela, como a la mayoría de las mujeres de su época, la maternidad le fue impuesta. Mi abuelo decía que quería hijos suficientes para armar todo un equipo de béisbol, o al menos, eso era lo que nos contaban. Por eso cuando supo de los primeros métodos anticonceptivos, mi abuela comenzó a tomarlos, sin conocer a ciencia cierta los riesgos, ella le pidió a su médico que la apoyará, se negó a tener «los hijos que Dios te mande». Aun así, tuvo ocho y no por eso los amó menos.
Aunque el relato de mi abuela surgió en los últimos años del siglo pasado, la visión social de las mujeres sigue siendo la de «incubadoras humanas».
En los sectores más religiosos y conservadores los métodos anticonceptivos son vistos como algo aberrante, ya no hablen s del derecho de las mujeres a abortar o decidir sobre sus cuerpos.
Pero hay una nueva manera de explotación reproductiva de las mujeres, antes lo era la familia, ahora lo es la mal llamada «maternidad subrogada» por medio de la cual los sectores más privilegiados de la humanidad adquieren bebés recién nacidos como si fueran mercancías.
Los vacíos legales en algunas partes del mundo y la expresa permisividad para estas prácticas en otros, ha llevado a mujeres en situación de pobreza al extremo de explotar su capacidad reproductiva para gestar en su vientre un bebé que no tendrá con ella al final del día.
Se ignoran entonces las campañas que dicen que la lactancia materna es la mejor manera de criar a los infantes y veo lo injusto y lo crudo de éstas prácticas, más morales que científicas, el contraste entre una mujer que va con su hijo a la clínica y es severamente «regañada» por el personal de la salud porque alimenta a su bebé con leche materna y fórmula (porque trabaja, porque no tiene suficiente capacidad para producir, porque es su primera vez lactando etc) y por otro lado, veo parejas heterosexuales y homosexuales fotografiadas en un cuarto de hospital muy bien equipado, en el que se recuesta uno de los padres y recibe a un pequeñito que alimenta mediante un biberón rodeado del sonriente personal que asistió al evento de la «maternidad subrogada», lo que me hace pensar que eso de la «lactancia materna a libre demanda» nunca se trató de los derechos de las infancias, sino de una manera más de relegar a la mujer al espacio privado y al hogar, si no es así, ¿por qué se permite que un bebé venga a este mundo a ser alimentado mediante fórmula ya que será separado de su madre biológica inmediatamente después de nacer?.
Ahora bien, los «vientres de alquiler» cómo también se llama a esta venta de bebés supuestamente consensuada, no es una práctica nueva, pero sí está cobrando mayor auge a medida que el «feminismo liberal» y el movimiento «progre» se cuelan en las legislaciones.
Si una práctica no contribuye a la lucha para atender, combatir y erradicar todas las formas de violencia y discriminación en contra de las mujeres, no puede llamarse feminista.
La maternidad subrogada, vientres de alquiler o cualquier otro nombre que se quiera utilizar para blanquear esta práctica, no solamente es contraria al feminismo, sino también a los derechos humanos.
Los infantes no son mercancías, ni las mujeres somos incubadoras, somos mucho más que nuestros órganos sexuales y capacidad reproductiva, pero es lo que sostiene al patriarcado de ayer y hoy para seguir violentándonos.
Ni «los hijos que Dios nos mande» ni los que nos quieran comprar. Dejen de vernos como objetos y cómo medio para obtener un fin. Somos más de la mitad de la población y merecemos que se nos trate con dignidad.
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