El 20 de mayo de 1914, Francisco Villa llegó a nuestra hermosa ciudad, la tomo sin mucha dificultad; pues dos días antes había atacado al poblado de Paredón. Al alzarse la división del norte con la victoria, y dejar al ejército federal desbandado, ya no tenían obstáculo a su paso. No narraré las anécdotas, que connotados cronistas han recopilado del comportamiento del Centauro del Norte en Saltillo, que como nos imaginamos no fueron muy buenas que digamos, bueno tal vez para algunos sí, no hay que generalizar.
La efeméride es un acontecimiento notable que se recuerda en cualquier aniversario de él, y también nos recuerdan la importancia de la historia, que nada tiene de aburrida, y si tiene mucha utilidad, pues el que olvida o no conoce su historia, está condenado a repetir sus mismos errores. La historia es una ciencia que cuando más objetiva es, favorece en gran medida que surja la virtud del patriotismo, y saber claramente que el honor de la patria no está en los botines de un futbolista, sino en una sociedad que vive los valores éticos, cívicos entre otros. Una sociedad sin memoria histórica, es como aquel abarrotero que se le olvidaba anotar a los deudores, y estos volvían a venir y le pedían fiado y les volvía a fiar, claro que terminó por quebrar.
Ciertamente se corre el peligro de generar una historia maniquea, que es la tendencia a dividir las cosas entre buenas y malas en forma absoluta. Esta visión maniquea está muy cerca del fanatismo y del fundamentalismo. Lo que he visto en varias partes, no solo en México, es que desafortunadamente al narrar la historia, los héroes oficiales se le presentan a la gente como seres casi perfectos, adornados con muchas virtudes, y los vencidos en cambio, son los villanos, y los envilecen lo más que se puede.
Eso me pasó cuando en sexto de primaria cayó en mis manos el libro “Francisco Villa ante la Historia” de Celia Herrera; fue un shock para mí, pues el contenido de este libro contradecía lo que yo había aprendido y tenía por verdad; no me gustó, y mi primera reacción fue rechazarlo y negarle todo valor. Sin embargo, de esta experiencia saqué una gran lección: no toda información que recibo, sí contradice lo que conosco, o creo conocer, o que vaya en contra de mis simpatías, no por eso debo negarla y calificarla de falsa.
En un mundo donde está de moda las narrativas, al fin y al cabo, cada quien tiene sus propios datos; ya nada es verdad, ya nada es mentira, todo depende del que presenta la información y de quién la reciba y de lo que este decida. Eso es peligroso, pues ya no se cuestionan las propias ideas, ni las ideas del otro, da pereza investigar, reflexionar, meditar y al no tener la humildad de reconocer si se está en un error, no se querrá salir de él. Una actitud así lo que favorece es la ignorancia, y como decía el poeta cubano José Martí “La ignorancia mata a los pueblos”.
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