POR DAVID ERNESTO LÓPEZ RAMÍREZ
Esta frase se le atribuye a Seneca, al gran pensador latino de origen cordobés; pero yo me pregunto ¿Qué tanto se puede distinguir un profesor de un maestro? Para muchos son dos conceptos diferentes, sin embargo, también son tan cercanos, tan similares. Mucho se ha escrito sobre la labor y el alto honor que tienen en una sociedad, a aquellas personas que se dedican a la educación.
Difícilmente encontraremos en la historia algún gran rey, presidente, general, científico, artista, filósofo, que no haya tenido a su lado a un profesor a un maestro. Si hacemos una pequeña reflexión veremos que todos nuestros conocimientos están ligados en su base a alguien más que nos lo transmitió, no hay ideas innatas. Siempre seremos deudores de otras personas que nos antecedieron y que nos legaron conocimiento.
Pero ser profesor, ser maestro, es una vocación; como toda labor honorable tiene sus dificultades, sus retos, sus frutos, alegrías y compensaciones, que no siempre son económicas. Los maestros tienen otro tipo de paternidad y maternidad, y estas son muy especiales. Basta recordar cuando entramos al Kínder, y al dejar la seguridad del hogar, ¡Cuánto es importante que haya una maestra que acoja, y de seguridad al niño que muchas veces entra llorando! Y digo maestra, porque las mujeres tienen una característica natural que las hace únicas en la educación inicial.
Vi muchas veces, cuando una maestra tomaba la mano del niño, dura y tiesa para que comenzara hacer sus primeros ejercicios para “soltar la manita”, yo todavía recuerdo a la profesora Isabel, que en Kínder tuvo este bello gesto para el grupo de niños que estábamos bajo su cuidado. Sin profesores, sin maestros no puede haber educación, y sin ella no hay avance ni progreso, personal y social, no puede haber desarrollo.
Los buenos maestros, los buenos profesores son claves no solo para transmitir conocimientos, también para enriquecer la cultura, fortalecer el espíritu y acrecentar los valores que caracterizan a una sociedad civilizada. Sin ellos, sin su labor, la civilización caerá en la barbarie, se volverán salvajes pues no están educados, no solo en la mente, sino que son pobres de espíritu. No hay un aspecto de la vida del ser humano donde no sea importante y necesaria la educación.
Pero hay que señalar que actualmente el respeto al maestro ya no se da; esta es labor de los padres de familia, que enseñen a sus hijos que deben respetar al maestro, hay muchos profesores que están en depresión y estresados, porque el grado de violencia en las aulas es desbordante. El alumno siempre conservará en su memoria a los mejores profesores, y en el corazón a sus grandes maestros, pero también, nunca olvida al que lo lastimó y le hizo daño.
San Pablo en la Carta a los Gálatas dice “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye”; el alumno debe ser agradecido con su maestro, y no dejar de pasar la ocasión para demostrarle su afecto y agradecimiento. Y cuando lo vea por la calle, detenerse y saludarlo respetuosamente y decirle: gracias maestro.
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