La Semana Santa es una celebración religiosa inspirada en el recuerdo del tiempo de la crucifixión. Aunque su inserción al calendario suplió celebraciones romanas inspiradas en los calendarios astronómicos, cada año la semana mayor presenta tiempos de profunda reflexión espiritual. Entre la cuna y la tumba hay muchos de ellos; algunos preceden los desiertos de la vida, otros surgen en los desiertos y otros más son el resultado de los desiertos. Antes, durante o después de las crisis de la existencia reflexionamos y nos cuestionamos tal y como Cristo lo hizo en la cruz; ¿por qué me has abandonado? Estas fechas, en que la tradición judeocristiana ha marcado como la semana mayor para recordar el sacrificio de Cristo, debemos reflexionar.
Reflexionar significa volver a flexionar, volver a agacharnos para ver las mismas realidades, pero con diferentes ojos. En lo intelectual, reflexionar es volver a mirar con la técnica, la ciencia, los datos. En lo espiritual la reflexión seria inclinarnos para ver los mismos acontecimientos, pero con los ojos de la sabiduría, la madurez, el quebranto. Cuando cambia el enfoque y la motivación de la mirada vemos siempre más profundo, vemos algo más. De ahí que los judíos sabiamente digan: “las cosas no son como son, son como somos”.
La crucifixión de Cristo fue un episodio político, la gente se conglomeró para decidir, la presión social motivo a Pilato a lavarse las manos y la crítica que rápidamente se esparcía llevó a un castigo injusto pero profetizado. Durante tres horas, las tres primeras del cordero en la cruz, el hombre haría lo peor que pudiese hacer, durante las últimas tres horas de la cruz, Dios haría lo mejor que pudiese hacer validando el sacrificio por amor a la humanidad. El santo se hacía maldito cargando en él la pena que nos correspondía.
El ser humano busca sentido, no andamos bien ante la incertidumbre, aunque pareciera siempre estar con nosotros. El mundo se construye sobre confianza que sabemos lo que hacemos, aunque la ambigüedad siempre resulta lo más concreto de la existencia. La culpa, el temor, la herida que duele de la incertidumbre de la nube que oculta la costa, la niebla del tiempo que nos separa de la eternidad se devela con la esperanza. Por eso no es la búsqueda de una respuesta es el atesoramiento de una promesa. ¿No es eso también política? Cuando la promesa se deposita en quien no la merece, sobre los hombros pesa la carga, una carga ajena que aumenta el sacrificio y dolor.
Difícil pensar cuántos sentimientos se agolpaban entre los discípulos que veían colgado en un madero a su rabí; frustración, derrota, ¿Cuántas cosas se agolpaban en corazones con miedo?, pero no era ese el final, solamente separaba la bruma de un par de días antes de la resurrección. Pedro correría ante el Cristo resucitado, los caminantes de Emaús aprenderían de un Jesús resucitado y todos quienes interactuarían con el cordero de gloria serian transformados por la motivación de saber que, aunque nosotros pensemos que es un punto final, para Dios solo es una coma.
En la política la forma es fondo, quien hace política está en uno de los participantes; quienes crucificaban, quienes juzgaron o quienes sufrieron. Porque así es la política, tan injusta o justa como humana lo es. No hemos cambiado mucho, por eso diremos a Dios apenados que nos haga como nos había soñado. Que sea un buen tiempo de reflexión querido lector.
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