Nuestras emociones están ahí para ser sentidas
Bernardo Stamateas
Es difícil sentir, sí, pero principalmente porque no se quiere sentir. Estamos educados para no hacerlo: ¡no llores!, ¡no tengas miedo!, ¡no te pongas triste!, ¡no te alegres tanto!, ¡ni lo celebres! Y agréguele.
Considerar que sentir es algo que se puede, de hecho, se debe aprender ha estado fuera de los paradigmas con que ha venido desarrollándose la humanidad, hasta que las ciencias de la psique afirmaron que es esencial.
Por supuesto, la importancia de entrenarnos para manejar nuestras emociones y sentimientos estaba completamente subestimada, hasta que el tema se expandió gracias a la tecnología y hasta se convirtió en materia universitaria.
Porque no basta con permitirse emociones y sentimientos, hay que saber qué hacer con ellos para que operen en nuestro favor y no en nuestra contra. Decía Oscar Wilde: “Un hombre que es dueño de sí mismo pone fin a un pesar tan fácilmente como inventa un placer. No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero usarlas, disfrutarlas, dominarlas”.
Nos guste o no, las emociones y los sentimientos guían nuestras vidas. La capacidad de raciocinio nos es verdaderamente útil cuando la ponemos al servicio de la gestión emocional. De lo contrario, solo sirve para justificar las decisiones que tomamos desde el miedo.
De ahí que ser conscientes de lo que sentimos en el momento en que lo estamos sintiendo es el principio del control emocional y, por tanto, del autodominio. Pero hay a continuación un paso que no debe ser omitido si queremos que el proceso de gestión de nuestras emociones sea efectivo: la expresión en voz alta, en primerísima instancia para nosotros mismos, porque es difícil que los demás entiendan esta fase.
Explico: cuando detectamos, identificamos y aceptamos nuestras emociones entramos inmediatamente en un conflicto interior producido por las voces que las inhiben, detrás de las cuales siempre está el miedo.
Para no enfrascarnos en esta tormenta interior, es importante que pongamos nuestras ideas en orden y esto se hace expresando en voz alta aquello que nos está sucediendo en ese momento. ¿Cómo me estoy sintiendo y por qué? Y no es necesario hacerlo frente a un psicoterapeuta, a menos que hayamos decidido apoyarnos en uno.
La realidad es que, para calmar la mente, hablar solos es la clave, aunque nos sintamos ridículos. Al fin y al cabo, quien necesita oír lo que tenemos que decir somos nosotros mismos. Pero si no lo decimos en voz alta, sacando las emociones y poniendo en orden las ideas, nos quedamos en el conflicto mental, esa discusión interior totalmente estéril, en la que nunca terminamos por reconocer lo que estamos sintiendo. En el momento de la externalización emocional interviene el raciocinio para esclarecer y no solo para justificar a posteriori.
Si hacemos este ejercicio en la intimidad, podremos después expresarnos con claridad ante otros, sin someterlos a la tortura de escuchar lo que parecería una confesión caótica. Recordemos además que si quien nos escucha no puede con sus propias emociones, menos con las nuestras.
Ha quedado claro ya para las ciencias de la psique que expresar lo que sentimos nos libera porque es catártico, nos ayuda a aceptarnos y aceptar nuestras circunstancias, nos trae por tanto paz interior, mejora las relaciones, acrecienta el auto respeto, sobre todo cuando ponemos límites, inspira en otros confianza y credibilidad, entre muchos otros beneficios.
El problema es que hemos creído que esa externalización debemos hacerla frente a otra persona, lo cual siempre resulta mal, primero porque no hemos puesto nuestras ideas en orden y eso implica que quien nos oiga no entenderá el torrente de emociones e ideas que externamos, a menos que sea un psicoterapeuta; después, porque no podemos cuidar lo que decimos para no lastimar, ofender o hacer sentir inseguro y confuso a nuestro escucha, al mismo tiempo que ponemos orden mediante la expresión.
Pruebe esta técnica. Verá resultados inmediatos en calma mental.
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