Injustamente ignorada en la última ceremonia del Oscar de la Academia, este filme del galardonado realizador Damien Chazelle, el notable director de Whiplash (2014) y La La Land (2016), es un clásico instantáneo acerca de la crisis de la industria de Hollywood enfrentada al inicio del cine sonoro, pero es por encima de todo un filme delirante, exagerado, manierista, con escenas y diálogos brillantes que -incluida una secuencia final más que discutible- se revela como un canto de amor desesperado por el cine, por esa maquinaria de sueños que tanto nos convoca y nos provoca.
Nadie puede negar que el realizador Chazelle, el más joven en ganar el Oscar como mejor director, sabe hacer cine y conoce sus mecanismos. En Babylon (2022) es capaz de crear momentos inolvidables, partir su película con una secuencia de 31 minutos orgiástica antes de los créditos y terminar su filme de tres horas con una polémica escena que divide a los espectadores: algunos la aman y otros la odian. Pero, en definitiva, nadie queda indiferente ante el último trabajo de este creador que se atreve con sus obsesiones.
Hay minutos brillantes -las escenas de los rodajes múltiples, donde se revela la precariedad y la explotación del personal menos cualificado, a la vez que el choque entre la inspiración de algunos y la ordinariez de otros- y hay momentos que descolocan a los espectadores, como aquella menos afortunada escena de la fiesta que termina en escándalo, vómito incluido.
En Babylon, la cámara del director Damien Chazelle va y viene entre una escena en una cantina del Far West y otra de una batalla medieval que incluye un fallecido real, demostrando su capacidad para situarse en distintos puntos de vista y, de paso, hacer alarde de una capacidad técnica que ya habíamos admirado en sus filmes anteriores.
Dentro de este (aparente) caos inicial, el director incorpora el humor para distanciarse y reflexionar respecto de una época en la que el cine estaba naciendo y desarrollándose, donde se podía encontrar una orquesta completa metida en medio de un set polvoriento, tratando de agregar emoción con su música a una escena culminante, interpretada por una estrella (Brad Pitt) en el minuto exacto de su declive, tras la aparición del cine sonoro con “El cantante de jazz” que vino a cambiarlo todo en un Hollywood de pioneros y sacrificados técnicos.
Gran parte del mérito de Babylon recae en su protagonista, un inspirado y maduro Brad Pitt, encarnando a Jack Conrad, un actor que se sabe guapo, encantador y que viene de regreso de mil juergas que le ha significado divorcios, alcoholismo y una no despreciable cuota de soledad, a pesar del lujo en que vive. Cuando Conrad se enfrenta a la llegada del cine sonoro, y tal como sucedió con tantos actores no dotados para los diálogos, comienza su crisis.
En este magnífico personaje, que Brad Pitt encarna con sobrada elegancia y talento, el director Chazelle concentra a muchos iconos clave del séptimo arte, desde el mítico Rodolfo Valentino, pasando por Errol Flynt, Douglas Fairbanks y Clark Gable.
Si hay un instante hermoso es el de la aparición final de Jack Conrad que es una brutal y a la vez muy serena despedida, iniciada con una conversación cínica con una amiga en un hotel, continuada con un breve encuentro con un joven botones y su ascenso por las escaleras rumbo a su habitación en uno de esos travellings llenos de afecto e inspiración que los grandes directores filman para ratificar su sello: esa crepuscular escena es el adiós definitivo de una estrella, consumida en su propio ego, inseguridad y soledad. Nada sobra y nada falta, es cine de gran nivel desplegado ante nuestros ojos.
DECADENCIA, CATACUMBAS Y MONSTRUOS
Lo polémico de este filme fascinante nace de cómo Chazelle, en un acto de provocación, recrea (a su modo) lo que fue el mundo licencioso de un Hollywood previo a los códigos de moral y a la caza de brujas que existió en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Aquí es donde aparece el popular actor Tobey Maguire (El hombre araña), maquillado de manera siniestra, para acompañarnos en un descenso a los infiernos, donde se concentra la basura de un Hollywood donde el sexo, la droga y el desenfado están a la orden del día.
En esta alucinante secuencia, el director emplea el estilo de tensión y la estética de las películas de terror, desde los maquillajes, el empleo de escenarios y la música y, aunque resulta algo exagerada, permite constatar cómo la mafia se introdujo en una industria que no reconoce talentos ni respeta carreras, donde todo está sometido a la droga, el placer y los excesos. El (literal) descenso por las catacumbas de los personajes acompañados del mafioso es uno de esos instantes que acompañan en la memoria cinéfila, filmada con la pulcritud y crueldad de un creador que está obsesionado en mostrar esa parte decadente de un Hollywood tan siniestro como en ciernes.
Mérito aparte, el actor mexicano Diego Calva, en el papel de Manuel Torres, resulta el verdadero intérprete de Babylon, porque es el personaje-testigo y confidente que termina involucrado hasta los tuétanos con el azar de todos los demás. No por nada, la secuencia final, la polémica secuencia del cierre ocurre teniéndolo a él como espectador de la secuencia clásica de Cantando bajo la lluvia, filme que es rememorado en más de una oportunidad en este filme.
La tercera arista de este filme lo encarna Margot Robbie, la chica salvaje de Babylon, la Nelly LaRoy ordinaria y deseosa de crearse un lugar en una industria que se ríe de ella, una actriz con talento desperdiciado que tiene sus quince minutos de fama, pero ni se entera. Su áspero personaje es el desencadenante de muchas escenas poderosas de esta película,
Las críticas más duras respecto de este filme provienen de los que la califican como una borrachera de imágenes, tan adictiva como excesiva que se toma demasiado en serio sus 188 minutos de metraje. Señalan que es demasiado ambiciosa, con ínfulas de palabra definitiva acerca de una industria que ya ha tenido otras películas que revelaron ese lado oscuro de Hollywood: desde Sunset Boulevard a El día de la langosta, sin olvidar al maestro David Lynch y sus películas Mulholland Drive e Inland Empire.
Tal vez sea verdad que este filme sea demasiado ambicioso en sus anhelos de revelar la podredumbre de una industria que se estaba creando y que tuvo sus minutos de locura y decadencia, lo que a fin de cuentas resulta más extravagante que impactante, como ese elefante del inicio.
Si bien muchos se sintieron escandalizados con la larga secuencia inicial de la orgía en casa de un productor, si el espectador agudiza sus sentidos, se dará perfecta cuenta que todo es una muy bien cuidada coreografía para dar cuenta de un modo de vida en un Hollywood que quería ser sonoro y empezaba a ser dorado.
En sus pros y contra, Babylon es una película fastuosa, enorme, con demasiadas historias (algunas son brutales en su contenido), con secuencias memorables (como aquélla donde aparece el personaje real de Elinor, la poderosa reportera de farándula, que le indica a Jack Conrad que será una estrella solo cuando haya muerto) y alusiones muy claras a divas del celuloide, como ocurre con Li Jun Li, en su homenaje a Marlene Dietrich, pero, con demasiados temas que saturan a los espectadores.
Lo que nadie puede negar es que se trata de esas experiencias que no dejan indiferente a nadie y que incluso en su cierre que transcurre en un cine, era que no, es capaz de generar polémica. Imperdible e injustamente despreciada por los críticos, es un canto de amor y odio a una industria que sigue viva, incólume y despertando los mismos sentimientos encontrados que entonces.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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