¿YA LO SABE?

La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia

Amos Bronson Alcott

¿Confesaba Sócrates su ignorancia, al decir: “solo sé que no sé nada”?: No. El gran filósofo griego, vigente siempre por su sabiduría en todas las épocas de la humanidad posteriores a su existencia, solo manifestaba la esencia del conocimiento: mientras más adquirimos más hay por adquirir.

Todos sabemos siempre poco, sin importar que unos sepan más que otros. Y, contrario a la forma en que generalmente lo entendemos, e incluso a la definición de diccionario, la simple falta de conocimiento no es ignorancia.

La verdadera ignorancia es creer que sabemos todo lo que hay que saber y que eso es la verdad. En esta convicción tenemos empeñado el ego entero, por eso cualquier tipo de dato, información o suceso contrario, o solo diferente a nuestra monolítica creencia, nos desestabiliza emocionalmente. La primera reacción es por supuesto el rechazo a lo nuevo o distinto y la reafirmación de lo ya conocido.

Decía el gran poeta español Antonio Machado que todo lo que se ignora se desprecia. Esta certera frase lleva implícita la voluntad de no saber algo, más que el hecho de no saberlo. Y de ese desprecio, producto del miedo a estar equivocados, nacen la discriminación, el odio, la violencia y, finalmente, la guerra.

La razón para resistimos a estar equivocados es que el error nos debilita socialmente. Las personas que necesitan a toda costa tener la razón para auto validarse, serán lapidarias con aquellos que equivoquen, desde su punto de vista, por supuesto, que puede, además, ser el mayoritario, pero eso no lo hace verdadero.

Es de la intensidad con que necesitamos pertenecer, ser aceptados e incluso destacar sobre los demás y dominar a otros, que nace la inquebrantable terquedad que solo da la ignorancia, o sea, no querer saber nada que pueda arrebatarnos la gloria de tener la razón.

Sin embargo, a diferencia de lo que nos dice el miedo, las creencias petrificadas nos hacen más inseguros, pues mientras más rígidas, más las golpea la vida con una cantidad inusitada de realidades distintas.

Nuestra inseguridad no solo viene de dudar sobre lo que creemos, sino de la consecuencia emocional que eso representa, radicada por cierto en otra creencia, ciertamente fundada en evidencias: estar equivocados es ser débiles; los débiles no son respetados; son, por el contrario, avasallados, abandonados, humillados, violentados y sometidos. La historia de la humanidad, pues.

Aun en la era de los derechos humanos eso está pasando, a diario, en todas las naciones del mundo, a nivel colectivo y personal, pero esa realidad radica sobre todo en la creencia, de manera que si la cambiamos individualmente podremos cambiarla colectivamente.

Estar equivocado o no saber algo no me hace débil; aceptar que lo que sé es incorrecto o que no sé lo suficiente es el principio del poder personal, del dominio sobre mi propia vida, pues me permite enmendar la equivocación y aprender, investigar, modificar mi mente, mi conciencia, para dejar de depender de la aceptación ajena, de intentar imponer mis razones y controlar a otros, para poner límites y, sobre todo, comenzar a desarrollar ese sentido de vida que solo tiene quien sabe que no sabe nada: la inmensa satisfacción que da el descubrimiento, que nos lleva al conocimiento, y éste a un nuevo descubrimiento.

Entonces la vida se vuelve emocionante. Saber que se está equivocado se convierte en un punto de partida para una aventura de conocimiento, de asombro, de grandes revelaciones y milagros inesperados. Para quien cree que ya lo sabe todo o que sabe lo que hay que saber, vivir es una lucha contra la falta de motivación, la insatisfacción, la mediocridad y la frustración.

Así, la verdadera ignorancia, que es, como decía Stephen Hawking, “ilusión de conocimiento”, es la más poderosa arma del miedo. A mayor empecinamiento en lo que se sabe, mayor ignorancia e más inseguridad.

 

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Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo