COMO ME VES TE VES

Solo eres responsable de tus decisiones, no de las ajenas

Bernardo Stamateas 

Grandes o pequeños, propios o ajenos, los errores siempre detonan el más poderoso mecanismo social de defensa: el castigo, tan arraigado en la psique humana que su forma de operación más eficaz es la autoaplicativa.

Sin el autocastigo posiblemente la humanidad ya se hubiera extinguido, porque siempre es un freno y una forma de autodisciplina –entendida ésta como hacer cosas que no queremos hacer, de manera metódica, y/o dejar de hacer algunas que sí queremos, a fin de alcanzar metas– pero como cualquiera de las formas que tenemos los seres humanos de inhibir pensamientos, emociones y conductas que consideramos inadecuadas, lo volvemos venenoso, abusando de él.

Describamos el autocastigo tóxico como ese daño emocional y/o físico que nos hacemos, de manera inconsciente en la mayoría de los casos, por culpa, vergüenza, enojo o dolor provocados por cualquier hecho en el que consideremos no haber estado a la altura de lo que esperábamos de nosotros mismos, que siempre, además, se origina en la expectativa ajena.

Identifiquemos el autocastigo en la tortura mental, el dolor emocional derivado de ella, la somatización, el daño físico directo o en “casuales accidentes y las privaciones autoimpuestas de presencias, actividades placenteras o incluso satisfacción de necesidades.

En ocasiones, cometemos errores que imaginamos nos acarrearán juicios, rechazos, críticas y burlas, especialmente de nuestros seres queridos; en otras simplemente nos salimos del cerco de lo socialmente correcto. Si, en cualquiera de los dos casos, aplicamos el autocastigo, estamos haciéndonos un daño inútil, porque actuamos como si fuéramos responsables de la forma en que los demás se sienten respecto de nosotros.

Desafortunadamente, cuando nos autocastigamos la motivación es casi siempre la creencia de que hemos decepcionado a los demás, como si la actitud y la conducta con que reaccionan a nuestra acciones u omisiones no fuera enteramente su responsabilidad.

Esta creencia de que somos el origen de lo que los demás piensan, sienten y hacen va más allá del egocentrismo. En realidad, es una forma de interdependencia establecida socialmente, de lo contrario el autocastigo no funcionaría, y si no lo hace, tampoco lo hará el castigo que nos aplican los demás, porque no estaríamos dispuestos a recibirlo.

Esta interdependencia tiene el fin principal de mantener la cohesión, el orden y la paz en una sociedad, pero también la enferma, estableciendo codependencias entre personas que ni siquiera se conocen, pues nuestro autocastigo abarca siempre la idea del rechazo en abstracto.

Las redes sociales son un ejemplo clarísimo de esto: las personas se derrumban cuando alguien a quien no conocen, y cuyo perfil puede ser incluso falso, les hace una crítica destructiva. En no pocas ocasiones se les ve manifiestamente autocastigándose de alguna manera por ello, o evidenciando que existe un autocastigo en privado, particularmente cuando responden airadamente o justificándose, conducta que es una forma de autodefensa ante la creencia, en fuero interno, de que el otro tiene o podría tener razón, de lo contrario no darían importancia al asunto.

Y así, preocupados por el qué dirán y qué harán al respecto, le entregamos nuestro poder a los demás, sintiendo culpa por sus reacciones, vergüenza ante sus juicios, ira contra nosotros mismos por su rechazo, ya sea que tales conductas sean efectivamente previsibles o que, como es más común, simplemente hayamos imaginado que podrían ser tales.

Y he ahí el aspecto más pernicioso del autocastigo: todo sucede en nuestra imaginación, antes de que sepamos si los demás reaccionaron o no, o en qué forma lo hicieron. Anticipamos su conducta a partir, evidentemente, de lo que sería la nuestra en tal caso.

Tener conciencia de esto nos lleva necesariamente a sacar una gran lección: son nuestros juicios, rechazos, críticas, burlas y desprecios, proyectados en los demás, lo que nos impulsa a hacernos daño, porque como los vemos, nos vemos.

El dolor autoinfligido no expía errores. Es solo autodesprecio.

delasfuentesopina@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo