No me tapes el sol
Poco reflexionamos que el actual desinterés de las nuevas generaciones en la participación política, social y cultural de transformar nuestro tiempo se debe como lo hemos dicho ya en repetidas ocasiones, a la falta del ejercicio filosófico.
Especialmente de una vertiente ontológica en particular, tal y como lo sugiere el escritor español Eduardo Infante en el ensayo histórico: “No me tapes el sol, cómo ser cínico de los buenos”, editorial Ariel, impreso para México en 2021.
Se trata de un “cinismo” muy diferente al de la connotación que seguramente usted tiene bien definida y que ha sido alterada con el transcurso del tiempo. El “cinismo bueno”, nació en el Siglo V en Atenas de la mano de Antístenes, como el único movimiento filosófico de la antigüedad que estableció la libertad como el valor supremo, ponderando la virtud como el único elemento que precisamos los seres humanos para ser felices. Nada tiene que ver con los conceptos de mentira, hipocresía o inmoralidad atados al cínico moderno.
Antístenes heredó la bandera del movimiento a Diógenes de Sinope, también conocido con el título de “perro fiero” por su rudeza al debatir, lo que le ganó una gran enemistad con Platón (gran impulsor del idealismo), que terminó por desprestigiar el movimiento de los cínicos relegándolo al olvido junto con sus figuras y postulados.
El cinismo filosófico invita a construir existencias auténticas, dejar de lado el actuar de la manada, y si consideramos que vivimos una actualidad, como lo refiere Infante, muy parecida a la época en la que floreció la filosofía cínica, en la que abunda una crisis de hastío y escepticismo, corren tiempos inmejorables para revalorizar el cinismo como esa: “Crítica a una cultura que nos ha tocado en desgracia vivir y que ha reducido la felicidad a un simple: <<ser tonto y tener trabajo>>. Como la civilización griega de la época helenística, la nuestra es una sociedad de náufragos solitarios, cada uno aferrado a su tabla, que flota a la deriva sin esperanza de que nadie venga a rescatarlos; una sociedad (como refería Zigmunt Bauman) que se asemeja a un avión en el que los pasajeros descubren, ya en vuelo que la cabina del piloto está vacía”.
Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.
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