Inteligente miniserie documental desnuda secretos de un hombre clave en la cultura pop que se inventó su propio mito.
Se trata, qué duda cabe, de un artista icónico de la segunda mitad del siglo XX. Y a través de ‘Los diarios de Andy Warhol’ (‘The Andy Warhol Diaries’), una serie documental estrenada en Netflix, podemos acercarnos al ser humano, tan complejo como fascinante en un trabajo que tiene a Ryan Murphy como productor ejecutivo y Andrew Rossi como director que, en solo seis episodios, revelan la vida del creador partiendo de sus diarios publicados póstumamente y a través de entrevistas con amigos y colaboradores, haciendo un paneo formidable de la sociedad estadounidense de los setenta y ochenta, años en que Warhol era el niño mimado de toda una élite.
De manera inteligente, el realizador parte de la base que el espectador a lo menos conoce lo elementa de su obra y por ello ahonda en aspectos de su existencia como sus ideas acerca de arte, la religión y la filosofía, poniendo especial énfasis en su condición de homosexual que se apartó de los movimientos reivindicatorios de la época y forjó una imagen tan potente de sí que terminó siendo más un personaje que una persona,
Otro detalle que llama la atención es que hechos tan relevantes como el intento de asesinato del que Warhol fue víctima, se muestran de manera acotada sin indagar pistas específicas como el quién y por qué realizó ese acto extremo, sino que poniendo el énfasis en cómo afectó su vida y su relación con los demás.
Así, lo que el documental es en entregar situaciones, recuerdos y vivencias según el mismo Andy Warhol (con la voz reconstruida por IA y con el correspondiente visto bueno de The Andy Warhol Foundation), quien aparece leyendo fragmentos del diario donde el hombre más expuesto de esos años intenta compartir su intimidad (si es que alguna vez realmente la tuvo).
Desde luego que la serie intenta escapar del corsé que implica el ser una «biografía autorizada», que por lo general ensalza la figura de quien se está mostrando antes que revelarla en sus grandezas y debilidades. En este caso, el realizador Rossi trata con escarbar, de mostrar lo oculto, intenta ir más allá del simple relato de sus textos y plantea aristas incluso desconocidas y molestas (¿era racista? ¿era asexuado? ¿su arte solo es una pose bien vendida?) e incluso cuestiona si por su condición de icono LGTB debió ser un activista o un defensor vehemente de esa lucha de reivindicación, sobre todo si se toma en cuenta que él vivió en plena época del denominado cáncer gay: el SIDA.
En cualquier caso, esta miniserie resulta entretenida y fascinante cuando nos mete de lleno en una época, nos recuerda personajes tan controvertidos como fue Víctor Hugo, Jean-Michel Basquiat o el diseñador, director y amante de Warhol Jed Johnson, entre otros.
LO ÍNTIMO Y O PÚBLICO
Esta serie también nos plantea una cuestión tan inquietante como el valor que efectivamente tiene la vida privada para comprender una existencia pública como la de Warhol, o dicho de otro modo, ¿ayuda a decodificar una existencia el conocer detalles íntimos de ese personaje? Para los medios de comunicación y los publicistas parece que sí, que el conocer una vida hasta en sus escarceos sexuales, ayuda a conocer una mente creativa, por ejemplo, la de Warhol.
Considerando esta cuestión, este trabajo del realizador Andrew Rossi producida por Netflix, parece confirmar que sí, que esa intimidad pueden servirnos para introducirnos en una persona tan compleja como Warhol, a la vez que revelar en sus acotados seis capítulos el estado de las cosas y darnos importantes pistas para tratar de reconstruir la sensibilidad de la segunda parte del siglo XX.
Partamos de la base que Andy Warhol (1928-1987) trabajó creativamente con a frivolidad y que a partir de ello se creó una existencia que devoró su intimidad y o instaló como un referente cultural en una época donde está en pleno desarrollo la onda disco, aparece el SIDA y se vive el impacto de la Guerra de Vietnam, existe una reinvención de concepto de relaciones humanas y una operación artística que trataba de advertirnos que la solemnidad es la tumba del arte en cualquier disciplina, Y por eso Warhol adquiere sus quince minutos de fama retratando y mitificando a figuras como Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor o Liza Minnelli y hace de las latas de sopa Campbell un “artefacto” cultural, jugando con los extremos del sueño americano y creando su propio mundo privado en la Factoría que fue, acaso, su mejor y mayor riesgo artístico: un sitio donde cabían todos los excesos y los desterrados del sistema.
Esta serie que toma su material de la publicación de los diarios de Warhol, dos años antes de su muerte en 1989, nos devuelve a un Warhol más humano, menos objeto y más sujeto, un tipo que se maquilla, usa peluca platinada, tuvo parejas y sufrió un intento de asesinato que desestabilizó su noción de la existencia.
Él, mejor que nadie, fue un influencer, un tipo que lanzaba frases como al azar, estudiando su efecto como el mejor de los propagandistas: “Hacer dinero es un arte y trabajar es arte y los buenos negocios son el mejor arte”; “¿No es la vida sólo una serie de imágenes que cambian a medida que se repiten?”; “Soy artista porque soy feo y es lo único que puedo hacer”; “Es durísimo mirarse en el espejo. No se ve nada”; “No creo en la muerte porque uno no está presente para saber que, en efecto, ha ocurrido”; “Mis planes para el futuro son no hacer nada”; “En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria”; “La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga”.
Fue teórico sin quererlo y se aprovechó de los entonces denominados medios de masas y contribuyó a remecer las bases de la estética, el glamour y la farándula, a la vez que luchó con fuerzas para constituirse en el ícono del pop norteamericano desde el mismo minuto en que sacó la letra A de su apellido eslovaco original para reiventarse, a costa de perderse en la misma frivolidad que él elevó a categoría de arte. Y ojo, estos Diarios en que se basa esta serie fueron dictados por teléfono a Pat Hackett, una de sus buenas amigas, lo que implica dos detalles mayúsculos: ella fue espectadora de su intimidad y al transcribir intervino -para bien o para mal- en el texto (traductor siempre traidor) y entregó su versión de una versión que nos quiso legar Warhol.
De este modo, Andy Warhol siempre resultó un tipo fascinante: estuvo muerto clínicamente luego del disparo de Valerie Solana el 3 de junio de 1968 y revivió en el hospital. Nadie puede explicar bien el cómo llegó a donde llegó si tomamos en cuenta que él no era para nada el modelo ideal de belleza que predominaba en esa época hedonista. Ni siquiera su personalidad destacaba, con una timidez que después convirtió en cliché.
La serie detalla muy bien los hechos, aun cuando no haya mucha lógica en los sucesos sino una fragmentación que implica finalmente que nunca entendemos cuánto de verdad y cuánto de invención hubo en su existencia “real”.
“Los diarios de Andy Warhol” permiten analizar la vida de artista desde el punto de vista de lo reinventado. Como si eso no fuera suficiente, convierte la experiencia de esta narración a dos voces — la real y la ficticia — en una experiencia en todo el sentido de la palabra y nos entrega un potente documental respecto de un hombre y un artista que ficcionó toda su vida, la convirtió en un producto e hizo de su existencia una pieza de arte, pero del arte que él entendía como tal: toda la realidad puede ser serializada, manufacturada y reconstruida.
Quedan volando las preguntas de qué es cierto y que no lo es en un rápido recorrido a través de la obra, vida y omisiones respecto de un tipo imposible de clasificar que alguna vez declaró no tener sexo, que más de una vez insistió no ser un hombre, que vivió a fondo el auge y caída de un estilo de vida, los excesos del famoso estudio 54 y que terminó siendo un mito más que una certeza.
Esta miniserie está disponible en la plataforma Netflix.
Autor
-
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
Otros artículos del mismo autor
- OPINIÓN12 octubre, 2024LOS MONSTRUOS REGRESAN POR PARTIDA DOBLE
- OPINIÓN9 agosto, 2024AGOSTO COMO TEMA Y SÍMBOLO EN EL CINE
- OPINIÓN11 marzo, 2024OPPENHEIMER, LA BRUTAL REALIDAD ACTUAL Y ALGUNOS APUNTES ACERCA DE LA 96° CEREMONIA DEL PREMIO OSCAR
- OPINIÓN5 marzo, 2024“SIMÓN”. LA VENEZUELA AUSENTE EN UN FILME QUE SE DESVANECE