Dime qué presumes…
Mi abuela tenía muchas plantas de ornato, tanto en jardín, como en macetas, pero nunca eran suficientes. En ocasiones, se hacía acompañar de mis padres a los viveros de la ciudad para recolectar nuevos especímenes y aumentar la variedad de su jardín. En una ocasión, fuimos con ella a visitar un vivero que le habían recomendado, al principio iba muy entusiasmada, pero se fue desencantando al ver que muchas de las especies vegetales de aquel lugar ya las tenía en casa, “dime qué presumes y te diré de qué careces” dijo algo desanimada, mientras le pedía ayuda a mi padre para llevar begonias y tulipanes.
El pasado primero de mayo, durante una manifestación feminista en Irapuato, policías arrestaron a 30 mujeres de manera ilegal y arbitraria haciendo uso excesivo de la fuerza pública, luego de que estas realizaran iconoclasia en la Presidencia Municipal. Los videos de las detenciones, publicados en diversos medios de comunicación y en redes sociales de colectivos feministas, muestran cómo las manifestantes eran golpeadas incluso después de haber sido inmovilizadas, lo que evidentemente constituye un uso excesivo de la fuerza y, por tanto, abuso de autoridad por parte de los elementos policiales, los mismos que portaban y presumían, mientras golpeaban a esas mujeres, un pañuelo con la leyenda “Vivo Segura” ya que, en palabras del Secretario de Seguridad Ciudadana de Irapuato, Victor Armas Zagoya “las policías tienen capacitación para la actuación de género”.
Este caso no es aislado, constantemente se observa que las manifestaciones feministas son enérgicamente reprimidas mediante el uso de la fuerza pública, además de ser objeto de estigma social y desaprobación de los medios de comunicación. A pesar de que se insiste por medio de organizaciones internacionales de Derechos Humanos en la necesidad de crear organismos que observen a las policías, los gobiernos insisten en que no es necesario, ya que cuentan con capacitaciones y mecanismos internos de control. Una y otra vez se insiste al Estado que esto no es suficiente, las mismas que el Estado responde en ruedas de prensa, anunciando con bombo y platillo sus programas rosas, naranjas, violetas con los que solo visten de colores las mismas prácticas y actitudes rancias de siempre. Se cumple en el papel, pero no en los hechos.
De igual forma, la sociedad y los medios de comunicación insisten en llamar “vándalas” a quienes, haciendo uso de su legítimo derecho de protesta y libertad de expresión, salen a las calles a gritar consignas y a pintarlas en las paredes de las instituciones que día con día nos siguen fallando.
Durante el fin de semana pasado, se viralizó la historia de abuso de Regina, quien se encontraba vacacionando en Cancún, hospedada en el hotel Ocean Coral & Turquesa cuando un hombre que se identificó como personal de seguridad de la instalación, se ofreció a acompañarla hasta su habitación. En el trayecto, el hombre abusó de ella y cuando fue encontrada por su pareja entre los dos fueron a interponer la queja con el personal del hotel y también levantaron la denuncia ante las autoridades correspondientes. Cuando se dio a conocer este caso, muchas denuncias del mismo estilo salieron a la luz. Como consecuencia, el hotel emitió un comunicado oficial en su cuenta de Instagram, donde señalan que la persona fue separada de su cargo y que se encuentran cooperando con las autoridades. A pesar de que en dicho comunicado textualmente se puede leer “manifestamos nuestro más absoluto rechazo y condena a cualquier tipo de violencia contra nuestros huéspedes y, muy especialmente, contra la mujer”, el hotel no cuenta con un protocolo de atención a los huéspedes para la denuncia de éstos casos y durante la investigación manifestaron que no todas sus cámaras de vigilancia se encuentran en servicio, entonces, ¿Cómo pretenden dar atención a cualquier tipo de violencia contra sus huéspedes?
Tanto si volteamos a ver a las autoridades, como a los prestadores de servicios, incluso a nuestros familiares, los señalamientos se vuelcan sobre si son o no formas para la protesta, pero no en los hechos por los que se protesta en primer lugar, nuestra sociedad primero pretende juzgar si la mujer que denuncia estaba borracha, o iba vestida de una manera inadecuada, pero no en lo inadecuado y trasgresor de la conducta realizada por el perpetrador del abuso. También casos como el de Debanhi, constituyen un excelente ejemplo de cómo los medios de comunicación capitalizan estas noticias sin tener en cuenta el sentir de las víctimas o los familiares y que relatan las notas de acuerdo a su moral y no a la objetividad de los hechos.
El discurso en el que las instituciones, prensa y sociedad, en general, insisten con sus actos y señalamientos, no es el de la defensa de los derechos de las mujeres, sino el que pretende silenciar su voz, para callar a un México que nos grita desde sus fosas. Pueden vestirse del color que quieran, poner en la calle mujeres policías supuestamente capacitadas en género, pregonar en sus redes que apoyan totalmente la lucha de las mujeres o autonombrarse feministas, como insiste en hacerlo nuestro actual gobierno, pero si no se cuestionan su forma de pensar, su misoginia interiorizada y sus conductas machistas, no sirve de nada, pues como diría mi abuela, “dime qué presumes y te diré de qué careces”.
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