Los videos, comunicados, cartas y grabaciones telefónicas del fiscal de la República, Alejandro Gertz, la ex secretaria de Gobernación y hoy presidenta del Senado, Olga Sánchez Cordero, y Julio Scherer, exconsejero jurídico del presidente López Obrador, en las que unos a otros se acusan de ilegalidades y chantajes, dan la certeza de que estamos siendo gobernados por una pandilla de extorsionadores chismosos, inmorales y corruptos.
Y si eso se hacen entre ellos, que son miembros del mismo equipo y se decían amigos, es fácil imaginar lo que les importamos los mexicanos.
Nombrados por López Obrador ocuparon durante tres años los tres puestos principales del gabinete, Gertz aún sigue, por lo que no es válido que ahora AMLO pretenda deslindarse diciendo que no se mete en pleitos por “diferencias”, sabiendo que se trata de delitos que merecen cárcel.
Pero los dejo, porque hoy quiero escribir sobre las mascotas ucranianas víctimas también, del infierno por el que pasan sus dueños ante la criminal invasión ordenada por Putin.
Los que tenemos perros, sabemos que se aterran y esconden bajo las camas al oír los cohetes en las fiestas patrias y decembrinas, así que conocemos lo que están sufriendo con el tronar de misiles, desplome de construcciones y gritos de heridos.
Una investigación de la Universidad de Milán, cuyo resumen apareció recientemente en The Guardian, sostiene que cuando los perros pierden un compañero, viven el duelo profundamente, no comen ni juegan y tienen ataques de pánico y que su situación es mucho peor, si el que falta es su amo.
Y esta semana The Economist contó parte de esos pesares, en su artículo “Perros y Gatos de la Guerra”.
Lo inició hablando con Tatiana, quien tras 12 horas en tren desde Mykolayiv en la costa sur de Ucrania llegó a Lviv, a 80 kilómetros de la frontera polaca; que quería cruzar con su hija de 8 años, escasas pertenencias y un perrito “porque Gucci es parte de nuestra familia y era imposible dejarlo” explicó.
Y podrá llevarlo, porque algunos países europeos están permitiendo a los refugiados ucranianos pasar con perros y gatos, porque han comprendido que lo que sucede es ya terrible para los niños y no quieren empeorarlo, obligándolos a dejar sus mascotas.
Enorme cambio respecto a los primeros días, cuando se prohibía la entrada con animales, que tuvieron que ser abandonados y hoy deambulan heridos, estresados, sedientos, solitarios, hambrientos y con frío, por sitios bombardeados.
En Kiev y otras ciudades se han creado refugios animales, pero han resultado insuficientes y en las estaciones del metro que sirven de refugio a las familias, hay muchas mascotas que captan que no deben molestar y se mantienen quietecitas y calladas.
En la estación Dorohozhychi, la ingeniera en software Taria Blazhevych’s arropa junto a su computadora a un conejito blanco; está preocupada porque “Fluffy Steve tiembla cuando oye caer las bombas” y porque le quedan poca alfalfa y zanahorias para alimentarlo.
Animales como Fluffy han sido afortunados, frente a las que no pueden estar con sus amos porque cuando empezaron los bombardeos, se encontraban trabajando y no regresaron a casa porque murieron o huyeron a otros países.
Y son aún más privilegiados los que están asilados en lo que fue un hotel boutique para perros al sur de Kiev y a los que sus dueños pueden ver las 24 horas, a través de cámaras de tv; su directora Sandra Ischenko, dice que hay gatos, perros, un periquito australiano y un erizo que no para de bajar y subir una escalerita.
The Economist advierte que los años han cambiado la actitud humana hacía los animales y hoy es común en Occidente considerarlos parte de la familia.
Y recuerda tiempos de la Segunda Guerra Mundial cuando por no tener suficientes refugios en Londres, el gobierno británico debió instalar clínicas de eutanasia animal y convencer a los dueños de que era más amoroso eliminarlos, que abandonarlos al horror de la guerra.
“Durmieron a tantos”, que los veterinarios quedaron sin cloroformo.
Esa actitud, contrasta con la de países musulmanes donde no es usual ver a los animales caseros como integrantes del núcleo familiar.
Razón que, sumada a lo largo de la travesía y limitado espacio en las frágiles naves en las que debían cruzar el Mediterráneo, hizo que afganos y sirios llegaran a Europa sin mascotas.
Pero ahora en las caravanas de ucranianos que caminan desde el interior hacía las ciudades fronterizas, no es raro ver personas con pocas maletas porque prefirieron llevar a sus gatos en cajitas y a sus perros tirando de las correas.
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