Al ejercer Putin violencia injustificada y desmedida sobre Ucrania, poniendo además en peligro al mundo y al pasar López Obrador del “me canso ganso” al “ya no puedo más” sin superar odios, se comprueba que no les importan los demás.
Conforta y conmueve atestiguar la solidaridad casi mundial, hacía el Kiev agredido.
Y es ya indispensable, que AMLO entienda que no es aniquilando a los otros como tendrá éxito.
Pero dejo esos temas de lado, porque a pocos días de la celebración del Día Internacional de la Mujer quiero recuperar recientes investigaciones que advierten que la humanidad debe su desarrollo, a las abuelas.
Pensé al escribirlo en mi abuela materna de quien tanto aprendí y en mi abuela paterna a la que no conocí porque murió cuando mi papá era niño, pero como llevo su nombre me gusta sentir que me cuida.
Y en las abuelas indígenas mexicanas, que en medio de sus penurias trasmiten técnicas artesanales y consejos de salud; como en la Cañada de los Once Pueblos de Michoacán donde al tener las nietas su primera regla, las bañan en el río coronándolas con flores mientras van desgranando recomendaciones para que tengan buenas vidas.
Y en las babushkas rusas, que en parques moscovitas sacan bebés a tomar aire y sol a temperaturas bajo cero, los deslizan en pequeños trineos, los detienen de la bufanda para enseñarlos a caminar sobre el hielo y al empezar la primavera colocan a las niñas diademas trenzadas con margaritas recién brotadas de entre la nieve, junto a catarinitas rojas.
Y en las abuelas judías, que dicen a las recién nacidas “¡Novia que te vea!” y les inculcan ideales de buenas mujeres.
Y en la abuela de un cardiólogo a la que dejaban en la salita de espera de su consulta, mientras la hija hacía trámites; “me quitó muchos pacientes, contaba el doctor divertido, porque era contraria a la medicina alopática y les recomendaba homeopatía y tecitos…”
Precisamente de la tesis sobre el fundamental rol de las abuelas en el aprendizaje de la humanidad, parte el artículo de Julián Rojas y Daniel Mediavilla publicado en El País este 21 de diciembre.
Rol que la Historia no ha valorado como debiera y tuvieron que desempeñar, entre multitud de trabas religiosas, políticas y familiares.
Un estudio de la Universidad de Harvard difundido por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America sostiene que contrariamente a lo que ocurre en las demás especies animales, excepto orcas y algunas ballenas, las mujeres podemos vivir décadas después de perder la capacidad reproductiva.
Característica indispensable para preservar la especie, porque los niños requieren cuidados prolongados que con frecuencia sus padres no pueden cumplir y son las abuelas los pilares de su crianza.
Coincide en esto Kristen Hawkes de la Universidad de Utah, quien al investigar mujeres mayores del pueblo Hadza de Tanzania, observó que son extremadamente activas recolectando alimentos para regalarlos a sus hijas; lo que repercute en mayor descendencia.
Y un análisis de sociedades preindustriales llegó a conclusiones similares, revisando registros eclesiásticos de principios del siglo 17 de Finlandia y Canadá; porque las mujeres residentes en la misma parroquia que sus madres, engendraban casi dos veces más hijos que las que vivían lejos.
Según la paleoantropóloga Marina Lozano, del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social, la función esencial de las abuelas se inició con la aparición del Homo erectus hace unos mil 800 millones de años.
Y tras analizar dientes fosilizados de 768 individuos Rachel Caspari, de la Universidad Central de Michigan, concluyó que los cambios en la alimentación de los Homo sapiens del Paleolítico Superior, aseguraron que pudieran vivir hasta edades suficientes para convertirse en abuelas.
Lo que permitió reunir a tres generaciones en el mismo hogar, ofreciendo conocimientos “que otras especies no tuvieron y gracias a los cuales, los humanos no tenemos que empezar de cero en cada generación…»
La presencia de abuelas sin hijos propios que cuidar, tuvo incontables ventajas para la transformación cultural.
De entonces son, entre muchas, expresiones artísticas como las pinturas rupestres de Altamira en España y Lascaux en Francia, dice María Martinón Torres directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana.
“El éxito de las especies es reproductivo, pero los humanos lo obtuvieron aumentando el tiempo no reproductivo”, explicó.
Y agregó que el desarrollo de la inteligencia y las habilidades sociales y la aportación de las abuelas como educadoras de los hijos de sus hijos “definieron la singularidad humana y reforzaron los cambios culturales que transformaron nuestro planeta.”
En fin, me encanta confirmar que la fuerza de nuestra especie radique en sus miembros más débiles y ninguneados.
Salud por las abuelas.
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