Este filme belga, precuela de la serie Undercover, es entretenida, llena de detalles inteligentes que, a pesar de su encanto y sencillez, no alcanza el brillo que pudo tener, aunque sí se trata de una buena demostración del cine de acción policial de una nación de la cual casi nunca nos llegan producciones cinematográficas.
Sencilla, de alguna manera encantadora en su propuesta, fallida si se consideran todas las posibilidades que el guion tenía, pero de todos modos necesaria de ver para conocer algo del cine belga al que no conocemos como corresponde, “Ferry” es una película que entretiene y demuestra la vigencia de un género -el policial- en un escenario diferente.
Ferry Bouman es el perro guardián, el guardaespaldas, el matón que cuida desde siempre a un mafioso. Tuvo una infancia de atropellos y violencia intrafamiliar, con un padre castigador y una madre golpeada. Esos hechos, que ocupan unos pocos minutos en el inicio del filme, justifican de alguna manera que se haya transformado en un tipo que habla poco, pega mucho y parece no tener más futuro que estar siempre al lado del mafioso que, tal vez, reemplazó a la figura paterna.
Un crimen que sucede en el interior de una organización criminal es el punto de arranque de la película, el motivo que obliga a Ferry a viajar hacia sus raíces familiares casi sepultadas, reencontrándose con una hermana enferma de cáncer que casi no lo habla y una serie de fracturas psicológicas no superadas.
A raíz de su misión, conoce a Danielle (Elisa Schaap), una chica tan dulce como ingenua que, en el lapso de dos días, pasa a convertirse en una posibilidad de alcanzar algo que jamás ha saboreado: el amor. El problema está en que ella es hermana de uno de los que perpetró un robo que generó el crimen que él investiga y lo pone en la encrucijada moral: o le miente a su jefe y salva la vida del hermano de la mujer a la que ama o cumple con su trabajo y promesa de lealtad absoluta a su jefe.
De esta manera, Ferry Bouman empieza a tomar conciencia de su situación desvalida: las relaciones con su hermana casi son inexistentes a pesar de que ambos se necesitan y la mujer que ha conocido se revela como una chica buena, ansiosa de salir de un ambiente vulgar. Es verdad que la película desaprovecha esta arista y no entrega mayores antecedentes respecto de por qué Ferry llegó a ser este tipo criminal, violento e insensible que solo actúa como el ejecutor de los deseos de su jefe mafioso, al que el protagonista ha cuidado y respetado desde que lo adoptó como uno más de su clan.
El punto de partida es interesante pues todo parece funcionar en el negocio clandestino hasta que, de súbito, unos jóvenes ladrones irrumpen en el lugar y terminan disparando contra el hijo del líder mafioso que queda en estado de coma. En este robo a mano armada, uno de los tres integrantes, producto de su nerviosismo, comete el error de disparar y con ello desencadena una venganza que Ferry deberá canalizar, viajando a su ciudad de origen donde puede conseguir datos respecto de la identidad de quienes perpetraron el robo y el disparo. Como de costumbre, Ferry tiene la misión de buscar a los responsables y ejecutarlos.
En su estructura fílmica, “Ferry” es sencilla y esa misma sencillez le juega en contra cuando evita, por ejemplo, entregar antecedentes más contundentes para comprender la personalidad del protagonista, la razón de su subordinación al jefe mafioso, su mutismo y su falta de comunicación con los demás, porque en pocas palabras él es una persona violenta. Un matón que únicamente obedece órdenes del líder mafioso, hecho que pudo ser más relevante en la película pero que se esquiva con una introducción demasiado abrupta como para ser satisfactoria.
Así, la misión de Ferry es la venganza, situación que se convierte en un hecho predecible y algo cansino. Solo cuando el protagonista conoce a la mujer empieza a sufrir una interesante transformación pues surge en él la posibilidad de amar, el lado sensible y acaso el atisbo de un cambio en su existencia anodina.
Al encontrar a esta joven puede acercarse al amor, pero ella pone en duda el cabal cumplimiento de su misión criminal. Y esa situación ha de desencadenar un desenlace tan impactante como alejado de los cánones estadounidenses en materia de acción y espectacularidad.
El filme está dirigido por la cineasta Cecilia Verheyden, quien opta por quebrar la linealidad del relato policial e introducir una historia de amor dentro de un mundo criminal, incorporando a Danielle en medio de la misión.
Elisa opera como el contraste de Ferry: es dulce, ingenua, inocente. Ni siquiera supone que su propio hermano está envuelto en el hecho delictual que Ferry está investigando para acabar con quienes lo cometieron. También es verdad que en este aspecto faltó mayor fuerza a la historia amorosa para lograr una empatía con los espectadores, sobre todo cuando Ferry (interpretado por el actor holandés Frank Lammers, de gran reputación en los círculos fílmicos europeos por la serie Undercover) es demasiado plana y sin matices. Como matón y ejecutor de las órdenes de su líder convence plenamente, porque incluso su físico ayuda para el rol asignado, pero en el ámbito sensible, en los sutiles detalles de su cambio no se logra la calidad actoral que se necesitaba para hacer más dramático la relación con Danielle.
Lo que eleva al filme es su propuesta sencilla, directa, previsible cierto, pero entretenida, sobre todo cuando se nos muestra una historia policial cientos de veces vista, pero en un escenario diferente y con reacciones inesperadas que se agradecen, sobre todo como en la escena del encuentro con el primer implicado que se resuelve de una manera totalmente atípica si uno se apega a los cánones establecidos por el cine estadounidense.
Los mejores instantes de intimidad ocurren cuando Ferry debe regresar a su tierra de origen, donde viven su hermana y su cuñado con quienes tiene una complicada relación, lo que se aumenta porque a ella le restan pocos meses de existencia producto de un cáncer.
Luego se genera la relación casual con Danielle, que se va volviendo más seria al punto de poner en peligro la misión que le han asignado al protagonista, haciendo que el filme oscile entre la crudeza del relato policial de una venganza inexorable y una historia romántica con toques cómicos, como la secuencia del consumo de éxtasis que Danielle le propone y que es un guiño a quienes vieron la serie Undercover.
Con estos antecedentes se humaniza al personaje de Ferry, cocainómano, asesino y matón, porque la película se empieza a vislumbrar como la opción (acaso la última) de un hombre vulgar que puede llegar a ser otro.
¿Es necesario conocer la serie Undercover para apreciar mejor el filme? Para nada. Al contrario, es mejor desconocer absolutamente todo para apreciar y entretenerse mejor con este relato que, a pesar de sus debilidades, crece y se estructura bastante mejor de lo que se podía esperar, sobre todo tratándose de un producto diferente de la receta habitual made in Hollywood.
Con todos sus altos y bajos, esta propuesta de Netflix ayuda a descubrir un escenario distinto, a personajes que se van descubriendo de a poco (la hermana es un acierto en cada una de sus apariciones) e incluso se agradecen las escenas que transcurren durante los créditos de cierre porque ayudan a dar cuerpo y sustancia a un personaje que oscila entre la criminalidad y la redención a partir del amor que comienza a descubrir.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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