CÉSAR ELIZONDO VALDEZ
No entiendo esos silogismos: si ves la caricatura del zorrillo enamorado, entonces te convertirás en acosador sexual. ¿Es en serio?
Contemporáneos míos son quienes gobiernan municipios, estados y países; igual los sacerdotes y capitanes de empresa, líderes de opinión, docentes y comunicadores. Todos ellos crecieron viendo a Pepe Le Pew, y, supongo por el silogismo, que aquellos que vienen censurando hasta los catálogos de Disney, tendrán sus oscuras historias bien guardadas; de otra manera no entiendo su postura de dioses pensando que, si ellos fueron inmunes a las depravadas formas del zorrillo, no podrán serlo otras personas.
¿Tu piensas que el modelo familiar de la actualidad tiene que ver con que Doña Florinda era madre soltera? ¿piensas que el mal pagador lo es por culpa de Don Ramón? ¿la obesidad nos viene de Ñoño? ¿la homofobia se debe a que antes no había diversidad sexual en los contenidos? ¿el racismo lo inventó la televisión?
Así no funciona el ser humano: no veo a mis hermanas de restauranteras porque jugaban a hacer de comer, ni mis vecinas se embarazaron de catorce años por cambiarle el pañal a sus muñecas. No me convertí en Pelé por andar de vago tras la pelota, ni aquel monaguillo fue cura por ayudarle a Usabiaga.
Ese reduccionismo con el que la censura pretende acotar otro tantito nuestro libre albedrío, es tan retorcido como pensar que, si un niño juega con el muñeco de acción G.I. Joe, será porque físicamente le atraen los hombres, de lo contrario jugaría con una Barbie. El argumento tiene lógica, pero es tan reduccionista como aberrante.
Parece mentira y exageración, pero si puedes imaginar un hilo conductor donde el uno precede al dos, esta corrección política que hoy padecemos hasta en los nombres de franquicias deportivas, terminará por destruir la muralla china, las pirámides de Egipto y cualquier otro indicio de esclavitud, sometimiento y explotación que el ser humano haya perpetrado en el pasado. Estarás de acuerdo conmigo en que, hay que ser muy inocente para pensar que Chichén Itzá se construyó con buena vibra, incentivos culturales o liderazgo político.
Y del dos sigue el tres: a rasurar el Louvre y todos los museos del mundo. Que no quede obra con tintes de cualquier forma de desviación o abuso en que la humanidad haya incurrido. Le seguimos con los libros y con todo. Borramos todo vestigio de lo que nos trajo hasta aquí como especie.
Al final, nos pegamos un tiro en la cabeza porque no pudimos ser perfectos, porque nos avergonzamos de haber evolucionado, porque no nos gusta nuestro pasado. Y porque resulta más sencillo y más barato censurar, que educar.
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