La dieta neolítica
Buen viaje, estimado Ascensión Herrera
No cabe duda que las circunstancias, las formas de vida, el comportamiento, la alegría, la tristeza, la valentía o el miedo, toman representaciones diferentes en cada uno de nosotros. He charlado, con cubrebocas y sana distancia, con personas que de suyo aportan algo en las pláticas, como quien ofrece el fruto o polinizan los sentidos que tienen nuestras ideas.
Un domingo de invitación a desayunar se concretó, entre familiares, en temas de política, deportes, en la situación de la pandemia, algo de historia entrecruzada con literatura, el progreso, la salud o enfermedad de amistades, los recientes muertos, los enfermos que libraron el Covid; todos eran un paseo de comentarios sin orden, sin opresión, es decir, todo, hasta las emociones, aparecen como tema. Para mí fue algo insólito hablar de moda y de belleza, aunque claramente para las señoras en el desayuno eran temas que les apasionaba, todas habían brincado los 50 con altivez y las pretensiones propias de una muchacha de 20 años.
De pronto, una de ellas comenta: “tengo seis meses haciendo la dieta de la comida neolítica”. La seriedad con que estampó la frase llenó de sorpresa el momento, qué tanta sería la mía que a punto estuve de expulsar un bocado con el previo café ingerido, ¡pero aguanté! Pienso que lo hice bien, pero el aguijón estaba clavado, corrían inquietudes por todos los circuitos de mi cuerpo, deseaba saber más de ello. Ella siguió con un ritmo de predominio al saberse dueña de la situación. “Qué tan buena será que he bajado 14 kilos, tres tallas y hago ejercicio, ahora sólo me hidrato con agua preparada, saben, los alcalinos son tremendamente dañinos”. Podría seguir departiendo las bondades de tal dieta neolítica, sólo le faltó decir “soy neolítica… y qué”. Lo que sí recomendó fue que nos convirtiéramos a la famosa dieta.
Siguió la plática dominical, traté de recordar lo que la clase de prehistoria había pasado por mis ojos, lamenté la ligereza con la que había saltado la materia que ahora era el motivo de nuestra conversación. Terminó el desayuno y tenía un ansia por salir volando a consultar literatura sobre la famosa comida neolítica, de la cual decían, era la quintaesencia de la salud actual.
Llegué a casa, prendí la computadora y comencé a enterarme de la comida neolítica. Por principio de cuenta la famosa comida en la actualidad era cierta: “Comienza en Antequera la iniciativa gastronómica: Tierras de Antequera: menú neolítico, una propuesta en la que un cocinero y un arqueólogo elaboran un menú neolítico compuesto con ingredientes de la época. Los sabores y las formas de elaborar de la época son las principales premisas que se han seguido a la hora de elaborar esta interesante propuesta de gastronomía. Una reunión entre Manuel Romero, director del Museo de Antequera, y yo mismo, planteó la posibilidad de realizar un menú neolítico con los ingredientes que existían en la Antequera de entonces, comenta Jesús López, gerente del Restaurante Reina”.
“Buscábamos algo diferente, llamativo y propio en nuestro apoyo a la candidatura del Sitio de los Dólmenes a Patrimonio Mundial de la UNESCO. Las habas y las bellotas se convierten en una de las bases de este menú neolítico, ya que fueron alimentos que sirvieron a los antepasados para sobrevivir en muchas épocas del año. El ciervo, el trigo o el pan ácimo (sin levadura) de cereales son otros de los sabores que completan el menú”.
Después de haber desayunado menudo, un machacado con salsa, café, refresco y jugo de naranja, comencé, ya en casa, a urdir la idea de porqué no seguí la dieta. Mi conclusión final fue: no me hubiera gustado vivir en el neolítico, pues sufro de claustrofobia y si se apaga el fuego no tendría alimento calientito como me gusta. Además, no me gusta andar en taparrabos
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