No todo lo que parece es
José Saramago
A muchas personas, las consecuencias de la crisis de salud por la que está atravesando el mundo, que coloquialmente “no tiene para cuándo”, pueden estar siendo poco severas o hasta convenientes, pero millones las están viviendo como algo traumático.
A nivel personal, familiar y social, estamos teniendo que “recargar pilas” constantemente, porque los rebrotes nos retornan a las restricciones de vida del principio de la pandemia, y si no tenemos los cuidados necesarios, extremos incluso, podríamos estar cada vez más limitados.
Es en épocas como éstas que necesitamos aprender sobre ecuanimidad, para minimizar los daños psicológicos de situaciones fuera de nuestro control.
La ecuanimidad es una virtud bastante mal entendida comúnmente, por el desconocimiento generalizado que tenemos sobre la naturaleza humana, que nos ha llevado a vivir centrados en el mundo material, desconectados de nuestros otros niveles de existencia, hasta el punto de no comprender el daño que nos hacemos y le hacemos al planeta.
Hemos venido creyendo que la ecuanimidad es mantenerse emocionalmente equilibrado, sereno ante cualquier circunstancia, especialmente las amenazantes o adversas. El Diccionario de la Lengua Española dice que es igualdad y constancia de ánimo, imparcialidad de juicio.
Bien, eso es imposible, no debiera ser deseable y ni siquiera sería sano. Estar siempre en un “justo medio” entre la alegría y la tristeza, el enojo y la indiferencia, la pasión y la apatía, el amor y el odio, la felicidad y el dolor, nos impediría experimentar la vida, lo que a su vez nos arrebataría el sentido de la existencia. Lo más seguro es que mientras más ecuánimes fuéramos, en esos términos, más ganas de morirnos tendríamos.
La ecuanimidad es ciertamente alcanzar la imparcialidad de juicio mediante el equilibrio emocional, pero cuando es necesario hacerlo; es decir, desarrollar la habilidad de gestionar nuestras emociones de manera correcta para estar en control de nosotros mismos en los momentos críticos, en que debemos tomar decisiones importantes, decir lo correcto, actuar de manera acertada.
Mientras tanto, disfrutar la vida es una cuestión de sentir, a veces intensamente, de permitirnos ser vulnerables para poder establecer conexiones genuinas y profundas con los demás y de aprender de nuestras experiencias, que siempre van a involucrar emociones, o no serían tales.
No confundamos la ecuanimidad con la frialdad, la falta de empatía, la incapacidad de hacer contacto con nuestras emociones y sentimientos y la contención momentánea.
Por el contrario, desarrollar la habilidad requiere que conozcamos cuáles son nuestros estados de ánimo más habituales, cómo reaccionamos ante situaciones que nos son amenazantes o placenteras, qué sentimos por los demás cuando nos gustan o nos disgustan.
Se trata de autoconocimiento, impracticable, tanto como la ecuanimidad misma, si creemos que alcanzar el equilibrio es “no sentir”.
Para reconocer lo que sentimos, bueno o malo, y en qué circunstancias lo hacemos, debemos aceptarnos a nosotros mismos, de lo contrario estaremos constantemente rechazando aquellas emociones que nos perturban y/o nos avergüenzan, como el dolor, la frustración, los celos, el berrinche, la envidia, el rencor, el odio, la ira, etc.
Negando nuestra “sombra”, o parte oscura, que es indispensable para que podamos tener una luminosa, jamás seremos ecuánimes. Probablemente nos podamos contener en ciertas situaciones, pero solo cuando estamos siendo observados y, muy probablemente, evaluados por otros. En esos casos, en la intimidad, con nuestros seres queridos, mostraremos invariablemente nuestra peor faceta.
Quizá endurezcamos tanto el corazón, por miedo a ser lastimados y por una acumulación de resentimientos y/o de culpas, que parezcamos ecuánimes y serenos cuando estamos sentimentalmente congelados.
¿Como distinguir entonces esta virtud del control momentáneo o de la frialdad? Por el discurso: si una persona, aun dicho en el tono más sereno, descalifica o desprecia a otros; si cree justificados los conflictos entre categorías sociales como feos y bonitos, ricos y pobres, listos y tontos, o reparte culpas a diestra y siniestra, su pretendida ecuanimidad es una mentira.
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